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Demonizar el diálogo es optar por no resolver el conflicto

El incidente diplomático ocurrido el jueves 28 de julio entre los gobiernos de Nicaragua y Estados Unidos (EE. UU.), ha venido a tensar más sus inamistosas relaciones diplomáticas. De manera que se aleja la posibilidad de un diálogo entre ambos gobiernos, que pudiera servir para distender sus relaciones lo cual tendría repercusiones positivas para la población de Nicaragua.

       Sin embargo, el alejamiento de la posibilidad de algún entendimiento entre los gobiernos de Nicaragua y EE. UU., a lo mejor podría significar la probabilidad de que el diálogo sea entre nicaragüenses, que al fin y al cabo es como debería ser.

       Lamentablemente el diálogo es rechazado, e inclusive demonizado, tanto por los de arriba como por los de abajo. Se niega el valor que por sí misma tiene esta herramienta para resolver conflictos, y se desconocen las enseñanzas al respecto de la propia historia nacional.

       La verdad es que aunque sea execrado por identificarlo como pacto entre cúpulas para la repartición de beneficios en el ejercicio del poder político, el  diálogo entre nicaragüenses muchas veces ha traído paz, reconciliaciones y progreso social y nacional.

       Cabe recordar al respecto el Pacto Providencial del 12 de septiembre de 1856 —dos días antes de la Batalla de San Jacinto—, acordado por los dirigentes de los dos partidos políticos que en ese tiempo había en Nicaragua.  Aquel acuerdo patriótico fue para poner fin a la guerra civil y unir las fuerzas de ambos partidos, con el fin de luchar contra las fuerzas filibusteras de William Walker, y expulsarlas del territorio nacional.

       Otro caso ejemplar del diálogo como instrumento eficaz para resolver un conflicto nacional de grandes proporciones fue el de Sapoá, en marzo de 1988, que sirvió para poner fin a la guerra civil y abrir el camino a la paz, la democratización, la reconciliación y la reconstrucción económica nacional.

       Después del estallido de abril de 2018 hubo dos diálogos nacionales, el primero en mayo-junio del mismo año y el otro en febrero-marzo de 2019. Sus resultados fueron buenos, sobre todo del segundo, que se realizó en el Incae. Por desgracia para Nicaragua los acuerdos de aquel diálogo no fueron cumplidos y por eso la crisis se ha prolongado hasta ahora.

       Parece claro que el rumbo que lleva el país es hacia la cubanización política, un sistema sin libertades individuales, ni derechos políticos ni elecciones libres, ni alternabilidad en el poder. Pero no se debe dar por irreversible ese rumbo que no conviene a la mayoría de los nicaragüenses ni al país como tal.

       Los procesos históricos son dialécticos y en política cualquier cosa pasa y puede pasar, no solo malo sino también  bueno. Además no hay ninguna posibilidad real y material de otra salida violenta, la que además nadie que esté en su sano juicio la puede querer.

       Y si la solución tiene que ser pacífica, para la cual es indispensable el  diálogo nacional, hay que insistir y no hay que cansarse en demandarlo, con la misma intensidad que se demanda la libertad de todos los presos políticos.

Editorial diálogo nacional EE.UU. Nicaragua presos políticos
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