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Yohanna Cardona y Jairo Pérez son adictos en recuperación. Él tiene 18 años sin consumir drogas y ella 17 sin alcohol. LA PRENSA/ ROBERTO FONSECA

Las batallas de Jairo y Yohanna y cómo salieron de la indigencia y las drogas

Él anduvo en las calles drogándose y casi se volvió loco. Ella creció en los escombros de Managua y pedía un peso para el trago. Sus vidas cambiaron cuando llegaron a un centro de rehabilitación y decidieron caminar juntos en una vida de recuperación

Una noche, hace pocos meses, Jairo Pérez y su esposa Yohanna Cardona estaban acostados y sentían tan sabrosa la cama, la sensación de estar con sabanas muy limpias, almohadas confortables. Pusieron la mirada en el techo, hubo silencio por un momento y luego él le preguntó: “¿Te acordás cuando dormíamos en unas piedras?”.

Pérez y Cardona nunca habían tenido una casa propia. Son dos adictos que dejaron de consumir alcohol y drogas hace 17 años.

Él anduvo en las calles de Corinto y de Managua, sucio, hediondo, con hoyos en los zapatos y clavos que le provocaban heridas en el talón, botando basura y comiendo de ella, así como durmiendo en un árbol amarrado a una rama. Agarraba “lo que estuviera mal parqueado” o sostenía relaciones homosexuales para obtener un trago.

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Ella anduvo vagabundeando como “loca” en las zonas del parque Luis Alfonso y El Novillo, en el mercado Oriental, con la dignidad y la autoestima por el suelo, pidiendo un peso para el trago. Se había criado “al sol y al viento”. “Yo no era nada. No valía nada”, dice ahora.

Sus vidas se entrelazaron allá por el año 2004, en el centro de rehabilitación de adictos “Como las Águilas”, adonde llegaron con síntomas de locura, sin nada en la vida, ni siquiera esperanzas. Totalmente en el fondo.

Yohanna y Jairo cuando estaba internos en el centro de rehabilitación Las Águilas. Esta fue la primera vez que salieron en una cita. En el centro les dieron permiso de salir. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ ROBERTO FONSECA

Decidieron abandonar el alcohol y las drogas para siempre. Unirse. Trabajaron. Pasaron por “las duras” sin conocer tan pronto “las maduras”.

Hoy él es el “padrino Jairo”, el hombre que camina en Corinto ayudando a los adictos, llevándolos a los centros de rehabilitación, a las iglesias o a los Alcohólicos Anónimos (AA). También brinda charlas a los presos y a los jóvenes de las escuelas, compartiendo su experiencia de vida. También es Jairo “Box”, o simplemente el “Box”, escogido como el mejor entrenador de boxeo de Nicaragua en el año 2017 y ha formado atletas que son lo mejor en el país y seleccionados nacionales.

Ella es ahora doña Yohanna, una maestra de adultos y de niños de primaria y también estudiante en la UNAN-León.

Tienen una casa propia y dos hijas y un hijo para quienes trabajan.

Jairo Pérez cuando entró a Las ´Águilas. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ ROBERTO FONSECA

Él

Jairo Pérez tenía casi tres años internado en el centro Como las Águilas. Un día estaba en terapia cuando vio entrar a una anciana. La reconoció a los segundos. Era su madre y tenía años de no verla.

Casi inmediatamente, sin saludarla, él se subió a la tribuna y comenzó a hablar casi a gritos: “Esa vieja hijuelagranputa, ¿dónde estaba cuando yo era un niño y cuando más la necesité?”.

Luego, Jairo se fue corriendo al fondo del centro, a la cocina, y regresó con un madero dispuesto a golpear a su madre. Job Abea, uno de los padrinos, lo sujetó fuerte. Otros lo ayudaron y evitaron que matara a la señora. Estaba lleno de resentimiento contra su madre, contra su padre y contra casi todo el mundo.

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En el centro se automaltrataba, se causaba heridas. Escuchaba voces que le decían: “Matá al que está delante de vos, porque ese te quiere matar”. Algunas veces intentó clavarle un lápiz a los internos, pero siempre lo detuvieron.

Hubo un momento de tanta locura que lo tuvieron que sedar y llevarlo al hospital psiquiátrico. Cuando se despertó estaba con una camisa de fuerza. Lo más duro fue ver que nadie le creía que él estaba bien. Que había vuelto en sí. En cambio, lo volvieron a inyectar con una enorme jeringa que le introdujeron en una de las piernas que “tenía más piel que carne”, mientras él gritaba pero se iba quedando sedado poco a poco.

Cuando regresó al centro, no podía dormir. Era desesperante. El padrino Job le curaba las heridas que Jairo se auto infligía y le limpiaba la sangre. Se tenía que quedar hasta que Jairo se dormía, porque era la única voz que el enfermo podía reconocer y sentir tranquilidad con ella.

Yohanna y Jairo con su hija JJ (Jahaira Johanna). La pareja ha realizado el proceso de recuperación en los Alcohólicos Anónimos (AA). LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ ROBERTO FONSECA

Jairo nació en 1965, en Corinto. Sus padres, Gregoria Pérez y Raúl Martínez, vivían juntos, pero era un tormento. La violencia de él hacia ella era excesiva.

En la casa había poco que comer y casi nada de comodidad. El padre era albañil y ponía a Jairo a cargarle la botella de guaro. La madre le lavaba a las mujeres que trabajaban en las cantinas.

El primer trago de licor de Jairo lo bebió a los 10 años de edad. Se empinó el trago en el tapón de la botella que el papá le ponía a cargar. Al principio tomó por curiosidad. Después lo hizo para escapar de la dura realidad que vivía su familia. Quince años vivió con sus padres. Después se fue a la calle.

En 1999 llegó a Managua. Se recorría a pie desde Ciudad Sandino hasta Reparto Shick, pasando por Santa Ana, el Jorge Dimitrov y todos los antros que existían en la capital en esa época. Bebía guaro, fumaba marihuana y piedra, inhalaba cocaína, se inyectaba químicos. Toda droga.

En Corinto, el padre José Schendel lo había casado con una mujer llamada Coralia. Tuvo dos hijos con ella pero lo dejó porque mucho tomaba.

En Managua no tenía futuro y regresó a Corinto. Entonces el padre Schendel, quien siempre quiso pagarle los estudios, lo mandó a buscar y lo envió en la tina de una camioneta roja a Managua, a Las Águilas. “Yo me dejé llevar al centro porque me dieron un litro de guaro, mi bajona (un vigorón) y yo llevaba una tila de marihuana, un encendedor y cigarros. Si no, no me hubiera dejado llevar”, recuerda Jairo.

A lo interno del centro de rehabilitación Las Águilas. LAPRENSA/ ARCHIVO/ ÓSCAR NAVARRETE

Ella

La familia de Yohanna Cardona vivía en los escombros de Managua, los edificios derruidos que cayeron con el terremoto de 1972 y que aún existían a mediados de los años noventa del siglo pasado.

Yohanna se crió ahí, en los escombros, cerca del Olof Palme. Los padres de ella, Eugenio Cardona y Ana María Gutiérrez, se separaron cuando ella tenía 16 años de edad. Aún así, ella se “había criado al sol y al viento”, cuidando de sus hermanos menores. Todos ellos se volvieron alcohólicos y una de ellas cayó en prostitución.

En ese tiempo ella trabajaba como maestra promotora, buscando a personas que no sabían leer ni escribir o que habían abandonado la escuela. Un organismo le pagaba 100 dólares mensuales.

Sus compañeros de trabajo la invitaban a fiestas. Una cerveza fue lo primero que probó. Después fue el licor. Cuando se dio cuenta ya no le ayudaba a su mamá sino que todo el dinero lo ocupaba para comprar guaro lija. Probó drogas pero no le gustaron.

Yohanna Cardona trabaja de maestra para el Mined y estudia lengua y literatura en la UNAN-León. Ahorita tiene detenido los estudios universitarios por falta de recursos ya que debe apoyar a su hija mayor para que asista a la universidad. LA PRENSA/ ROBERTO FONSECA

Al final deambulaba por las calles, por el Luis Alfonso y por El Novillo, buscando el guaro. “Hacía locuras para saciar el alcohol”, recuerda Yohanna.

Hasta que la mamá se aburrió y la llevó a Las Águilas bajo engaño. En un trago le echó una diazepam y la llevó sedada. Al centro llegó como loca.

En Las Águilas

José Abea, ya fallecido, había sido adicto pero se recuperó y fundó Las Águilas hace más de 20 años para ayudar a los adictos que aún andaban en las calles. Abea fue el padrino de Jairo y de Johanna y les dio permiso dentro del centro para que “jalaran”.

Jairo llegó primero, un año antes que Yohanna. Se quedó viviendo ahí porque, además de que se recuperaba, “no tenía para donde ir”. Poco a poco se fue ganando la confianza de Abea. Era un buen interno.

El padrino José Abea, fundador del centro de rehabilitación Como Las Águilas, ubicado en el barrio San Sebastián. LA PRENSA/ CORTESÍA

Cuando trató de golpear a su madre, Abea habló con él: “Mirá hijuelacienputa, te vas a quitar ese resentimiento mierda. Todos los días vas a hablar en tribuna y sacá todo lo que tenés”. Jairo se golpeaba y lloraba cada vez que hablaba. Pero el resentimiento fue despareciendo.

Para ayudarle a recuperarse, a Jairo le pusieron los mejores padrinos. Le cayeron con terapia de choque. “Vos no sabes ni cuánto vale esa silla y te sentas ahí. Andate al suelo, no jodas, Quitate de ahí”, le decían. Jairo dice que ese es el lenguaje que le sirvió. “Es que el adicto solo entiende el lenguaje del corazón”, explica.

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Jairo ya tenía cierta responsabilidad en el centro cuando Yohanna llegó como loca. Él fue su padrino. Aunque Jairo la trataba mal, ella se enamoró porque le “vio algo” que no sabe explicar aún.

Jairo dice que la trataba mal porque el padrino Abea le había advertido que no se metiera con las internas, pero él también estaba enamorado de ella.

Se comenzaron a entender y hablaron con el padrino Abea, quien accedió a permitirles un noviazgo dentro del centro, pero con límites. Tuvieron una hija, Katherine.

Llegó el momento en que decidieron salir. Jairo había estado ahí tres años y medio. Yohanna un año menos que él.

Se fueron a Juigalpa y lo único que llevaban era una colchoneta y dos mochilas. Una señora les dio donde posar, pero a cambio Yohanna salía todas las madrugadas, a las 4:00 a.m., a la terminal de buses a ayudarle a la señora a cocinar la comida que vendía.

Regresaba a las 8:00 de la noche y con Jairo se iban a meter a las sesiones de AA.

Dormían en el suelo junto a las gallinas, los perros y otros animales.

Luego se fueron a alquilar una casa construida con latas de barril, en 500 córdobas el mes. La pareja no tenía nada y Jairo improvisó una cama colocando piedras canteras y encima un colchón. Años después, acostados en una buena cama y en su casa propia, Jairo y Yohanna recordarían esas noches.

La pareja en el día de su casamiento. LA PRENSA/ REPRODUCCIÓN/ ROBERTO FONSECA

No tenían cocina ni cubiertos. Con piedras y un pedazo de abanico Jairo construyó una cocina. Compró una paila pequeña y como platos usaban hojas de chagüite con plásticos.

A Jairo le dieron trabajo en la lechera La Completa. De día botaba los desperdicios y de noche cuidaba. Hacía horas extras para completar los gastos de la casa. Con ahorros mandó a traer a la primera hija de la pareja que había quedado en Managua con la familia de Yohanna.

En Juigalpa, a través del testimonio que compartía, Jairo se volvió famoso. Lo llamaban de las radios, de las escuelas, para que hablara a los jóvenes de cómo había salido de las drogas.

Un día se apareció en Juigalpa el padrino José Abea y se lo llevó de nuevo a Managua para que le trabajara en el centro.

Jairo aceptó porque sintió un llamado de Dios. Por un tiempo, y con ayuda de un amigo del Silais-Juigalpa, había intentado tener otro hijo pero no habían podido. A los 15 días de estar trabajando en el centro Las Águilas Yohanna supo que estaba embarazada. Lo tomaron como un milagro por estarle sirviendo a Dios desde Las Águilas.

Después de vivir en el centro algún tiempo, la pareja decidió alquilar y lo hicieron siempre alrededor de la zona del centro. Para completar lo del gasto Jairo comenzó a vender lapiceros y también daba charlas. Zoilamérica Ortega lo contrató una vez para que le diera charlas a homosexuales.

Jairo había tenido experiencias homosexuales mientras anduvo en consumo. A una de sus orejas le falta un pedazo producto de una mordida que le dio un homosexual. “Cuente eso padrino, que es mi testimonio. Yo no oculto nada de mí, si eso es lo que hace un adicto. Yo estoy curado de todo eso y comparto mi testimonio para ayudarle a los demás”, dice Jairo ahora.

Zoilamérica Ortega reía y lloraba escuchando a Jairo. Es que él habla con entusiasmo y “se tira sus comerciales” para no aburrir a su audiencia.

El sueño de Jairo era regresar a Corinto. Y así lo hicieron cerca del año 2010.

Jairo Pérez fue elegido en 2017 como el mejor entrenador de boxeo de Nicaragua. LA PRENSA/ ROBERTO FONSECA

 

El triunfo

A Corinto llegaron a alquilar también, pero Jairo no tenía trabajo. Encontró ayuda entre los mismos adictos que le tienen aprecio a Jairo y también entre los compañeros de AA.

Una vez iba caminando con Yohanna y un hombre le dijo: “Ey, vos, ¿cuándo me vas a regresar la mesa de billar que me robaste?”.

Inmediatamente Jairo le dijo Yohanna: “Corramos que si no ese hombre me mata”.

Jairo llegó a la Policía, donde le dijeron que le habían limpiado el record pero que por favor buscara cómo irse de Corinto porque ahí no lo querían ver.

Curiosamente, hoy la Policía busca a Jairo pero ya no para echarlo preso, sino para que le dé charla a los reos y a los jóvenes en riesgo.

Jairo se había bachillerado de joven. Es bueno a las matemáticas. Pero ya en recuperación se graduó como terapeuta.

Yohanna, que había llegado hasta cuarto año de secundaria, quiso reanudar los estudios. A su mamá le mandó a pedir las notas pero la señora no las encontró. En el Mined le dijeron que podía continuar los estudios si empezaba desde sexto grado de primaria. Yohanna aceptó y luego se bachilleró.

De izquierda a derecha: JJ, Yohanna, Jairo, Katherine y Jairo Junior al frente. LA PRENSA/ ROBERTO FONSECA

Desde hace cinco años le trabaja al Mined como maestra. Está en primer año de la carrera de Lengua y Literatura en la UNAN-León, porque quiere dar clases en secundaria, pero no ha continuado por lo de la pandemia del Covid-19, ya que Jairo es de riesgo, y también por falta de dinero, porque su hija Katherine ya se bachilleró y la están preparando para ir a la universidad. Le van a dar la prioridad a ella.

Jairo hubiese sido un buen boxeador, pero las drogas le arruinaron la carrera. En los años ochenta fue campeón nacional en el estadio de Granada.

Ha sido el boxeo una de las claves para salir adelante después de dejar las drogas. Él también es graduado como preparador físico.

En 2012 la alcaldesa de El Realejo lo contrató como entrenador. Allí Jairo fundó un grupo de AA.
Luego regresó a Corinto también como entrenador de boxeo y en el año 2017 lo eligieron como el mejor entrenador de boxeo de Nicaragua.

Jairo ha hecho campeones en su ciudad natal. A Scarleth Ojeda la comenzó a entrenar cuando ella tenía 12 años de edad. Hoy ella es la mejor boxeadora del país, seleccionada nacional y medalla de oro en centroamericanos. Igual tiene a Kathy Esquivel y a otros campeones como Julio Garin, entre otros.

En 2018 el gobierno lo llamó como entrenador de la selección nacional de boxeo que peleó en el panamericano de Managua en ese año. Por primera vez se clasificaron nueve boxeadores de Nicaragua para el preolímpico de Perú, cuando antes solo se había clasificado un máximo de cuatro.

La familia Pérez Cardona en su casa de habitación, en Pasocaballos, Corinto. LA PRENSA/ ROBERTO FONSECA

La casa

Las vidas de Jairo y de Johanna aún están en construcción, pero ha dado un giro de 180 grados desde que salieron de Las Águilas.

“Me siento afortunada porque por primera vez somos personas y nos estamos relacionando con la sociedad”, dice Yohanna.

“La recuperación existe. Hay un Dios. La lucha no ha sido fácil pero la recompensa que hemos tenido es grande”, expresa Jairo.

Ya no son los adictos. Ahora son el padrino Jairo y doña Yohanna. Tienen tres hijos: Katherine, J.J. (Jahaira Yohanna) y Jairo Junior.

Hace poco el gobierno les construyó una casa. Primero les dieron terreno que era una hondonada, en Pasocaballos. La familia rellenó el terreno. Después el gobierno les construyó una casa.

El entrenador de boxeo de Corinto, Jairo Box, con dos de las mejores boxeadoras de Nicaragua forjadas por él: Scarleth Ojeda y Kathy Esquivel. LA PRENSA/ ROBERTO FONSECA

“Me dijeron que es un premio. Creo que no me la hubieran dado si no he hecho todo lo que he hecho en el boxeo, forjando campeones, siendo entrenador de la selección nacional”, explica Jairo.

Jairo sale de su casa todos los días antes de las 5:00 de la mañana, para ir a dar cardio a varias mujeres y así ganar unos centavos extras. La camina “rebuscando” para completar los gastos de la casa.

De la casa va al gimnasio, del gimnasio a dar charlas, y de ahí de regreso a su casa, junto a su esposa y sus tres hijos. Es la recompensa que tienen tras haber vencido al alcohol y las drogas.

La Prensa Domingo

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