14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

“Elena Alonso escribe porque el hombre de su cuento prefería mirar el mar y ella estallaba en palabras amontonadas en mitad del océano. Escribe porque un día mientras lloraba, alguien a quien quiere le dijo: “No lo compartas con él, compártelo con el mundo” LA PRENSA/CORTESÍA DE ELENA ALONSO

Elena Alonso

Había una vez una mujer joven que se fue a vivir a una isla. Dio a luz a una niña e hizo su nido en el mar con un hombre que estaba lleno de mar.

ELENA ALONSO Y FÁTIMA ARELLANO

Había una vez una mujer joven que se fue a vivir a una isla. Dio a luz a una niña e hizo su nido en el mar con un hombre que estaba lleno de mar.

Tiraban pedacitos de pan a los peces desde la ventana, el papá y su hija, la cachorrita, para que la mujer descansara y lograra recuperar el cuerpo convertido en manantial. Ella no sabía nada sobre maternidad. Embarazada se ahogaba en tierra y asustada dejaba pequeñas gotitas de sangre al caminar. Tenía miedo de perderse, hasta que se perdió.

A los siete meses nació una niña tan pequeña como un animalito, de ojos grandes y abiertos, con un sol en el corazón. Les dijo: “Soy Nahla, Nahla, fuerte como el Sol”. Tenía tantas ganas de abrazaros.

Nahla es un nombre africano. En suahili significa “regalo”. Como nació prematura estuvo un mes en la incubadora. Sus padres fueron su hogar, refugio y alimento. Le dieron el cuerpo y le regalaron una camiseta blanca porque utilizaron el método del canguro, apretada contra el cuerpo del papá y la mamá. Vivía la pequeña Nahla respirando el olor de sus padres, durmiendo encima de dos montañas calientes que latían. “Tenías una pajita, Nahla, metían la leche de mamá por un agujerito y dejaban caer un río blanco dentro de ti”.

Pasaron muchos días. El hombre de mar se inventaba cuentos para que la mujer no llorara y le enseñó a mirar solo lo que le hacía reír y calmaba su corazón. Aprendieron a confiar y le prometieron a Nahla el mar. Una vida antes, la mujer creía que su felicidad estaba al final de un patio de butacas, en un teatro, y enredaba las horas en un sueño, sin darse cuenta de que la vida era otra cosa. Era eso, lo que pasaba mientras.

Nació la bebé, nació la madre y la mujer compró un boleto de ida para la actriz. Cuidó que no le faltara nada y le dio un beso en los labios mientras salía volando. Durante dos años y más la mujer entregó el cuerpo a su criatura, lo convirtió en hábitat, en alimento, hizo su amor de entrañas. El hombre lo permitió, se apartó, lo hizo posible.

Vivían sobre el mar. Las gaviotas entraban en su casa. Dejaron al amor hacer y la habitación se llenó de sombra. Hasta que un día… “Vámonos”, le dije. “Quiero ver cocodrilos”. Y él nos dijo: “Os llevaré donde las mariposas son tan grandes como pájaros y los pájaros del tamaño de una abeja”.

Estaban en una isla, se fueron sin saber que un año después volverían separados. Volaron de Lanzarote a Costa Rica, de los volcanes a una selva.

Viajaron por el Pacífico, durmieron en pueblos invisibles donde las casas flotaban sobre cuatro palos. Debido a las tormentas, estuvieron cuatro días en un lugar custodiado por siete perros grises, todos iguales, de un americano loco que cargaba su pistola por si alguien molestaba a alguno de sus perros. Buscaban un lugar para quedarse. Y en la selva se encontraron con el mar, otra vez, porque al hombre le estaba llamando su sueño: comprarse un barco. Vivir en el mar. “Hagámoslo ahora. Yo te ayudo”, le prometí.

Y volaron de Costa Rica a Martinique, un puntito en el Caribe, y buscaron un barco entre los cientos que flotaban allí.

Cuando lo encontraron, la mujer se despidió de las ranas diminutas que subían por las paredes y de un colibrí que jugaba con una flor. La mujer pisó la tierra sin darse cuenta y saltó al barco con la niña en brazos.

Cuando se hace de noche en el mar, se enciende una luz en lo más alto del palo mayor y es como si cada barco colocara una estrella en el cielo.

Hay jaulas en tierra y jaulas en el mar. Hay jaulas en la mente. Una pluma de las alas de la mujer tintineó y vibró su cuerpo desde el aire hasta el suelo.

La mujer tocó por curiosidad un barrote de oro y brillantina y apareció ante ella la jaula inmensa llena de alimento, de tesoros preciosos, libros, mapas de colores y un barco volando que parecía llevarle a donde ella quisiera.

La mujer cogió a la niña de la mano y abrió la puerta. Lo increíble fue el tamaño de las alas.

Ella es Elena Alonso. Escribe porque el hombre de su cuento prefería mirar el mar y ella estallaba en palabras amontonadas en mitad del océano. Escribe porque un día mientras lloraba, alguien a quien quiere le dijo: “No lo compartas con él, compártelo con el mundo”.

Tituló su libro de cuentos Viajamor, porque al salir de la jaula empezó a inventarse palabras. “Y dejé de decir “te quiero” y recordé a Frida Kahlo con el “te cielo, así mis alas se extienden enormes para amarte sin medida”. Se separó con abrazos del papá de la leoncita. Amándole hondo, se quedó en el mar.

“Nosotras buscamos un lugar en tierra. Aprendí a cocinar cous-cous y lentejas. Convertida en loba, dejó de servirme la monogamia y me enamoré de dos hombres a la vez. Uno era de mar y el otro de tierra, y los amé a la vez porque dejé de decir mentiras”.

Para empezar, buscó un lugar en Sevilla, “porque allí la gente es simpática y regala un “pachús” a los niños y niñas cuando van a comprar tomates”.

Cuando dejó de servirle la ciudad, volvió a la isla de los volcanes. “Aquí nos hemos reencontrado su papá y yo, por separado, él con su historia, yo con la mía. El núcleo lo compartimos, por los siglos de los siglos. Cada vez que le veo le abrazo. Lo hago por mí, porque yo a la gente que quiero la abrazo”.

A Nahla le han permitido crecer como un árbol en un bosque. Es su cachorrita. “No me interesan los bonsais. Mi niña es un árbol. No necesita ir al colegio porque quiero que aprenda solo lo que quiera”, me dijo él la única vez que hablamos de escolarizarla.

¿De qué se alimenta? Elena se alimenta de sí misma. “Cuando conozco a alguien le advierto de la exclusividad. Si quieren se quedan. Si no, se van. Ya no espero nada de nadie, por eso lo espero todo. Cuando necesito un abrazo lo pido. Ayer aprendí a abrazarme a mí misma. He decidido parar en esta isla un tiempo. La cachorrita necesita raíces y yo se las doy. Cuando me digan los volcanes, nos iremos. Me preparo para el día de fiesta en el que ella vuele. Ahora su papá y yo sabemos que necesita volar conmigo; mientras, cuido que no le falte polvo de hadas en sus alas. Escribo cuentos cuando ella duerme. La amamanto desde hace tres años y una lluvia de meses. Escribo para compartirlo con el mundo. Hablo de lo que no se habla, de lo que está prohibido. La única familia que existe es la que me invento. El amor está en todos. La distancia no existe. La gente es buena siempre. Y la vida, la vida es un cuento”.

Nosotras entrevista

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí