La Iglesia católica nació destinada a sufrir persecuciones. Cristo se lo advirtió a Pedro cuando lo instituyó como su roca fundacional (Mt. 16:18): “Tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella”. Su mensaje era inequívoco: el poder de las tinieblas lucharía contra ella —aunque sin vencer— hasta el final de los tiempos. Y así fue. No hay siglo en la historia de la Iglesia donde hombres o sectores con poder no la hayan perseguido; unas veces abierta y sangrientamente, otras en forma solapada.
La historia de la Iglesia en Nicaragua no ha sido excepción. Ya vimos que la primera persecución fue obra de la familia de los Contreras, quien en 1550 asesinó al obispo Antonio Valdivieso por haberles denunciado sus tropelías contra los indios. La segunda fue la protagonizada por Morazán, poco después de la independencia, motivada por la ideología anticlerical del liberalismo decimonónico. La tercera fue la protagonizada por el presidente Zavala (1879-1883).
Zavala era oficialmente conservador, pero ideológicamente estaba más cerca de los liberales. Con ellos compartía su animadversión a los jesuitas, 73 de los cuales arribaron a Nicaragua en 1871 tras ser expulsados de Guatemala por Justo Rufino Barrios. En 1881 los culpó de haber soliviantado los ánimos del clero y padres de familia leoneses que protestaban su nombramiento del polaco Josef Leonard, libre pensador anticatólico, como director del Instituto de Occidente. Hizo lo mismo cuando poco después ocurrió la famosa rebelión de los indios matagalpinos. Al grito de ¡Muera la gobierna!, miles de ellos cayeron sobre la ciudad protestando las políticas que les forzaban a trabajar en la construcción de caminos y tendidos de telégrafo. La revuelta fue aplastada y Zavala, sin ninguna evidencia, volvió a culpar a los jesuitas y ordenó su expulsión, a pesar de las multitudinarias protestas populares. Luego, en septiembre, tras un conato de alzamiento en León, apresó y desterró al canónico Apolonio Orozco.
En opinión de Edgard Zúñiga, autor de la Historia Eclesiástica de Nicaragua, con la expulsión de los jesuitas “Nicaragua perdió un enorme foco de cultura y educación cuyo vacío no pudo ser llenado sino mucho después… La Iglesia institucionalmente quedó empobrecida, sin recursos humanos…”
Apenas diez años después vendría la cuarta persecución a manos del dictador José Santos Zelaya (1893-1909). A escaso un año de haber ascendido al poder expulsó a las diecisiete hermanas salesianas que había llevado a Nicaragua la santa Francisca J. Cabrini en 1882. Ellas hacían una magnífica labor con los pobres tras haber fundado el colegio La Inmaculada y una casa de huérfanas. Pero Zelaya las sacó sin darles casi tiempo de alistarse. Este no fue un hecho aislado sino una expresión del desprecio que él sentía hacia el catolicismo, al que consideraba fanático y contrario a la razón. Muy temprano ordenó también la secularización de la enseñanza. En palabras de contemporáneos “sacó a Cristo de las aulas”, poniendo fin a cerca de cuarenta años de instrucción religiosa en las escuelas públicas y suspendiendo el financiamiento de las religiosas privadas. La medida fue tomada a espaldas del pueblo, quien era entonces casi totalmente católico y anhelaba para sus hijos la educación religiosa.
Para agosto de 1894 el clero realizó una manifestación contra estas políticas lo que provocó otra ronda de expulsiones. Después Zelaya dictaría una ley prohibiendo las fiestas patronales con que los pueblos celebraban sus santos. En 1899 despojó a la Iglesia de prácticamente todos sus bienes raíces, muebles, semovientes, y pertenencias de las cofradías. Siguió a esto con más arrestos de sacerdotes, algunos acompañados de maltratos. Finalmente, en 1904 cerró el seminario, prohibió el ingreso de religiosos al país, y exigió abolir el uso de vestimentas eclesiásticas en público. En León, el sacerdote Ramón de Jesús Castro, desobedeció la orden y fue golpeado por la policía. Indignado, el obispo Pereira y Castellón excomulgó a Zelaya, quien le ripostó expulsándolo del país con 27 clérigos más.
Tras la caída de Zelaya en 1909 la Iglesia viviría un prolongado lapso de paz. Fue hasta la revolución sandinista en 1979, que se abrió otra nueva etapa persecutoria que analizaré próximamente.
El autor es sociólogo e historiador. Exministro de Educación.