El viento se detuvo y todas las cosas
quedaron quietas en su lugar.
El calor, que husmeaba
por puertas y ventanas,
se colgó patas arriba
como un murciélago transparente
sobre una cortina azul.
Y el tiempo, como perro regañado,
salió con el rabo entre las patas
por la puerta del patio.
Una gota de sudor resbaló
por el tobogán de mi sien,
y mi oído despistado
abrió un paraguas en el pabellón de la oreja
creyendo que llovía.
Una mosca desmayada
como un lunar alado
sobre mi pecho se posó,
y el esqueleto de un gato lampiño
saltó sobre un calcetín
que parecía un ratón.
Inhalé el único aliento
que había en el cuarto,
y con un puñetazo brutal
hice rodar por el piso
el último día del verano.
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