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Tiempo

Se levantó temprano a orinar al patio de su casa, bajo el frondoso árbol de limón descargó también su orina-onírica del anciano mitológico que todos llevamos dentro, y por un instante se sintió en un momento crítico de la mañana de su conciencia.

Se levantó temprano a orinar al patio de su casa, bajo el frondoso árbol de limón descargó también su orina-onírica del anciano mitológico que todos llevamos dentro, y por un instante se sintió en un momento crítico de la mañana de su conciencia.

Muchas cosas habían cambiado y otras ya no existían, o sencillamente se encontraban en el umbral de la mansión del silencio, pero caso eran ahora nuevas y modernas, como por ejemplo el casamiento de Nino, la muerte de don Román, el asesinato de Pedro o la escuela Francisco Morazán. Los lugares pintorescos en donde antaño se viajaba a la pocita, tres torres, las tunas, los Martínez, etc. Y se jugaba al futbol, beisbol, se cazaba, pastaban los animales o se escondían las parejas, reptiles, liebres y pervertidos, fu monees de hierba o los que andaban luchando contra la dictadura ahora se encontraban transformados por asentamientos, barrios, residencias, gasolineras y centros de compra. Y hasta el viejo tren, los potreros y caminos en donde Lupe y el renco Andrés comían hongos y se respiraba mejor. Habían desaparecido, al igual que los mangales, el árbol de tamarindo y la venenosa penwalt.

“Las viejas polvorientas y empedradas calles en donde muchas veces caminé, jugué y miré fantasmas, ahora son de asfalto o adoquín, y los juegos, monstruos y la palabra misma han sido avanzados en discos, videos y qué sé yo, al igual que muchos buenos amigos que se encuentran lejos y encerrados en otro formato de vida como la familia Cabezas”, pensó soltando un gran bostezo de añoranza.

A medida que iba clareando hasta el amanecer le pareció diferente, el sonido urbano era pesado, adulto e industrial, y de las quinientas casas que siempre han existido desde la época de Somoza, y que ahora pueden ser menos por el loco que desmanteló una, dejando solo las paredes. O más, por el aumento poblacional. El punto es que escuchó las mismas malas ambiciosas y vulgares noticias que se descargaban como retrete en los oídos e imaginación de algún radioescucha, tonto televidente o soñoliento lector de periódico. Mientras se preparaba un café masculló: “aquí estamos los que estamos y los que somos y no falta nadie, los vivos y los muertos que sobrevivimos en el crisol de la vida, buenos o malos. Vástagos y Mefistófeles, Dios y el ángel que me vio nacer”. Y, dando un sorbo al cascado pocillo de metal, agregó: “La historia se torna a veces una pesadilla como el viaje a la luna o la segunda guerra mundial, un mito, utopía, vendaval. Lo que cuenta es lo que creemos, en donde estamos y para donde queremos ir. Al final todo nos fortalece y madura como el árbol, el pájaro o la flor o lo que esto representa. Cuando ganamos, perdemos, y viceversa”, terminó reflexionando, dirigiendo sus pasos hacia al aposento de la vieja casa de concreto y zinc.

El país entero por fin había despertado por completo su conciencia atascada en el teatro de máscaras sin rostros y sus modos analíticos, lógicos y de significado pueril. Los perros ladraban como ayer, los pájaros cantaban su canto a la beldad, doña María calentaba el chancho con yuca para irlo a vender al centro de salud. Marlon comenzaba a leer “adiós muchachos” de Sergio Ramírez. Y el negro Juan se bañaba ahora para ir a votar. El tiempo sigue su marcha, el sol sigue brillando, la tierra está mojada, seca y alborotada hoy, y el tiempo sigue, sigue su marcha y nadie lo puede evitar, como el bíblico Josué lo hizo un día en Gabón.

La Prensa Literaria

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