Francisco Asís Fernández
Había una vez un inmenso animal que medía 130,000 kilómetros
cuadrados con las canillas de trapo y la cara al revés
¿querés, querés que te lo cuente otra vez?
Había una vez, después del diluvio, cinco millones de hombres y mujeres
que querían salvar los rastros de sus sentimientos interiores
y solo oían voces desencajándose de cortezas primitivas
con el sarro inmaterial que sustituye el brillo de los ojos,
cuárzos y coágulos espirituales, fetos de flores,
canillas trapo y la cara al revés
¿querés, querés que te lo cuente otra vez?
Por todos lados los rastros de la descomposición.
Con 200 años de rosas en el estupor de la tortura
ya a nadie le extraña su muerte.
Somos ese animal corriendo detrás de ese país que se borra.
Somos cinco millones de muertos en el tribunal de la angustia
recitando una poesía sin camisa en el hielo de la calle
con versos que ya no hablan de sentimientos sino de resentimientos.
Ya no quedan votos de fe para tantos culpables.
Todos murmuramos en las esquinas y en los rincones
y estamos cansados de tener tanto miedo.
Este inmenso animal nos da lo que nos quita
y todos nos comemos la carroña de sus alas
y ya no nos limpiamos ni las babas ni los desperdicios.
Ya no vamos mas allá de nuestro miedo,
ya solo podemos contar con nuestro propio desprecio.
Había una vez un animal inmenso
que pasó doscientos años ahorrando lágrimas
para gastarlas de una sola vez en el próximo diluvio,
que se movía sin moverse
y cambiaba para que todo siguiera igual
¿querés, querés que te lo cuente otra vez?
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