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La Iglesia católica y la democracia

Desde julio de 2018, a raíz de la insurrección popular derrotada por el régimen de Daniel Ortega, este viene atacando con dureza y de manera sistemática a la Iglesia católica de Nicaragua, a cuyos obispos acusa de golpistas y criminales. Ahora el caudillo sandinista ha agregado la acusación de que la Iglesia católica exige democracia, pero ella misma no es democrática.

Sin  duda que el comandante Ortega tiene derecho de criticar (pero no de denigrar) a la Iglesia católica, aunque   para los creyentes esta sea una institución de origen y carácter divino, establecida por el mismo Jesucristo.

En todo caso, el tema de la Iglesia católica y la democracia planteado por Ortega en su discurso del 28 de septiembre recién pasado, con motivo del 43 aniversario de la Policía, es de interés público y merece ser debatido.

Es lo que hace el columnista de LA PRENSA, Humberto Belli, en su artículo que se publica en esta misma edición con el título Gracias a Dios no es democrática. En este escrito, el reconocido intelectual católico explica que hubiera sido catastrófico para la Iglesia, adoptar para su funcionamiento, los procedimientos democráticos que son indispensables para los partidos políticos y el Estado.

     En realidad, la relación de la Iglesia católica con la democracia tiene dos aspectos bien definidos. Uno es el de la democracia en la sociedad y el Estado y el otro en el interior de la misma institución religiosa.

     Un eminente teólogo filipino llamado José Vidamor Yu, indica en un ensayo sobre el tema que la posición de la Iglesia católica con respecto a la democracia en la sociedad y el Estado se define por el carácter moral que tiene —o debe de tener— el poder público.

     La Iglesia católica —dice Vidamor    Yu—, “condena toda forma de totalitarismo pues este niega la ´dignidad trascendental de la persona humana´, y expresa, en cambio, gran estima por los sistemas democráticos que reconozcan el papel esencial de los individuos, las familias y los distintos grupos que constituyen la sociedad y den, asimismo, a los ciudadanos amplias posibilidades de participar en el desarrollo de las comunidades políticas y religiosas”.

     Sin embargo, la Iglesia no se involucra en política partidista ni en la lucha por el poder. Por lo menos no lo hace en la actualidad. Su intervención es pastoral y moral. La Iglesia católica no es un partido político ni un movimiento social con intereses creados, los que constituyen la base de unión de las personas en los partidos y asociaciones sociales con objetivos comunes.  

     La Iglesia católica es parte de la sociedad pero su origen es divino. Funciona mediante un sistema jerárquico porque fue instituida por Jesucristo para “gobernar en la fe y guiar en las cuestiones morales y de vida cristiana a los fieles católicos”.

     Ahora bien, la Iglesia católica no es indiferente ni ha sido ajena a los planteamientos y discusiones, acerca de que su funcionamiento interno debería de ser democrático y no jerárquico. Es decir, que como dijera Daniel Ortega en su discurso a los policías, los sacerdotes, obispos, cardenales, y aún el papa, deberían ser electos por los creyentes y no designados de arriba hacia abajo.

     Tan temprano en la historia de la Iglesia católica como el siglo III, san Cipriano, obispo de Cartago, dijo: “Que no se le imponga al pueblo un obispo que no desee”. Y en el siglo V el papa León Magno indicó que “aquel que debe presidir a todos debe ser elegido por todos”.

     Esas ideas se discutieron intensamente y se han venido discutiendo a lo largo del tiempo. Pero la sabiduría de la Iglesia que según la fe de los creyentes le viene de la iluminación del Espíritu Santo, la hizo adoptar y practicar el sistema jerárquico de funcionamiento que le ha permitido perdurar a través de los siglos.

     Y le ha garantizado que, como se dice en el Evangelio de San Mateo, las puertas del infierno no prevalezcan contra ella.

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