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La felicidad como derecho

Este lunes 21 de marzo LA PRENSA publicó la información de que los costarricenses son más felices que los nicaragüenses. Pero los nicaragüenses son más felices que los chinos, a lo cual debemos agregar que la gente de Taiwán es más feliz que la de Nicaragua, y muchísimo más que la de China.

En efecto, según la citada información que se basa en el Índice de la Felicidad en el Mundo 2022 —un estudio financiado por las Naciones Unidas desde hace 10 años—,  Nicaragua ocupa el lugar número 45 y Costa Rica el 23. China, en cambio está bastante abajo, en el sitio 72 y Taiwán se coloca en el 26, solo tres puntos debajo de Costa Rica.

Este Índice “se basa en sondeos que preguntan a las personas por su sensación de felicidad y cruzan estas informaciones con datos del PIB (Producto Interno Bruto), de los niveles de libertad individual o de la corrupción…”, entre otros.

Ahora bien, la felicidad es un estado de ánimo personal “de grata satisfacción espiritual y física”, según el diccionario de la RAE. Y como derecho, la felicidad es el bienestar que todas las personas tienen la libertad de buscar y procurarse, para sí mismas y sus familias. 

Esto significa que todas las personas tienen derecho a decidir qué es para ellas una existencia feliz, y tener la libertad de luchar por alcanzarla. 

Ese fue el principio y precepto esencial que Thomas Jefferson inscribió en la Declaración de Independencia de Estados Unidos: “Sostenemos como verdades evidentes que todos los hombres han sido creados iguales, y que están dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

Los especialistas en la materia aseguran que la aspiración a la felicidad es lo que define a las personas y que el anhelo de progresar ha sido siempre el motor del progreso individual, familiar y social. 

En la actualidad se considera que la felicidad es un derecho humano de tercera generación. Esto significa que alcanzar la felicidad no depende solo de las acciones de las mismas personas, sino también de la acción externa a los individuos, en particular de las políticas públicas de un Estado benefactor.

Sin embargo, este criterio puede conducir —y de hecho conduce— a que muchas personas cedan su libertad de iniciativa, renuncien al propio esfuerzo y se atengan a que el Estado debe satisfacer todas sus necesidades y procurarles el bienestar material.

Es una idea errónea y una actitud peligrosa. Lo cierto es que el Estado debe realizar la obra social y proveer los servicios públicos que le corresponden, pues para eso recauda los impuestos de la gente que trabaja y produce. 

Pero las personas no deben esperar que el Estado les procure y resuelva todo, no solo porque eso no es posible sino porque conduce a que un poder estatal en manos de personas autoritarias, anule la libertad individual y suprima los derechos políticos de las personas,  hasta los de pensar y actuar con criterio propio e independiente.

Los nicaragüenses saben mucho de esto.

Editorial Costa Rica felicidad Nicaragua nicaragüenses
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