Julio Francisco Báez Cortés
Para ella, siempre.
Néctares perlados infiltran tu corpiño,
maliciosos bajan entre honduras y ensenadas,
serpenteo arisco, inocente, atrevido;
jadeante brisa de portentoso efluvio
¡Vientre que sonríe! ¡Camanance que delata!
Como náufragos en trance fuimos agitados
por lujuriosos mares de insurrecto oleaje,
¡diluvio íntimo que trasformó lo incierto
en festival violento para endulzarlo todo!
Poco a poco, cielo y tierra se agigantan.
Acantilados y bahías en nupciales roces,
torbellinos y relámpagos inquietos claman,
acompasados truenos, cabriolas en volandas
¿Llegaste a puerto? ¡Vibro, luego existo!
Al fin la tempestad reposa, limpia y mansa.
El despertar de amantes se avista perezoso.
¿Valdrá la pena recuperar el juicio?
¿Tendrá sentido restablecer la calma?
I
Amanecí aturdido por el gris delirio de mil presagios.
Consulté al oráculo y visité a las ninfas. Me auxilié de pócimas.
Volé nervioso entre Pegasos, cóndores y cisnes encantados.
Todos me engañaron. Escleróticos de fantasía, viven su demencia persiguiendo ángeles o mutilando estrellas.
II
¿Será esta pesadilla perdición de infiernos o injusto maleficio?
Sólo podemos comprobarlo si el baúl de bendiciones abre en pampas
la inocente puertecita del sacramental conjuro. Y hurgando a tientas
¡el misal de concha nácar!, primor de niños y primeras comuniones,
acudía raudo al feliz encuentro del buscador atormentado.
III
Pródigo en rocíos, mi tierno libro benévolo advertía y severo reprochaba:
¡Devora a Venus con sus montes y colinas desplegando llamaradas!
¡Ama enloquecido y desprecia necedades! ¡Lánzate y desborda los placeres
del furor incontrolado que transforma a los amantes en vital epifanía!
¿O ya olvidaste que el candor de infantes convierte el mal en utopías?
Para ella, siempre. A Titi Reina, mi chiquita.
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