La frase: “llevo el beisbol en la sangre”, puede estar trillada, pero mientras haya huéspedes que la hagan valer se mantendrá vigente por siempre. Y este es el caso de Carlos Eduardo Holmann, el nicaragüense que enseña beisbol en Alemania ¡sí, leyeron bien! mientras en el país europeo reina el futbol, el baloncesto, hockey sobre hielo, tenis, natación, gimnasia… él decidió enseñar beisbol, simplemente porque a la pasión no se le pueden poner barreras y, desde abril de 2019, se ha ganado el cariño de los infantes a los que entrena y la confianza de los padres, quienes han puesto a sus hijos en las manos del nicaragüense.
Holmann creció queriendo llegar a las Grandes Ligas. Fue de esos soñadores sacrificados, lejos de la almohada. Firmó con los Dodgers de Los Ángeles y consiguió el apoyo de su familia. “Hice un pacto con mi papá, si no llegaba a la MLB, me dedicaría a estudiar”. El camino lleno de espinas hacia la Gran Carpa, para Carlos Eduardo resultó aún más sinuoso, lleno de maleza y de piedras: no solo debía preocuparse por evolucionar y crecer al nivel de los otros talentos de la organización, sino batallar por recuperarse. Recién firmado sufrió una fractura en el fémur, jugando en una juvenil en Nicaragua en preparación al mundial Sub-18 su hueso flaqueó en un robo a la tercera base. Posteriormente, tuvo una recaída. Más de un año fuera del campo es una tortura para pelotero, como alejar a un cantante del escenario o a un escritor del aroma de los libros. Luego no alcanzó el impacto esperado y decidió a tiempo reencontrarse con el mundo académico.
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Ahora a sus 42 años voltea al pasado y no se arrepiente de nada: “Estoy agradecido porque tengo a mi mayor tesoro que es mi familia”, señala el exbeisbolista que se graduó como ingeniero industrial, aprendió inglés, francés, portugués y, actualmente, ya trota en la lengua alemana, pero además se convirtió en una persona con la capacidad de reinventarse las veces que fueran necesarias para nunca tocar fondo. Trabajó en diferentes empresas en Nicaragua, lideró distintos proyectos, pero la crisis sociopolítica lo terminó golpeando. Se enrumbó a Alemania buscando un mejor futuro y luego de tocar puertas sin descanso encontró estabilidad: entrena a niños en Ratisbona, sin cobrar un solo centavo y trabaja en el área de ventas de una importante compañía, la cual pretende expandirse por Latinoamérica.
“Pasé de andar en un vehículo en Nicaragua a manejar bicicleta acá. La adaptación no fue fácil, batallé con el idioma y la cultura, pero Dios siempre estuvo con nosotros. La semilla de la enseñanza siempre la he tenido. Recuerdo haber vivido mi primera oportunidad como coach a los 16 años cuando jugaba le ayudaba a la academia de mis padres. Al llegar a Ratisbona coincidí que era una de las ciudades donde más se juega beisbol y me ofrecí como voluntario. Fui coach del equipo de 12 años y tengo a dos niños con muy buenas proyecciones que hasta han sido parte de conjuntos nacionales. Uno es mi hijo Juan Diego y el otro es Ricardo Wagner Pérez, a ambos los tomé desde cero. Claro con mi hijo lo entrenaba desde Nicaragua”, relató.
Carlos Eduardo se describe como una persona sencilla y trabajadora, pero si de algo presume todo el tiempo es de su familia. “Son mi motor”, confiesa. “A uno de mis hijos le gusta el beisbol y el otro le gusta el futbol. A ambos les digo que luchen por sus sueños y que entreguen todo para poder hacerlo realidad, aunque se enfoquen en el deporte les aconsejo no descuidar lo educativo”, concluyó el orgulloso padre desde Ratisbona, ciudad de 152 mil habitantes y uno de ellos es nicaragüense y siembra la semilla del beisbol.