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Salvador Cardenal, un músico que siempre le compuso y le cantó a la naturaleza. LA PRENSA/ARCHIVO.

Salvador Cardenal, obra fresca y versátil

Salvador Cardenal está inmóvil. Ha cerrado los ojos en un acto que estaba previsto. Ya sus manos no podrán pintar a los ángeles sobre el paisaje de las nubes, silbar al lado de los pájaros, ni su péndola escribir los versos inéditos cuya modestia supo esconder. Ha reconocido que cuando la muerte ocurre, emerge el laurel conclusivo del alma en el finamiento de la carne.

Salvador Cardenal está inmóvil. Ha cerrado los ojos en un acto que estaba previsto. Ya sus manos no podrán pintar a los ángeles sobre el paisaje de las nubes, silbar al lado de los pájaros, ni su péndola escribir los versos inéditos cuya modestia supo esconder. Ha reconocido que cuando la muerte ocurre, emerge el laurel conclusivo del alma en el finamiento de la carne.

Ya nada hacIa el artificio de la diálisis, ya para nada servía el suspiro maquinalmente oxigenado, salvo el entusiasmo probado en los últimos días de seguir creando, oficiando en los altares del arte, sin más perspectiva que la del deseo de completar la obra soñada, que comenzó en la juventud, que cupo en la lámina angosta de su existencia.

Lo que tanto fue vislumbrado con resignada antecedencia entre homenajes que nunca pretendieron ser luctuosos, sino el espaldarazo colateral de la pena en oración cantada. Lo que tanto fue presentido ha ocurrido: el colapso, la pasividad, la inercia física de quien como fue reiteradamente comprobado, tanto sufrió. Merecía entonces el resarcimiento de la paz para siempre.

Traté a Salvador Cardenal en varias motivaciones de su quehacer que él multiplicó por tres de los no pocos géneros del arte universal: la música, la poesía y la pintura, los versos, las canciones y los óleos. Esa trilogía sembró y cosechó con exuberante y nivelado amor, haciendo milagros de la limitada disposición de un tiempo que sentimos corre incontenible, que parte delicado con las albas, pero que en los ocasos se sumerge con un pasmoso automatismo, prisa que pone cerca el final de cada ser. Cómo hizo para aprovecharlo, para darle a cada estilo, a cada forma lo que le correspondía o corresponde porque él se ha ido, más no su obra fresca y versátil, llena de la singularidad que siempre aplicó con su acento en la vocal apropiada.

No sueña, ni padece ya. Simplemente optó por la horizontalidad silenciosa dentro de un ataúd donde las manos se entrelazan para no dejar ir —sostener— el emblema de la cruz como si cada uno de los dedos conservara la vitalidad, donde el siempre invocado corazón ya no llora ni ríe, donde en el reducido, tallado aposento, la mirada parece sacar luces del misterio para andar en la ventura de su azul en óleo, con la ilusión de encontrarse con los ángeles que hizo en vida y los cuales fueron vistos en exposiciones masivas en Estados Unidos, Rusia, Suecia, Alemania, Noruega y Dinamarca.

Música, poesía, pintura. En música es más conocido como canta-autor, como timbre y hechura ligada a la naturaleza (compositor) en el Dúo Guardabarranco teniendo de fraternal a Katia, con la sangre semejante en las venas. La música que busca cómo darle abrigo al temblor de los campos desnudos. Humanismo, naturalismo el suyo por ser de los pocos que puso color en la erosión. Ruiseñor de la ecología. Ecológico y en parte teológico.

Mucha de su poesía supera a la que solamente fue escrita para sumar pavoneos y pompas de “puetillas”. En ese sentido ella siempre estuvo sostenida por la sencillez constructiva, por un mensaje que incluso fue escrito para que los niños lo entendieran y lo cultivaran en el macizo sereno.

El carácter expresionista es revelado en sus canciones, en su pintura, en su poesía. No olvidó su compromiso con los sentimientos de los pueblos latinoamericanos puestos en la lista marginal del tercer mundo. En el rescate del folclor tal vez porque me gusta más escuchar que ver, lo siento. Ambientalista eufónico y animador social sin caer en los sitios comunes de los que cantan a la pobreza porque esa triste realidad les da dinero para vivir en la opulencia como un Arjona que no vino a Nicaragua la primera vez porque el criollismo hotelero huérfano de estrellas, no le garantizaba el agua francesa de su preferencia.

Composiciones suyas como Guerrero del Amor, Guardabosques, Mi Cuna, Casa Abierta, Dame tu Corazón entre otras, enseñan el cuerpo entero de su instauración creativa y peculiar. Melodías corales “a capela”, contra-melodías más dominantes que la melodía.

Varias fueron las exposiciones de óleo que protagonizó, todas o casi todas de carácter personal. Las relacionadas con sus espíritus celestes inspiraron a José Luis Cuevas al decir “que pintó a los ángeles que vinieron a cuidar la tierra, ángeles del amor caracterizados por la dulzura y el erotismo, ángeles que nos acompañan y nos dejan ver el cielo que todos llevamos dentro”.

La Prensa Literaria

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