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Pierre Boulez en los tiempos

Pierre Boulez (1925) es uno de los directores de orquesta vivientes más célebres del mundo. Todavía está presente su efigie vista desde el balcón bajo de estatura, de redonda apariencia y con su cabeza poco tupida del bosque que caracteriza a la juventud, pero grande dentro de ella la sabiduría invisible pero auténtica del compositor, filósofo y director.

Por Joaquín Absalón Pastora

Pierre Boulez (1925) es uno de los directores de orquesta vivientes más célebres del mundo. Todavía está presente su efigie vista desde el balcón bajo de estatura, de redonda apariencia y con su cabeza poco tupida del bosque que caracteriza a la juventud, pero grande dentro de ella la sabiduría invisible pero auténtica del compositor, filósofo y director.

Cuando lo vimos no había llegado a las cumbres de una ancianidad gloriosa como la que lo cubre ahora a través del reconocimiento por todo lo que un artista de su jerarquía ha hecho por la música principalmente en la de carácter racionalista y experimental subrayada por su línea matemática, solidario con Maderna y Stockausen.

Fue en el año sesentón del siglo pasado en ocasión de la celebración de la Feria Mundial de Nueva York, en coincidencia con la presencia de Los Beatles, conjunto de “pop” británico fundado precisamente en ese lapso en Liverpool, que tuvimos la oportunidad de verlo dirigiendo a la orquesta filarmónica de la cosmópolis haciéndole frente a la actuación interpretativa del Te Deum de Antón Bruckner.

El concierto tuvo como sede el escenario estelar del Lincoln Center que era por ese tiempo una de las primicias de la arquitectura teatral y la cual en conjunción con la puesta del espectáculo mundial produjo una recepción multitudinaria de visitantes, muchos de los cuales no sólo apetecían los hábitos superficiales como los de pasar todo el día en el pabellón de la General Motor admirando las novedades de la evolución tecnológica de entonces, sino que las grandezas del arte universal como La Piedad de Miguel Ángel, prestada por el Vaticano para tal ocasión y la serie de conciertos que cada noche ofrecía la Filarmónica de la Urbe en nivel competitivo con los no menos nutridos y variados del Music Hall.

Hace 50 años. ¿qué edad lucía el francés Don Pierre? Unos calculados 35 en la plena juventud y en ascenso incontenible a la consagración. Hace poco ha celebrado a nivel de mundo su ochenta y cinco cumpleaños. Enérgico y lleno de fibrosa estampa ante el atril, insuperable en su ardor que conservaría muchos años después, sus órdenes eran obedecidas fielmente por más de 100 ejecutantes de la colección heterogénea de la orquesta.

Aquella introducción del Te Deum olía a divinidad, al ambiente sólo sublimemente imaginado de las nubes felices del cielo, así pintadas en las primeras enseñanzas. Quizá se puso el Te Deum en honor a la congregación ecuménica.


No pocos compositores han hecho adaptaciones del himno de San Ambrosio, pero según la versión homogénea de los críticos, ninguno ha tenido el logro de Bruckner en su concepción con la grandilocuente alegría y la calurosa devoción del texto original que no sólo Bruckner respetó sino que en el momento de ser interpretado, el propio Don Pierre tomando en cuenta que el famoso compositor alemán —irrefutable wagneriano— ha sido seguido por muchos directores, expuesto en las notables ocasiones pero con modificantes en el estilo. Bruckner obediente con San Ambrosio y Don Pierre obediente con Bruckner.

Hay que darle al Te Deum “fuerza y solemnidad”. Tanto en lo primero como en lo segundo abundó el director en los mejores años de su vida. Los dos requerimientos son vitales para conducir a los coros y el metal que se unen —se funden— en un solo montaje, todo con sentido afirmativo en la instrumentación enfatizada por el juego victorioso del área de cuerdas. Es la introducción la que con la fibra del director expresa la sensación de alejarnos de las materialidades terrestres, porque luego al disolverse la euforia, toma el privilegio protagónico el cuarteto solista “tibi omnes angeli” expresando soltura pero casi en silencio una piedad llena de absoluta serenidad. Ahí el batutista transforma su compostura, sus gestos, sosiega su mirada, parece ser otro y no el que comenzó el acto con el ímpetu brillante del triunfo. Al coro lo hace cantar “pianissimo” porque así lo establecen los signos del fiel adaptador de San Ambrosio y luego dos veces en la mistificación pura, el “sanctus”, para que finalmente la suma de la instrumentación revele el milagro de Dios. El director tiene que bajar los brazos y dirigir la vista al tenor sólo para que este lleno de unción asuma el ritmo de una sangre preciosa que va cayendo de su voz. En ese momento la viola cumple con su función, es la sangre y el violín la suya, es la redención para proclamar así la victoria sobre la muerte. Después de ello se recupera el vigor. Vuelven “la fuerza y la solemnidad” lo que al francés tanto gustó y por lo cual se distinguió hasta que se establece una sonora concordancia con el “in gloria”. De octava en octava un vigoroso “a capella” pretende concluir con el paisaje eternal.
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Al salir del monumento teatral adquirí el álbum “casetero” ilustrado por la senda de la partitura, frágil y opacada la reproducción por las cosas inevitables del uso y del tiempo con el precioso contenido del Te Deum.

Escribo lo anterior en la resurrección de días idos y no por ello agotados en el relativo espacio de la memoria. Y con mayor razón cuando me enteré en Miami de la celebración de los 85 años, de quien ha dejado una traza aprovechada por las nuevas generaciones que lo colman de tributos. Y es que se ha presentado un documental realizado por Gunter Atteln y Angélica Stiettler como forma elocuente de homenajearlo. Lo significativo es que la idea nació de jóvenes unidos por una devoción primaveral de lo que es inmarcesible, juntos desde 2004 en Lucerna donde se realizan los ensayos dirigidos por el valioso octogenario. Éste no cesa en su divulgación de la música de vanguardia, no obstante distinguido por su especialidad en dirigir obras de Debussy, Wagner, Mahler y Bruckner.

La Prensa Literaria

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