Es un lunes, bien puede ser martes, viernes o domingo. No importa, dentro de las cuatro paredes de una celda de castigo no se distingue el día de la noche, las horas, minutos o segundos. Miguel Mendoza debe apegarse a la ley de sus captores: dormir sin colcha en una cama de concreto, con una luz encendida, sin la oportunidad de leer la Biblia u otro libro porque para los culpables intelectuales de su arresto los libros inspirados por Dios también son “terroristas”. El momento más esperado del día es cuando lo sacan al sol, al menos para que la piel no pierda tanto el color. Sus ojos se tornan brillantes y sus pulmones se hinchan para respirar otra cosa que no sea el cemento de la lúgubre celda en la cual el único orificio que tiene es donde pasa la insípida comida. Se oyen los pasos de alguien. Miguel ya sabe qué sigue en su agenda: un largo interrogatorio diario que no tiene sentido.
Miguel ha perdido la libertad física, pero no de pensamiento, ha perdido 30 libras de peso, pero ha ganado una tonelada de fortaleza. “Lo vi 10 minutos durante el almuerzo del juicio y su ánimo está intacto. Me dijo que no me preocupara, que todo pasará”, cuenta su pareja. En un juicio sin pies ni cabeza, le negaron a su abogado entrar con su computadora y parte de la documentación, los grandes testigos de la Fiscalía eran los “policías” que lo detuvieron y allanaron su casa y, las pruebas “irrefutables de la Fiscalía” fueron unos cuantos retuits de Twitter y algunas opiniones plasmadas en su cuenta de Facebook. De nada sirvió la buena defensa de su abogado apegándose a la Constitución Política de Nicaragua, el juez dejó claro con su dictamen de culpabilidad que seguía otros intereses, violando su propio juramento. La Fiscalía en un alarde de prepotencia pedía nueve años de cárcel para un inocente. Miguel sabía que eso ocurriría tarde o temprano y en el poco tiempo que le permitieron hablar se mostró intacto de consciencia: “En todo momento me siento orgulloso de ser periodista independiente y por estar del lado de la defensa del pueblo nicaragüense”.
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Conocí a Miguel de cerca al empezar a trabajar en Doble Play, discutíamos por temas deportivos intensamente durante el programa, fuera del micrófono éramos amigos y nos brindábamos la mano. En mi primera cobertura de una pelea de Román “Chocolatito” González cuando se enfrentó a Edgar Sosa, Edgar Tijerino le dijo: “Te encargo al novato” y seguramente viéndose reflejado en mí, un joven con ganas de comerse el mundo, pero limitado económicamente, me tendió la mano durante esa cobertura. Estuvimos juntos un año después en el combate contra McWilliams Arroyo y no solo me tendió otra vez la mano, sino también a otros colegas de mucha trayectoria. Miguel solo conocía una velocidad a la hora de dar las noticias o desvelar información. Quedar bien con los implicados no era lo suyo. Se preocupaba por leer de deporte, sin embargo, a veces más por la política de Nicaragua y el mundo.
Cuando estalló el conflicto sociopolítico en 2018, Miguel bien pudo dedicarse a informar solo de temas deportivos, seguir con sus anunciantes mirando primero su bolsillo, no obstante, entendió que es un hombre construido por la convicción y primero estaba la defensa del pueblo de Nicaragua pisoteado por la dictadura. Ahora, entre cuatro paredes, recibiendo maltratos, escasa agua y medicamentos para tratar sus enfermedades, ha demostrado una valentía inmensurable. Si la fuerza de un guerrero depende del tamaño de su corazón, ¿se imaginan el tamaño del de Miguel y de su amor por Nicaragua?