En el editorial del sábado 20 de noviembre, al comentar la decisión del gobierno de Daniel Ortega de sacar a Nicaragua de la OEA, dijimos que el régimen contrapone la ideología y la práctica política del soberanismo a ultranza, a la democracia que mandata la Carta Democrática Interamericana.
Es obvio que enarbolando la bandera del soberanismo Ortega se siente autorizado para hacer lo que quiera dentro del país en el ejercicio del poder político, sin que ningún país ni organismo internacional tenga razón ni derecho para inmiscuirse y protestar.
El soberanismo es también el escudo de las dictaduras de Cuba y Venezuela, para igualmente alegar que pueden hacer lo que quieran amparados en el principio de que nadie puede ni debe intervenir en los asuntos internos de otros países.
A nuestro juicio ese soberanismo es alentado o protegido por el actual gobierno de México que preside Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Este usa el soberanismo y la no intervención, como pretexto para apañar a las dictaduras de América Latina y el Caribe. Y con la misma bandera desplegada a todo el ámbito latinoamericano, propone la eliminación de la OEA y erradicar la influencia de los Estados Unidos (EE.UU.), para ocupar su lugar como potencia hegemónica por lo menos en el ámbito de Mesoamérica.
En Europa también hay un soberanismo bastante extendido y arraigado. Pero es un soberanismo distinto, de países de primer mundo, no del tipo subdesarrollado y dependiente que proclaman y ejercen algunos líderes neopopulistas en América Latina. Y en el soberanismo se ampara también el régimen comunista de China, para engullirse a Hong Kong y tratar de liquidar al Estado independiente, libre y democrático de la isla de Taiwán.
Quizás los soberanistas ignoran que sus ideas sobre la soberanía nacional absoluta están inspiradas en la misma fuente jurídica de la ideología y la política nazi en Alemania, que fue sustentada teóricamente por Carl Shchmitt en su obra Teología Política. La denominó así, porque en ella traslada la noción del poder absoluto de Dios al poder soberano del Estado representado o ejercido por un monarca o caudillo. Como fue el fhürer Adolfo Hitler.
El planteamiento soberanista de Schmitt se refiere principalmente a que el caudillo, en uso de su soberanía puede imponer el estado de excepción y suprimir las libertades cuando quiera, o mantenerlo de manera permanente. “Es soberano quien decide el estado de excepción”, sentenció el teórico jurídico del nazismo, para quien el gobernante podía y debía suspender el orden jurídico, abolir de hecho o legalmente la separación e independencia de poderes, satanizar, reprimir y liquidar a la oposición. Y al mismo tiempo el caudillo protege la soberanía del Estado ante cualquier intento de intromisión o injerencia externa.
Santiago Navajas, escritor español y profesor de filosofía en la Universidad de Granada, advierte en un artículo publicado en Libertad Digital que “en un mundo cada vez más antiliberal, de la Rusia de Putin a la China de Xi Jinping, pasando por la Venezuela de Maduro y la Nicaragua de Ortega, la tentación en los países que todavía disfrutan de la separación de poderes y los derechos fundamentales individuales de caer bajo el influjo de la doctrina de Schmitt es muy fuerte”.
Sin duda que en algunos países la advertencia ha llegado tarde.