En su discurso conmemorativo del 43 aniversario de la Revolución Sandinista de 1979, Daniel Ortega dijo que no puede dialogar con Estados Unidos (EE. UU.), porque según él sería como “ponerse la soga al cuello”.
“Ponerse la soga al cuello”, como se sabe, significa estar en un aprieto muy grave y aceptar una propuesta o tomar una decisión que en vez de sacar a la persona de la dificultad, la termina de arruinar.
Ortega usó esa expresión coloquial, reaccionando a lo dicho en su discurso por el primer ministro de San Vicente y las Granadinas, Ralph Gonsalves, el único jefe de gobierno que estuvo presente en la celebración sandinista del 19 de julio.
Según informó LA PRENSA en esa ocasión, Gonsalves no propuso un diálogo del régimen de Ortega con EE. UU. Lo que dijo fue que el gobierno estadounidense debería mejorar sus relaciones con Nicaragua. Sin embargo, Ortega reaccionó en la forma antes mencionada y espetó a su invitado más importante, que “con el diablo no se puede dialogar”, comparando a EE. UU. con el demonio.
El politólogo chileno radicado en Alemania como catedrático universitario y escritor, Fernando Mires, explica que la política reposa sobre dos pilares, el diálogo y el antagonismo”. Agrega que sin diálogo no hay política, porque solo queda el componente del antagonismo que cuando no se dialoga se convierte en violencia. Cualquier clase de violencia: física o moral, de arriba o de abajo, represiva o institucional.
Pero si el comandante Ortega teme al diálogo con EE. UU., porque este es el diablo y dialogar con él sería ponerse la soga al cuello, ¿por qué entonces no prueba a dialogar con los propios nicaragüenses?
Después de abril de 2018 el régimen dialogó dos veces con una contraparte política nicaragüense. El primer diálogo, en mayo-junio de ese año, fracasó porque no hubo las condiciones apropiadas para que tuviera éxito.
Pero el segundo diálogo que se realizó en febrero-marzo de 2019, en el Incae, sí fue exitoso. Al menos en cuanto a que las partes —el Gobierno y la opositora Alianza Cívica—, acordaron y firmaron ante testigos internacionales de calidad una serie de acuerdos apropiados para sacar al país de la crisis y recuperar la normalidad plena y duradera. Sin duda que eso se hubiera podido lograr si la oposición no se hubiera levantado bruscamente de la mesa de diálogo y a pesar de eso el Gobierno hubiera ejecutado los acuerdos.
Se dice que la tercera es la vencida. Quizás en el caso de intentarse otro diálogo, comenzando por crear un clima apropiado dejando en libertad a todos los presos políticos mediante cualquier modalidad que permita la ley, los resultados podrían ser satisfactorios tanto para el Gobierno y la oposición.
Y lo que es más importante, serían buenos para la nación, para toda la gente que quiere y necesita vivir con tranquilidad.