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Cuentos misquitos

Una muestra de las historias mágicas de la zona Caribe nicaragüense que reúne ese sentido étnico y único que la costa arrastra con sus personajes de antaño que se vuelven leyenda y mito

DAMHPUNI

Había un hombre raro que se llamaba Damhpuni. Era nieto de una anciana. Undía, esta le dijo a su nieto:

– Vete al llano! Allí hay bastante guayaba madura, tráeme algunas.

Damhpuni salió con una canasta grande, pero era muy vago y anduvo paseando por otras casas vecinas.

En el camino vio una casa y adentro observó a un hombre y a su esposa platicando.

Escondido bajo el piso, escuchó lo que el hombre le decía a su mujer:

– Yo voy a la montaña en busca de carne, y dejo la casa bien cerrada. No le abras a nadie hasta que yo regrese cantando.

Al escuchar esto, Damhpuni se escondió inmediatamente en la basura, riendo, hasta que el hombre entró en la montaña.

Después de un rato, Damhpuni llegó sigilosamente donde estaba la mujer y le dijo cantando:

– Mi amor, mi amor, ¡abre la puerta! Yo soy tu amado esposo. La mujer abrió la puerta, pensando que era su esposo, y Damhpuni entró, peleó con ella, le dio de patadas hasta que ésta perdió la conciencia, y la mató; luego se la comió.

Se llenó mucho y como no pudo comerse una pierna la dejó colgada.

Cuando el esposo regresó de la montaña, lloró mucho por su pobre esposa. Con lágrimas, bajó la pierna que el hombre extraño había dejado colgada y la enterró.

Luego hizo una gran jarra de misla (antigua bebida alcohólica que los miskitos preparaban con yuca masticada) e invitó a toda la gente del pueblo a tomarla, por la tristeza de la muerte de su mujer. En esta ocasión llegó toda la gente, pero Damhpuni no llegó.

Después de comer a la mujer, Damhpuni recogió solo una guayaba, la metió al canasto y se la llevó a la abuelita. Entonces su abuelita dijo:

– Damhpuni, ¿no habrás comido a la esposa del hombre? ¡Mira tu barriga como está!

Damhpuni le contestó:

– No abuela. Es que yo he comido muchas guayabas, por eso mi barriga está así.

Mientras tanto, en la casa del viudo estaba toda la gente tomando misla: pero la abuela sabía lo que había sucedido y preguntó otra vez:

– Damhpuni, ¿qué te pasa, no sos humano? Toda la gente está tomando misla por el pesar. ¡Anda!

Así le dijo, pero Damhpuni no fue.

Otro día, el hombre viudo hizo bastante misla por su tristeza e invitó otra vez al pueblo. Al escuchar esto, la abuela le dijo a Damhpuni:

– Damhpuni ¡anda! Acompáñalos un rato.

Damhpuni, enojado, le contestó a su abuela:Ya que tanto insiste, voy a ir. Y se fue a tomar misla.

El hombre viudo le dio a beber mucha misla a Damhpuni y lo emborrachó. Damhpuni, en la borrachera, habló cosas sobre su crimen, que el viudo escuchó.

Enfurecido el viudo, se levantó y le cortó la cabeza a Damhpuni.

La abuela de Damhpuni estuvo esperando a su nieto. Al ver que no llegaba, se dijo:

– Ajá! Yo sé que Damhpuni se comió a la mujer. Ya deben haberlo matado.

El viudo, de la tristeza, se fue a otro lugar.  

 

Sol Montoya/Polinario

Sebastián, Yu Kum Kan…

Había una vez…, CIDCA, 1990

 

ASANG BUSNA Y KARA

En la Moskitia Norte desde hace muchos años del tiempo pasado que no se pueden contar, cruza el Awala Wanki en su parte superior, viajando de sur a norte, entre sus montes azules y vírgenes. Hay dos montañas imponentes frente a frente. Como retándose eternamente están los dos colosos.

Así quedaron desde los tiempos de los tiempos… Así quedaron como testimonio de lo que pasó.

Vientos fuertes desde hace siglos vienen azotando sus picos. De tal forma se encuentran los dos cerros conocidos como Aang Busna y Kara, se llaman así porque eran esos los nombres que llevaban los dos hermanos, sus dueños.

El mayor se llamaba Asang Busna y el menor Kara.

El mayor era el dueño del primero y el menor era el dueño del cerro más pequeño.

Los dos cerros eran la morada de ellos que eran Lasa (diablos).

El interior de los Lasa estaba lleno de Lilka, especialmente el Asang Busna, que no tenía espacio donde poner tantas figuras.

Muchos de los dueños de esos Lilka estaban muertos, otros en estado de gravedad, pero dentro del cerro Kara sólo se podía contar siete Lilka o figuras.

Todos los afanes de Kara por atraer más figuras fueron en vano porque cada vez que intentaba atraer más, ya Asang Busna se había adelantado; y esto con el tiempo provocaría una feroz lucha entre ambos hermanos.

Pues no pasó largo tiempo, cuando un día apareció Kara y comenzó a reclamar a su hermano Asang Busna diciéndole en esto términos:

“Hermano, en tu interior veo mucho más Lilka, yo apenas cuento con siete, y como se trata de hermanos, dame algunas, porque si yo tuviera esa cantidad que tú tienes con gusto compartiría contigo”.

Pues Kara pensó que como su hermano mayor había robado tanta Lilka que en el interior de su morada ya no cabía, pidió las figuras. A medida que el menor iba hablando Asang Busna se iba poniendo furioso contra él.

Su mayor preocupación era que si Kara informaba a Aubía, dueño de las montañas y cerros – porque Aubia como dios y señor muy poderoso era terrible en su cólera – se iba a enojar terriblemente.

Asang Busna de tanta cólera iba arrugando su rostro, iba cambiando su faz, y con ello el ambiente se iba a tornando raro pues del lado del cerro comenzó a llover en gran cantidad.

Se escuchaban como rugidos de bestias heridas.

Los retumbos no cesaron ni por un momento acompañados de lluvia y más lluvia. El tiempo cambió totalmente.

En esos días de tiempo tan extraño, sólo en una parte de la gran selva ocurría este fenómeno.

Los dos hermanos fueron a una lucha de titanes, jamás nunca nadie presenció semejante acontecimiento, las patadas de cada uno eran como terremotos que la misma montaña lamentaba.

Los trompones que ambos lanzaban eran semejante a vientos tempestuosos, huracanados.

Parecía que ambos hermanos se descuartizaban, parecía que se reventaban, y no había nadie que fuera a mediar en tal lucha.

En cada momento aumentaban mas las fuerzas de ambos, tanto que se desató una lluvia que duró varios días.

El firmamento se oscureció totalmente y era temeroso ver tanto cambio en la selva.

En muchas comunidades como Wampú, Raití, Andris Tara, se escuchaban desde lejos el retumbar de las montañas.

Estas comunidades fueron testigos mudos, de como un gran cerco de nubes se cernía sobre los dos cerros; hasta que las nubes espesas se adueñaron de esos cerros.

Desde entonces, los hermanos Asang Busna y Kara son enemigos mortales, – pero también los dos están frente a frente como retando al tiempo eternamente.

Nunca nadie ha visto sus picos despejados … Ahora cuando los cazadores pasan cerca de Asang Busna, éste como de costumbre se pone furioso y como signo de su enojo, comienza a llover.  

Hemaldo Prado, Andris

Tara (Tininiska 4, noviembre 1995)


 

 

LA DESAPARICIÓN DE WISWIS

Un buen día, dos hombres de la población de Wiswis decidieron ir de cacería.

Se internaron en la montaña, y cuando iban persiguiendo a un venado oyeron a alguien que los llamaba por sus nombres y luego pronunciaba las palabras ¡Dar! ¡Dar!

Muy asustados se detuvieron y empezaron a examinar el lugar de donde los habían llamado, pero no encontraron nada ni vieron huellas, ni escucharon pasos de la gente.

Solo lograron ver un bejuco que se mecía sin que nadie lo moviera ni soplara el viento.

Uno de los cazadores, atraído por la curiosidad, se aproximo al bejuco, lo agarró y al instante se hizo invisible.

El otro asustado ante la desaparición de su amigo, quiso huir, pero escuchó una voz que le dijo:

“¡No te corras! ¡Toca tú también el bejuco!”

Y como la curiosidad era más fuerte que el miedo, así lo hizo e inmediatamente se hizo también invisible. De esta manera, descubrieron que al tocar el misterioso bejuco se hacían invisibles y al soltarlo, se volvían visibles.

Regocijados antes este hallazgo dijeron: “Ahora podemos cazar animales sin problemas.”

Claro, dijo el otro, nos haremos invisibles y los animales no nos podrán ver.

Ese día cazaron dos venados y decidieron regresar a Wiswis, llevando consigo varios pedazos del misterioso bejuco.

Cuando llegaron al pueblo, la gente corrió asustada porque no veían a los hombres que cargaban los venados.

Al ver eso, los cazadores soltaron los bejucos y se hicieron visibles para que se detuviera la gente que iba huyendo al monte, muerta de miedo.

Los habitantes de Wiswis, conocedores del poder del bejuco. Dar planearon como utilizar contra su malvado gobernador Ivihna.

¡Vamos a buscar Dar para hacernos invisibles cuando llegue lvihna con sus hombres a cobrarnos el tributo! decidieron ellos.

¡Así nos burlaremos de él y no le pagaremos más tributos!

No había pasado mucho tiempo cuando llegó a Wiswis el tirano Ivihna con sus hombres.

Pero se sorprendieron al ver que toda la gente había desaparecido.

Entonces el tirano dijo enojado: “Huyeron al monte para no pagar el tributo, pero ya verán!

Y decidió buscarlos hasta encontrarlos.

Pero cuando se disponían a emprender la búsqueda recibieron una tremenda paliza de manos invisibles que los hizo huir en verdadera estampida.

Pasados unos días lvihna se dio cuenta que los habitantes de Wiswis se encontraban muy tranquilos en su pueblo.

Comprendiendo que había sido burlado, planeó castigarlos.

De esta manera lvihna y sus secuaces trataron de sorprenderlos para conocer el secreto de como hacerse invisibles.

Pero cuando llegaron nuevamente a Wiswis sus habitantes habían desaparecido con todos sus animales y demás pertenencias. Por las huellas dejadas, Ivihna y sus soldados comprendieron que se habían ido hacia el norte y empezaron a perseguirlos.

Después de varios días de persecución llegaron hasta Karrisal, donde desaparecieron las huellas.

El tirano lvihna regresó a casa decepcionado y burlado, porque además ya no lograría más tributo de este pueblo.

Desde entonces nadie sabe el destino que corrieron los habitantes de Wiswis.

Algunos dicen que se hicieron invisibles para siempre. Otros dicen que viven en Butuk Awala.

Al pasar cerca de las ruinas de Wiswis, donde se ven algunas escrituras en piedra, los viajeros a menudo exclaman: “Aquí fue Wiswis”.

Avelino Scott, Cuentos Miskitos-Miskitu Kisika Nani, 1989


 

 

EL ULAK Y EL HOMBRE

Una vez, un grupo de hombres salió de noche a la montaña, con el fin de ver que podían encontrar.

En el tiempo que estuvieron en la montaña, habían muchos Ulak allí.

Una noche, mientras los hombres dormían, fueron rodeados por los Ulak, por lo que tuvieron que enfrentarse con ellos.

Lucharon fuertemente y los Ulak lograron matar a todos los hombres. Sólo uno de ellos logró escapar.

El hombre anduvo largo tiempo en la montaña.

Un día, después de haber andado mucho, encontró a una Ulak y ésta lo llevó a su casa.

Pero el hombre nunca estuvo conforme de estar con la Ulak.

Después de algún tiempo, la Ulak tuvo un hijo del hombre, pero a pesar de esto la Ulak nunca dejaba salir al hombre, por temor a que la dejara.

Un día, la Ulak salió en busca de comida; en esta oportunidad, el tienen hombre salió huyendo. Corrió, Corrió, corrió y corrió.

Después de haber caminado largo rato, llegó a la orilla de un río y, al ver pasar un bote, se montó.

Apenas se había montado al bote, apareció detrás la Ulak, cargando al hijo; y al ver que el hombre ya se había montado al bote, la Ulak levantó al niño y se lo enseñó para que el hombre se quedara. Al ver que no podía hacer nada, tomó al niño de las piernas y lo rompió en pedazos y regresó nuevamente a su casa.

De esta manera, el hombre pudo salvarse de manos de la Ulak.

Sol Montoya/Polinario Sebastián, Yu Kum Kan… Había una vez… CICA, 1990

 


COMO PERDIÓ LA VOZ EL DANTO

Un día, un danto caminaba por la orilla de un río y un mono congo lo observaba desde la rama de un árbol.

En esos tiempos, el danto y el mono congo no tenían la voz que tienen en la actualidad. El mono congo solo sabía silbar, mientras que el danto tenía una voz fuerte.

Actualmente, los que conocen la montaña, saben que el danto sólo sabe silbar y que tiene una voz débil; pero en aquellos tiempos, el  danto, con su vozarrón, le preguntó al mono congo: ¿Cómo estás? En qué estás pensando, sentado en esa rama? Hasta ahora logro escuchar tu hermosa voz – dijo el mono congo, silbando.

– Si mi voz te parece hermosa, entonces te daré un poco de ella si tú me das una parte de la tuya – le contestó el danto.

– Me parece bien, cambiemos de voz – le dijo el mono congo. Los dos intercambiaron entonces la voz. Y el mono congo, ya con la voz del danto, le dijo:

– Tu voz me parece muy linda.

Después de decir esto subió al árbol, mientras el danto, enojado, dijo desde el suelo: ¡Bájate y devuélveme mi voz!

Pero lo dijo silbando.

Entonces, el mono congo, riéndose, respondió: – No entiendo lo que dices, solamente te escucho un silbido.

Desde entonces, el mono congo no baja de los árboles, por temor al danto.

Cuando tiene sed, sólo grita desde arriba.

Además, deja caer su mierda a la orilla de las quebradas para provocar la cólera del danto.

Sol Montoya/Polinario Sebastián, Yu Kum Kan… Había una vez… CICA, 1990

La Prensa Literaria

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