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Pintura de norlan santana. LA PRENSA/ CORTESÍA.

Poesía

Enrique Langrand Fue dicha   Siempre que tocaban a la puerta y abría pedían disculpas porque no era a mí al que buscaban si conversaban era para preguntar por alguien del barrio. Cuando sonaba el teléfono y respondía me decían lo siento es número equivocado o simplemente al escuchar mi voz colgaban. En la calle […]

Enrique Langrand

Fue dicha

 

Siempre que tocaban a la puerta y abría

pedían disculpas porque no era a mí al que buscaban

si conversaban era para preguntar por alguien del barrio.

Cuando sonaba el teléfono y respondía

me decían lo siento es número equivocado

o simplemente al escuchar mi voz colgaban.

En la calle cuando salía y me saludaban

se acercaban para decirme ¡qué pena!

excúseme, lo confundí con otra persona.

De la niñez tengo pocos recuerdos

si alguna vez tuve una, fue pobre y solitaria

si poseí juguetes fueron hechos de sombras con mis manos.

De compañeros no hay memoria, y si me visitaban

invariablemente era mi amigo imaginario.

Desde pequeño tuve apetito y hambre

enfermedades pasajeras y algunas graves

temores, desencantos, laceraciones y golpes

que ayudaban a hacer callos en la infancia.

Mi adolescencia fue fugaz y desapercibida

con la nostalgia implorando al vacío

desperdiciando los momentos íntimos y tristes

que quizás eran los que alimentaban el alma.

El tiempo se fue agrietando junto a mi semblante

por la negligencia y la trágica condición humana

oscilando entre el caos y el orden, la luz y las tinieblas

el péndulo de mis convicciones se fue desvaneciendo

atribulado por ver la sociedad que se desintegra.

Ahora ya viejo, en los estertores de los años finales

con mi infierno y sus demonios desatados

espero a que la muerte improvise… y se adelante.

Si pregunta por mí

Si por esos caprichos del destino

una de esas tardes calurosas

la encuentras y pregunta por mí

sin comprometerte respóndele

que desde su abandono y sin sus caricias

el tiempo agrietó mi semblante

el aire resecó mis pulmones

y la espera destruyó mis poemas.

Dile que las páginas del diario sentimental

no se doblan ni se guardan

sino que se arrancan

y las del capítulo de su amor

se botaron en la papelera del olvido.

No le cuentes que todavía le escribo

que cobijado con el suave manto

de sus recuerdos, mi trova fluye

y que aún muriéndome por dentro

inspira versos y sigue siendo mi numen.

Si presiona y te dice: ¿lo has visto?

explícale que su ausencia me redujo

a una elegía olvidada y enferma.

Que junto con ella se marcharon todos

que no llego a las rondas bohemias

y desde su partida no visito a nadie

que me he vuelto anacoreta.

Si te expresa:… ¡anoche pensé en el poeta!

coméntale que desde que se fue he muerto

y traza en la tierra una cruz de polvo y silencio.

Entonces… a lo mejor me extrañe

y me busque con el pensamiento

en la forma amorfa de una nube

y yo… a lo mejor la olvide.

La Prensa Literaria

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