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Puros cuentos

El Negro Bravo, conocido como Alejandro Bravo (Granada, 1953), obtuvo mención de honor en la premiación de relatos de ficción en ocasión del 50 Aniversario del Banco Central de Nicaragua (septiembre 2010), con su libro de veintiséis narraciones Baile con el diablo y otros cuentos

El Negro Bravo, conocido como Alejandro Bravo (Granada, 1953), obtuvo mención de honor en la premiación de relatos de ficción en ocasión del 50 Aniversario del Banco Central de Nicaragua (septiembre 2010), con su libro de veintiséis narraciones Baile con el diablo y otros cuentos, junto al escritor y editor Mario Urtecho (Diriamba, 1954), quien presentó Clarividencias. Resultó ganador en la contienda el académico, lingüista y poeta Carlos Alemán Ocampo, con Nuevos Cuentos .

Bravo, como todos sospechan y muchos saben, es un contador nato, puros cuentos lanza al aire sin parar este poeta que ahora anda por allá, entre Guatemala y El Salvador, haciendo y deshaciendo sobre asuntos de municipalismo según lo aprendido aquí, y que también aprovecha para otras andanzas sobre las cuales, para no seguir su ejemplo, no contaré.

Algunas cosas que suele contar son habladurías propias de la gente, aunque hay que reconocer que detrás de cada cuento hay una historia verídica recreada y ambientada, desde lo coloquial, diverso y creativo del lenguaje que usa con propiedad; quizás sea esa una de las pocas restricciones que asume: ajustarse a las reglas de la gramática, la morfología y la sintaxis, según lo podrá reconocer el maestro, editor y poeta Francisco Arellano Oviedo.

El “muy bien conocido y ponderado” (como diría don Josecito Cuadra —Granada, 1914—, a quien nunca se le acaban de contar sus años), según su propia confesión, el pueta Bravo (hijo de pueta), en las narraciones incluidas en la publicación, no se restringe por los tiempo de los sucesos ni las historias verificadas ni las leyes asumidas por diversas ciencias y referencias oficiales, tal vez sería bueno que un día se revelara también con decisión, para irrespetar (o mejor dicho atajar) las reglas de la gramática (a pesar de las academias), a eso que suelen decir es el “buen hablar y escribir”, tal y como lo hicieron recientemente desde otras latitudes José Saramago (Portugal, 1922-2010) y Elifriede Jelinek (Austria, 1946), quienes en algunos de sus escritos decidieron obviar los acentos, olvidar las mayúsculas en los nombres propios y al inicio de los párrafos después del punto, fluir de un solo tirón (a pesar del cansancio del lector dedicado), largos trechos de palabras apretujadas sin ninguna pausa ni signo que indicara un descanso; mas antes, algo de eso hizo, José María de la Concepción Vargas Vila (Colombia, 1860-1933), quien llegara a padecer, a pesar de la carga de su nombre, la censura religiosa en su país “siendo considerado un hombre de peligro para las personas de buenas costumbres” y además, después de las mutuas incomprensiones, amigo entrañable de Rubén Darío, y que, a pesar de las descalificaciones de sus contemporáneos, se opuso a casi todo, transgredió las normas, menos una, la libertad de hacer y decir lo que quiso a pesar de sus consecuencias.

Algo de eso debe tener Alejandro Bravo, quien es un contador incansable de historias, algunas revestidas de humor sutil o evidente, pensadas, verbales y escritas, tanto cuenta que al final de cuentas uno no sabe dónde comienza la ficción ni dónde termina, sus límites han quedado confundidos en la evidente o aparente seriedad de sus relatos, expresados con propiedad y persuasión, sin faltar, colados entre las tramas de sus elucubraciones, los nombres de su prójimo, de los más cercanos, que no se salvan de ser testigos o partícipes directos en estos enredos, “muy suyos y muy nuestros”, como hubiera comentado el padre Azarías Pallais (León, 1884-1954), aunque sin llegar a “destruir la honra del prójimo”, como aquel grupo de amigos que reunidos en Semana Santa en una “chupadera que iba in crescendo” se sentaron a conversar y beber en una cantina de patio de Granada, con el mero diablo en uno de esos días cuando “anda suelto”. También, en otra ocasión, se refiere al encuentro, en una de esas andanzas, hablando perfecto nicañol (español nicaragüense), con Samuel Belivet, conocido como el Judío Errante.

El doctor Urtecho, el abogado Carrión y el pueta Bravo son los acompañantes de la parranda del marido de Manuela, en el Nandaime del siglo antepasado, cuando la mujer, la negra recién liberada de la esclavitud, en medio de la necesidad, la escasés por la guerra, y la irresponsabilidad del marido bebedor, sin reales y sin comida que dar a sus hijos, vendió el chancho que tenía y terminó inventando, aunque ustedes no lo crean, el ahora famoso vigorón que se come en todos lados, pero particularmente el que se encuentra en los kioscos del Parque Central de la mencionada ciudad colonial.

Fernando(ito) Silva, en una de sus apariciones, está rayando coco para producir el rice and beans que desayunaban a diario los huleros, mientras el negro Beer ponía la cazuela. El patrón, recordando aquello, y sin que la cocinera pudiera prepararlo, entró a la cocina e hizo algo parecido. La mujer, tal vez por vergüenza, renunció e instaló una comidería, que además de las tajadas fritas de plátano, el maduro y el queso, imitando lo hecho por el ex patrón, ofreció a la clientela una mezcla de arroz y frijol que tenía el mismo color del gallo todo pinto de su patio; fue así como se generalizó la vendedera y quedó hecho el gallo pinto.

No pudo faltar hablar de “frijoles, frijolitos y frijolitos refritos” con los que fue recibido, según lo informado, en medio de otras anécdotas verificables, el primer embajador norteamericano en Nicaragua, Ephraim Squier. Del picadillo de Diriamba o del indio viejo, descubrió que el origen “era la comida ceremonial que se servía en la Nicaragua prehistórica, después del sacrificio de personas escogidas a los dioses”, teoría con la que, según dice, Carlos Alemán Ocampo estuvo de acuerdo.

Hay cuentos del pasado y del futuro posible, como “El último burócrata” y “Un pobre hombre en un país mierda”, cuando un ciudadano de Managua que hiciera caca en un inodoro distinto al suyo era reconocido mediante un sensor electrónico y la información sobre la cantidad depositada, registrada y traducida en crédito que se adjudicaba automáticamente a su cuenta bancaria, dado el alto valor energético que, ante el agotamiento del petróleo, los científicos encontraron en la mierda (principalmente la del cerdo local) por su alto volumen de gas metano.

No faltan historias sobre el mundo árabe y musulmán como “La alquería de Almanzor” y la hasta ahora desconocida del persa que encontró nuevos mundos “para la fe en Alá, el misericordioso, el bondadoso…” As-Simbad, llamado el Marino, en “El otro descubrimiento”.

Incluyó el relato de “El jugador de pelota”, referido a los campeones jugadores del mundo maya, quienes recorren las ciudades venciendo, a sabiendas de que el destino de los vencedores es el sacrificio. Es el triunfo necesario para “revertir los presagios negativos que los sacerdotes habían visto escritos en las estrellas”. En “Redonda como el universo”, Quetzalcóatl se hunde en el pozo sin fondo de la Laguna de Apoyo para que “una nueva humanidad naciera alumbrada por el quinto sol” y deja una serpiente emplumada enrollada en forma de espiral.

El narrador, pudiendo asumir por su cuenta algunas cuestiones, cae en ocasionales excesos, quizás virtuosos, poniendo en boca de ciertos personajes comunes erudiciones, referencias y detalles impertinentes. Por ejemplo, la negra Manuela parafraseando a Descartes: “Si no como no pienso, si no pienso no existo, entonces, como, luego existo”. Carlitos, un empleado público de Chontales que va obligado a Managua a la manifestación de Somoza quedando borracho por los bolis de aguardiente de caña con nacatamal, y a pesar de eso, es capaz de recordar con lujo de detalles los discursos, parte de extenso patrimonio y los títulos que ostentaba el señor Presidente de la República…

La Prensa Literaria

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