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¡Amigo de mis hijos!

“No basta que de afecto tú le has dado bien poco, todo por culpa del maldito trabajo y del tiempo. No basta, porque cuando quiso hablarte de un problema tú le dijiste: niño, será mañana, es muy tarde, estoy cansado”. ¿Le resulta familiar? Sí, es la famosa canción de Franco de Vita, pero además es la realidad a la que muchos adolescentes se enfrentan.

GERALDINA GONZÁLEZ C.   

“No basta que de afecto tú le has dado bien poco, todo por culpa del maldito trabajo y del tiempo. No basta, porque cuando quiso hablarte de un problema tú le dijiste: niño, será mañana, es muy tarde, estoy cansado”. ¿Le resulta familiar? Sí, es la famosa canción de Franco de Vita, pero además es la realidad a la que muchos adolescentes se enfrentan.

Alejandra es una de ellas. Perder a su padre en la infancia y crecer únicamente con su madre ya era un golpe emocional que le había marcado la vida.

En la búsqueda de llenar ese vacío, la mamá de Alejandra se dedicó a trabajar tiempo completo para brindarle todas las comodidades que una niña podía tener: ropa de marca, zapatos, aparatos tecnológicos, clases y actividades extracurriculares, entre otras cosas.
Sin embargo, había algo mucho más importante que ninguna cantidad de dinero puede cubrir y que era la verdadera necesidad de Alejandra: la comunicación con su madre.

Con el paso del tiempo, las inquietudes e inseguridades típicas de una adolescente fueron surgiendo, pero la idea de sentarse a conversar con su madre y compartirle sus vivencias solo era parte del anhelo o sueño de Alejandra.

“Nunca tenía tiempo para conversar conmigo, siempre estaba trabajando y cuando llegaba a la casa yo ya estaba dormida”, cuenta Alejandra.

Pequeños detalles como compartir un desayuno, preguntar cómo estuvo el día en la escuela o interesarse por los proyectos escolares de los hijos tienen un gran significado para ellos, pues hacen notar la presencia de los padres en su vida.

“Cuanto más tiempo el padre se relacione con sus hijos, mayores serán las bases afectivas y cognitivas de un individuo”, explica la psicóloga Cristian Padilla.

¿Solo en la infancia?

Pero no solo en la infancia se necesita de la presencia activa de los padres, sino también en cada etapa, pues es una labor de toda una vida, sobre toda en la adolescencia y juventud (que es el tiempo que los hijos están aún bajo el mando de los padres). En la juventud, los hijos se enfrentan a situaciones difíciles y, poco a poco, empiezan a tomar sus propias decisiones para definir su camino.

“Si abandonamos a nuestros hijos en la etapa inicial y no les damos lo que necesitan, en la adolescencia se nos puede convertir en un problema”, advierte el médico psiquiatra Nelson García Lanzas, especialista en terapia familiar.

Agrega que durante la infancia es cuando los niños necesitan más de sus padres, de la relación afectiva, la protección y la sensación de seguridad que estos pueden proveerles.

De acuerdo con la psicóloga Cristian Padilla, la infancia es la fase más importante para el desarrollo general, cerebral y biológico de los niños, por tal razón la interacción con los padres fortalece la salud, la educación y la participación social en su entorno.

Durante la adolescencia es importante que los padres se integren en las actividades de sus hijos, pues en esta etapa se presentan mayores problemas afectivos debido al descontrol hormonal, cambio de actitudes y de pensamientos.

Involucrar a los hijos en las actividades de la familia es otra forma de establecer una relación de confianza entre padres e hijos. “De esta manera ellos conocerán la responsabilidad y el esfuerzo de sus padres por el bienestar económico de los hijos”, señala Padilla.

Equilibrio del tiempo

Cuando las ocupaciones laborales demandan demasiado tiempo se puede correr el riesgo de desatender a los hijos, lo que poco a poco va creando un ambiente de soledad alrededor de ellos.

Si bien el bienestar económico de la familia debe priorizarse, la interacción con los hijos y el estar pendiente de sus actividades tiene igual nivel de importancia.

“Aunque los padres lleguen cansados del trabajo, siempre es bueno acercarse a sus hijos, preguntarles cómo se sienten, cómo les fue en sus actividades escolares, dedicar por lo menos unos cinco minutos a revisarles sus útiles y cuadernos y sobre todo preguntarles si no tienen ninguna dificultad. Eso les tomará tan solo unos treinta minutos”, expone la psicóloga Cristian Padilla.

Asimismo, el médico psiquiatra Nelson García sugiere aprovechar las nuevas tecnologías para estar siempre en contacto con los hijos.
“Si yo trabajo diez horas, puedo mandar mensajes de cariño a mis hijos, llamarlos para saber cómo se sienten o si necesitan algo. Lo importante es hacer presencia”, sostiene el especialista.

Padres, también amigos

No existe una fórmula mágica para crear una relación armoniosa entre padres e hijos. Sin embargo, ambos especialistas coinciden en que la comunicación y el amor son elementos fundamentales en este tipo de relación.

En la medida que se desarrolle un ambiente armonioso, los padres pueden convertirse en amigos de sus hijos. Según el doctor García, esta es una tarea delicada para todos los padres de familia, ya que además de mostrar empatía y comprender sus situaciones, deben formar y corregir con el rigor de padres.

“Al adolescente hay que hacerle sentir que los padres también pueden ser sus amigos, que sientan la confianza de expresar y plantear sus emociones, pensamientos y dudas sin sentirse juzgados, sino, por el contrario, apoyados e informados. Si queremos que nuestros hijos se nos acerquen, tenemos que abrirnos con ellos”, expresa García.

Factores de riesgo

No dedicar el tiempo de calidad necesario a los hijos puede desencadenar una serie de comportamientos o secuelas en la vida de ellos, pues crecen en un ambiente de soledad y poca expresividad de emociones con los padres.

El abandono afectivo es, según García, una de las principales consecuencias de esta falta de relación entre padres e hijos.

Asimismo, problemas durante la adolescencia como libertinaje, consumo de drogas, relaciones sexuales sin protección, entre otros riesgos, son parte de las consecuencias que puede provocar la falta de comunicación entre padres e hijos.

“Los niños se pueden deprimir y sentirse no deseados. Se sienten rechazados, abandonados y más adelante, cuando crecen, tienen afinidad por grupos excluidos donde se unen varias personas con sensación de exclusión y es ahí donde empiezan los problemas de grupos de pandillas, por ejemplo”, explica el médico psiquiatra.

La carencia de afecto y atención que sufrió Alejandra la llevó a buscar refugio en su grupo de amigos, de los cuales algunos continúan a su lado hasta la actualidad.

El médico psiquiatra García explica que cuando los hijos carecen de una relación armoniosa con los padres, pueden reproducir este comportamiento cuando asumen el rol de padres, “porque la comunicación también es una forma de aprendizaje y si lo educaron con gritos, maltratos e insultos, existe una gran probabilidad de que continúe con ese comportamiento”.

Hoy, a sus 23 años, Alejandra ha formado su propia familia. La principal secuela de la poca relación con su madre se refleja en la dificultad de expresión de sus sentimientos, problema que poco a poco ha tratado de superar para evitar repetir el mismo modelo con su hija de 2 años.

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