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Gorbachov y la primera dictadura sandinista

Mijaíl Gorbachov falleció el martes de esta semana, 30 de agosto de 2022, a los 91 años de edad. Fue el último líder de la desaparecida Unión Soviética y con sus estrategias políticas de perestroika (reestructuración) y glasnost (transparencia), propició el derrumbamiento del sistema comunista en Europa. De esa manera terminó la Guerra Fría.

     El actual presidente autocrático ruso, Vladímir Putin, un nostálgico de los imperios rusos —soviético y zarista— acusó a Gorbachov de haber causado “la mayor catástrofe geopolítica mundial del siglo XX”, que según él fue la desaparición de la Unión Soviética.

     Pero visto el asunto desde la perspectiva histórica democrática, la verdad es que Gorbachov protagonizó la mayor hazaña libertaria del siglo pasado, al impulsar la desaparición del totalitarismo comunista en Europa, inclusive contra su voluntad. Decimos esto porque, en realidad, la intención de Gorbachov era reformar el sistema comunista de la Unión Soviética y armonizarlo con la libertad y la transparencia, lo cual era y es imposible.

Ahora bien, aparte de la significación mundial de Mijaíl Gorbachov, sus políticas tuvieron un impacto directo en Nicaragua al contribuir a la derrota de la dictadura sandinista de los años ochenta.

Gorbachov asumió el poder en marzo de 1985, cuando Nicaragua estaba dominada por los comandantes sandinistas que después de derrocar al somocismo y poner fin al predominio yanqui, instauraron otra dictadura y subordinaron el país a la geopolítica de la Unión Soviética. Pero esta ya no podía seguir manteniendo a las dictaduras  tercermundistas que hasta entonces habían dependido de ella.

En noviembre de 1984  los comandantes sandinistas habían realizado unas elecciones de resultados previamente arreglados, tratando de lidiar con su propia crisis económica y quitarle fuerza a la guerra de la Contra.

En abril de 1985, pocos días después de que Gorbachov asumiera el poder en la Unión Soviética, Daniel Ortega fue a Moscú a pedir más ayuda. Y por lo menos en las promesas y las ilusiones,  no le fue mal. Sin embargo, en marzo de 1986 vino a Nicaragua el miembro del presídium del Soviet Supremo, Borís Yeltsin, para reunirse con los comandantes sandinistas y evaluar la situación del país. Yeltsin aconsejó a los comandantes que dejaran el poder y al regresar a Moscú informó a Gorbachov que la situación de Nicaragua en manos de los sandinistas, era insostenible.

En octubre de 1986 Gorbachov se reunió en Rejkiavik, Islandia, con el presidente de EE. UU., Ronald Reagan, y entre otros temas tocaron el de Nicaragua. A fines de ese mismo mes Daniel Ortega viajó  de urgencia a Moscú, y al regresar sorpresivamente anunció una amnistía para los presos políticos y la negociación de un alto al fuego con la Contra, con la mediación del cardenal Miguel Obando.

Sin embargo, aunque reducida la ayuda de la Unión Soviética continuó mientras el régimen sandinista daba largas al cumplimiento de los Acuerdos de Esquipulas. Hasta que en octubre de 1989, el canciller soviético, Edvar Shevarnadze, llegó a Nicaragua en una visita de 24 horas, solo para comunicarle a Ortega que no habría más ayuda y que se debía arreglar inmediatamente con la Contra y la oposición civil interna.

Cuatro meses después, en febrero de 1990, Daniel Ortega y el FSLN se vieron obligados a “rifar” el poder en las elecciones y las perdieron ante doña Violeta Barrios de Chamorro y la UNO. De esa manera, ocurrió el fenómeno histórico de que por primera vez una dirigencia revolucionaria que había tomado el poder mediante la violencia armada, lo cedía pacíficamente como resultado de unas elecciones.

Ortega recuperó el poder 16 años después, por las razones conocidas, pero eso no le quita mérito a la hazaña democrática de 1990. La cual, en gran parte se  debió también a Mijaíl Gorbachov, quien ya descansa en paz después de haber cumplido sus asombrosas tareas históricas.

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