El régimen comunista de China ha tomado la visita a Taiwán de la presidenta del Congreso de Estados Unidos (EE. UU.), Nancy Pelosi, como una afrenta nacional y casi una declaración de guerra.
Para los dirigentes de China, Taiwán no es un país independiente y una nación libre. Dicen que es parte de su territorio separado solo temporalmente, por razones circunstanciales, pero más temprano que tarde será reintegrado por las buenas o por las malas. Por eso es que, según ellos, la visita de la alta funcionaria de EE. UU. (segunda en la línea de sucesión presidencial), ha sido una agresión.
En consecuencia la dirigencia china ha amenazado con terribles represalias contra EE. UU. y el pueblo de Taiwán. Si juegan con fuego se van a quemar, dijo el presidente chino Xi Jinping al primer mandatario estadounidense, Joe Biden.
Biden no quería que Pelosi fuera a Taiwán y se lo dijo a los chinos, para aplacarlos. Pero tal era la voluntad de la líder parlamentaria de EE. UU. y Biden tenía que aceptarla. Lo cual, por su mentalidad autoritaria, los dirigentes chinos no lo pueden comprender. No entienden que en una democracia representativa, de poderes independientes, el presidente del poder Legislativo no se subordina ni es obediente al titular del Ejecutivo. Esto solo ocurre en los regímenes autocráticos.
Algunos analistas dicen que la reacción de la dirigencia china es exagerada, porque la visita de Pelosy a Taiwán no ha sido una provocación deliberada. Pero por la corrección geopolítica o como concesión a China, la califican como inoportuna e inconveniente. Creen que agrava las tensiones entre las dos grandes potencias, arriesga que el conflicto adquiera una dimensión bélica e incita a China a ser más agresiva contra Taiwán.
Pero la visita de Nancy Pelosi a Taiwán no es un acto insólito ni casual. Su compromiso de respaldo político y moral a la libertad y la democracia para China, incluyendo a Taiwán, viene de mucho tiempo atrás. BBC News ha recordado que en 1991, dos años después de la sangrienta represión comunista contra los estudiantes que pacíficamente pedían libertad y democracia en la plaza de Tiananmen, Pelosi fue a China. Y en la misma gran plaza de Pekín levantó una pancarta honrando a los mártires y demandando la libertad de todos los presos políticos.
Pelosi no era presidenta del Congreso en aquella época, solo congresista por un distrito de California. Pero siempre ha sido una férrea crítica de la dictadura comunista china e incansable defensora de la democrática Taiwán.
Desde que tomaron el poder en 1949 los comunistas chinos han calificado a EE. UU. como un tigre de papel. En 1956, Mao Zedong dijo en una entrevista a la periodista estadounidense Anna Louise Strong: “En apariencia (EE. UU.) es muy poderoso, pero en realidad no es nada a lo que temer; es un tigre de papel. Un tigre por fuera, está hecho de papel, incapaz de resistirse al viento y la lluvia”.
Nikita Jrushov, quien fuera primer ministro de la Unión Soviética y se entrevistó en varias ocasiones con Mao, contó que el líder chino usó la misma metáfora del tigre de papel para animarlo a enfrentar militarmente a EE. UU. Jrushov le replicó que podía ser un tigre de papel, pero con dientes y colmillos atómicos. No importa —insistió el chino—, en una guerra atómica podrán morir unos trescientos millones de personas, pero la humanidad será feliz para siempre.
Ahora que a pesar de que China es mucho más poderosa, se podría decir que una tigresa de papel estadounidense, Nancy Pelosi, con su visita a Taiwán ha vuelto a retar de frente al feroz dragón chino. Ha desafiado en nombre de la libertad y la democracia al agresivo y peligroso imperialismo chino, a pesar de sus amenazas extremistas de que cobrará muy caro la afrenta recibida. Y ha salvado, Pelosi, el prestigio de su país, EE. UU., que hubiera quedado en el suelo si ella se hubiera atemorizado por las amenazas y cancelado su histórico viaje a Taiwán.