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Jorge Mejía Peralta, fotógrafo, es hijo de Ariana Peralta y el cantautor Carlos Mejía Godoy. Tiene 49 años. LA PRENSA/ Oscar Navarrete

Jorge Mejía Peralta, el fotógrafo que en 2018 cubrió 54 manifestaciones con sus propios recursos

El fotógrafo Jorge Mejía Peralta dejó su trabajo para dedicarse a fotografiar marchas, misas, plantones. Era su forma de contribuir a una causa cívica en un momento en que se pensaba que la dictadura ya estaba de salida.

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Sábado 15 de junio de 2019. Un hombre pequeñito camina con paso tranquilo por las principales calles de León. Lleva gorra, mochila y una bolsa llena de frutas en la mano. Se sienta en una banca del parque central y saca un libro para leer mientras se bebe una Coca Cola. Hace pocos minutos estaba atrapado en la catedral de la ciudad, asediada por hordas del Frente Sandinista; pero las turbas que ahora pasan por la calle, frente a él, no lo sospechan.

Para este momento, Jorge Mejía Peralta ya tiene bastante experiencia escabulléndose de los violentos partidarios del régimen Ortega Murillo y de la no menos violenta Policía, que reprimen cualquier clase de protesta cívica. Lleva años fotografiando manifestaciones, diminutos plantones antes de abril de 2018 y gigantescas marchas después. Así ha ido aprendiendo cómo no llamar la atención.

Esta tarde de junio, como muchas otras tardes, de cualquier mes, Jorge viajó al “ride” hacia el sitio de la manifestación azul y blanco. Su destino fue la Catedral de León, donde a las 3:00 p.m. inició la misa por el primer aniversario de la muerte de Sandor Dolmus, el monaguillo de 15 años asesinado por paramilitares de la dictadura durante las protestas de 2018.

Estuvo tomando detalles de los asistentes —los rostros tristes de la familia Dolmus, los abrazos de reencuentro de los reos políticos excarcelados— y seguía dentro del templo cuando el ataque comenzó. Desde la calle las turbas arrojaron piedras y botellas hacia el interior de la catedral y rodearon el edificio.

Turbas orteguistas asedian la Catedral de León, luego de la misa por el primer aniversario del asesinato de Sandor Dolmus, el 15 de junio de 2019. LA PRENSA/ Cortesía de Jorge Mejía Peralta

Nadie se atrevió a salir, sino hasta que el obispo Bosco Vivas se ofreció a acompañar a la gente, en calidad de garante, hasta cierta distancia. Jorge se unió al primer grupo y cuando, una cuadra más tarde, Vivas regresó al templo, dobló en una esquina para apartarse de la muchedumbre. Metió su cámara fotográfica en la mochila, se puso una gorra y se detuvo en un puesto para comprar frutas.

Ahora, sentado en la banca del parque, ve a las turbas reunirse en la calle con oficiales de la Policía. Empieza a caminar hacia la Olla Quemada, donde en poco tiempo deberá fotografiar un concierto; y mira un “zafarrancho” de gente frente a la Catedral. Pero ya no se detiene. Por hoy su labor está cumplida.

A lo largo de 2018 Jorge Mejía Peralta cubrió 54 manifestaciones y 21 en 2019. Lo hizo por voluntad propia y con recursos personales, porque no labora para ningún medio de comunicación. Lo hizo sin intenciones lucrativas, pues puso su archivo a disposición del público. Lo hizo, dice, porque esa fue su forma de contribuir a una lucha cívica y porque estudió para ser periodista.

Lea: Ivania Dolmus: “¿Para qué poner denuncia si ellos lo mataron? 

“De las casas salía gente de todas las edades y de lejos se escuchaba el ruido de las vuvuzelas”, recuerda Jorge Mejía Peralta. Niños, jóvenes, adultos y ancianos se unieron a las manifestaciones. LA PRENSA/ Cortesía de Jorge Mejía Peralta

Orígenes

Jorge Mejía Peralta, de 49 años, es el segundo de los nueve hijos del cantautor nicaragüense Carlos Mejía Godoy. Su madre es Ariana Peralta. No le gustan las mascotas, pero tiene buena mano para las plantas; aunque proviene de una familia de músicos, no tiene ningún talento musical; colecciona discos de vinilo, libros y figuritas de Star Wars; y aprendió de fotografía cuando era un niño, jugando con las cámaras que hallaba en casa.

Su mamá tenía una Canon y su papá solía comprar equipo fotográfico que luego “dejaba botado”, recuerda Jorge. Se aburría y les decía a sus hijos: “Muchachos, tomen esta cámara”.

Así empezó a tomar fotos de cosas y de paisajes y le fue tomando amor a la fotografía; pero también le gustaba leer y escribir. En consecuencia, quiso ser periodista; sobre todo después de que ocurrió un incendio cerca de su casa y él se fue con una cámara de video para entrevistar a bomberos y vecinos. Un amigo le dijo que tenía “madera” de reportero y él abandonó para siempre la idea de estudiar Ciencias Políticas.

Estudió Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid de 1992 a 1997 y allá pasó dos años de hambre, por problemas financieros. Todo para que, al volver a Nicaragua, le dijeran que estaba “sobrecalificado” para empezar desde abajo en un medio de comunicación. No le quedó más remedio que entrar al mundo de las oenegés.

Mientras tanto, hacía fotos con una camarita compacta en los conciertos de rock nicaragüense, que vivía un boom a comienzos de los 2000. Luego las subía a los foros de Bacanalnica y ahí se fue dando a conocer; alguien lo buscó para un cumpleaños y luego lo contrataron para alguna que otra boda, hasta que en 2008 decidió lanzarse a la fotografía profesional.

Pero no todo era bodas, bautizos y comuniones. “Yo siempre he tomado fotos en manifestaciones”, afirma. Para las elecciones presidenciales de 2006, en las que Daniel Ortega logró volver al poder, tomó fotografías de la campaña de su padre, Carlos Mejía Godoy, candidato a la vicepresidencia de la república por el Movimiento Renovador Sandinista (MRS).

Cinco años más tarde, en 2011, fue el fotógrafo oficial de Edmundo Jarquín, compañero de fórmula de don Fabio Gadea Mantilla en esos comicios presidenciales.

Apoyaba también las protestas de las feministas cada 8 de marzo, manifestaciones en contra del Poder Electoral y algunas actividades del movimiento Nicaragua 2.0. A los Miércoles de Protesta nunca fue “porque siempre los apaleaban”, explica.

Durante años fotografió numerosas manifestaciones, sin cobrar un centavo. “En manifestaciones contra el fraude en 2011 me apedrearon un par de veces, frente a la Asamblea Nacional y en la Plaza de las Victorias”, recuerda. También lo golpearon durante las protestas de #OcupaINSS; pero no estuvo presente la noche del ataque al movimiento social.

El 22 de junio de 2013 pudo haberse quedado en el campamento de los jóvenes que respaldaban a los “viejitos” que exigían una pensión reducida; y, sin embargo, eligió irse temprano a casa. “Aunque soy superateo, yo digo que tengo un ángel de la guarda”, admite. Una voz que le dice: “Andate ya”, justo antes de que pase lo peor.

Para Jorge, ver llorar a las madres de las víctimas de la represión siempre fue la parte más “difícil” de su trabajo. LA PRENSA/ Cortesía de Jorge Mejía Peralta

El estallido de 2018

El ser un fotógrafo independiente lo deja corto de recursos; pero le permite alejarse a tiempo de las zonas de peligro, porque no tiene que entregarle imágenes a ningún medio de comunicación. Eso no impidió que en ocasiones se haya visto en el centro de las agresiones orteguistas, como ocurrió la tarde que quedó atrapado en la Catedral de León.

En 2018 comenzó a cubrir las protestas ciudadanas desde el 14 de abril, cuando un grupo de jóvenes se manifestaba en contra de la negligencia del Gobierno en el manejo del incendio que consumía la Reserva Indio Maíz.

Por diferentes motivos no pudo asistir a las protestas del 18 y el 19 de abril, pero volvió a la carga el día 20, cuando Alvarito Conrado fue herido de bala mientras se hallaba en el sector de la Catedral de Managua.

Como no tenía carro, casi siempre se trasladaba en taxi o al “ride”. Procuraba ir acompañado, aunque ya estando en el lugar se movilizara por su cuenta en busca de rostros conocidos y de imágenes conmovedoras, impactantes o curiosas.

Lea: La historia de Matt Romero, el último adolescente asesinado

El adolescente de 16 años, Matt Romero, es trasladado en motocicleta luego de ser herido de bala durante una marcha, el 23 de septiembre de 2018. LA PRENSA/ Cortesía de Jorge Mejía Peralta

Procuraba, también, llevar una mochila viejita que para nada parecía de fotógrafo, una camisa extra por si tenía que cambiársela para despistar a turbas y policías, una botella de agua, una mascarilla quirúrgica para enfrentar los gases lacrimógenos, dos lentes fotográficos y un “calzoncillo bonito” por si se lo llevaban preso. “Nada con hoyos”, dice.

Para él, lo más difícil fue ver los rostros de las madres que perdieron a sus hijos durante la represión. “Se ponían a llorar cuando alguien se acercaba a saludarlas y las abrazaba”, cuenta. “Me impresionó ver a los papás de Teyler Lorío complemente petrificados. La mamá con una foto y el papá con un peluchito”.

En esos meses dejó de tomar fotos en bodas y cumpleaños; dejó de fotografiar a modelos y de dar clases de fotografía y se fue llenando de deudas. Sobrevivió con lo que tenía ahorrado y con la ayuda que le prestaron algunas amistades. “No tenía mente” para otra cosa que no fueran las protestas, pese a que recibió amenazas por correo electrónico.

“Sentía de todo en esos días. Pensaba ‘a lo mejor vamos a cambiar la situación de este país’. Con cada cosa que hacía Ortega, decíamos: ‘tal vez hasta aquí va a llegar’, pero seguía y seguía y seguía”, rememora. Para él fue impresionante ver enormes marchas después de cubrir manifestaciones raquíticas durante muchos años.

“De todas las casas iba saliendo gente de todas las edades, con sus banderas azul y blanco, y el ruido de las vuvuzelas se escuchaba desde lejos”, recuerda. “Quería hacer más cosas, pero estaba sin trabajo. Así que me dije: ‘vas a tomar fotos y las vas a publicar, y como son mías puedo hacer con ellas lo que quiera. Puedo publicar 800, si quiero y regalarlas a todo el mundo’”.

Nunca cubrió enfrentamientos violentos; por eso estaba tan nervioso el 23 de septiembre de 2018, durante la marcha “Somos la voz de los presos políticos”, en el este de la capital. Las calles eran demasiado largas y estrechas, rodeadas de cauces y con andenes por todos lados. De haber un ataque, no habría para dónde correr, pensó cuando llegó a la zona.

El ataque comenzó como a las 11:00 de la mañana. La Policía había rodeado a los manifestantes, que eran agredidos por encapuchados que se movilizaban en motos y disparaban a los ciudadanos.

Jorge empezó a replegarse, pero todavía tuvo tiempo de captar el momento en que trasladaban a un joven herido a bordo de una motocicleta. Era Matt Romero, un muchacho de 16 años que recibió un disparo en el pecho y es considerado la última víctima fatal de la represión orteguista a las manifestaciones ciudadanas de 2018.

Poco después, en la seguridad de su casa, Jorge empezó a buscarlo en sus fotografías. Pidió que se lo describieran y pronto lo halló en las imágenes capturadas al inicio de la manifestación: un jovencito altísimo, con mochila, camiseta blanca, buzo gris y una bandera azul y blanco a manera de mascarilla.

Sintió un escalofrío, porque es posible que esas hayan sido las últimas fotos de Matt en vida. Entonces se puso a pensar en las miles de fotografías que ha tomado y en la probabilidad de que en algunas aparezcan personas que luego fueron asesinadas por el aparato represor de la dictadura.

“Da cosita”, dice. Pero no se detiene.

Matt Romero, el más alto en esta fotografía, poco antes de que una bala pagada por el Estado de Nicaragua lo matara. LA PRENSA/ Cortesía de Jorge Mejía Peralta

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