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LA PRENSA/ AGENCIA

San Sebastián

San Sebastián era uno de los barrios más alegres y populosos de Managua. Ahí políticos, poetas, pintores, artistas radiales, vagos...

Róger Fischer S.

San Sebastián era uno de los barrios más alegres y populosos de Managua. Ahí políticos, poetas, pintores, artistas radiales, vagos… muchos vagos, profesionales, comerciantes, empresarios, bellas mujeres, hoteles, farmacias, cría cabros, trabajadores y haraganes se fundían como habitantes de una pequeña ciudad —con su calle principal— El Triunfo, que era la diadema del barrio.

Partiendo del parque central y sin orden exacto, recordamos la Escuela de Bellas Artes, que anteriormente fue la Embajada Americana, casa de Don Carlos José Solórzano Gutiérrez, expresidente de la República y quien se la heredó al Delfín, como solían llamar los conservadores a su hijo del mismo nombre. Rosibel Martínez Burtch, una de las más bellas mujeres que ha dado Nicaragua, era otra de las vecinas, así como Raúl Arana Montalbán, leonés de origen y padre del inocente Raulito. Para aquella época Somoza García tenía entre sus mayores adversarios a don Raúl, que era un poco vanidoso. Somoza le dio órdenes a don Lolo García —director de Correos y Teléfonos— que en la guía telefónica le pusiera el título de “doctor” antes de su nombre. Don Raúl calmó un poco su antisomocismo y cuando lo reinició, Somoza ordenó que le quitaran el título de doctor a don Raúl, lo cual afectó anímicamente al conservador leonés. Carlos Guillermo Bonilla, médico y político y sus hijos Chale y Daniel, así como don Abel Gallard y familia también vivieron en esa cuadra.

Vecinos también, tiempo después, Solórzano Saborío, los Matus, los Bolaños de Miguelito, papá de la René, la Berthita, “El Pato” y “El Gordo”. En la acera de enfrente “La Nica”, antes las Quezada de don José Luis y Doña Mercedes… hacia el lago “Las Princesas del Dólar” y hacia abajo la casa del doctor Burheim, donde vivió Salvador Cardenal y su familia con “Chocoyo”, “Boyoy”, Juan de la Cruz y todas sus hermanas. La casa de Barney y “Popo” Chamorro, heredera de don Rosendo y doña Tiniú —de las tablas y de las artes—.

Esa casa se volvió la pensión Romero Solórzano, de doña Mina, donde vivieron personajes políticos de viejo y nuevo cuños. Don Victorino Argüello Manning, padre del Padre y de la Monja y de una distinguida y dilatada familia de Nicaragua. Don Pedro Belli era otro personaje del barrio —político, empresario— hombre adinerado, vecino de don Felipe Mántica —el esposo de doña Margarita- y padres de Pablo, Felipe, Chale y la Margaritilla, que con su concuño, el general Carlos Pasos, montaron la Casa Mántica, hicieron la Colonia Mántica y sus hijos desarrollaron los supermercados que llevan su nombre. Felipe (hijo) —empresario y líder religioso— y Chale medio bohemio, escritor, guitarrista, amante del folclor, empresario y fundador de la Ciudad de Dios.

Los Solórzano de don Fernando y doña Chila, personajes de la época, él por su don de gente y ella por su trabajo insigne en su tienda. Los Rivas Navas, abuelos de Eduardo Montealegre y padres del pintor Rivas Navas, sus dos bellas hermanas Violeta y Amanda y los menores Joaquín y Mauricio, sin olvidar al “Capi”, el mayor de los hombres. Hacia la montaña vivía la Estrella Murillo, con su abuelo Andrés, famoso por sus acciones atrabiliarias como Ministro del Distrito.

Siguiendo la calle del Triunfo vivía la Maruca Pasos, bella pelirroja que estudiaba en La Inmaculada. Una imprenta menor de La Prensa, una estación gasolinera y el Monte de Piedad. En la acera hacia el sur, el Diario La Prensa, que era la empresa más importante del barrio. Cuna de las luchas por las libertades públicas y centro de grandes periodistas que forjaron una era de la información en Nicaragua, encabezados por Pedro J. Chamorro, Pablo A. Cuadra, Alejandro Cuadra, Horacio Ruiz, Danilo Aguirre y tantos y tantos.

En la propia esquina la casa de doña Margarita Cardenal de Chamorro, madre de Anita que escribe tan bonito, Ligia, Pedro, Xavier y Jaime. Doña Margarita como madre abnegada trabajó en el exilio y Pedro exhibía orgulloso sus comprobantes de salario.

Sobre la avenida vivieron los Guaba Castillo, los Ahlers, don Carlos Shutze, la Kathy Schultz, don Carlos Reyes Montealegre —el de los aires acondicionados Carrier—. El doctor Adán Fuentes y su prole, la recordada Carmen Marina, alegre, chispeante, con sus ojos bellos; Ana Clemencia forjada en Bélgica y esposa de Leonel Román, la gorda linda de Clerk, José Adán y la cónyuge de Ramiro Abaunza. Sobre esa avenida también vivieron la Rosita Pastora —esposa de Alfredo López— miembro del ejército y que fue Embajador en la Dominicana y Haití. Los Machados de Masaya, Payito y su hermano Cristian, casado con una cubana. La casa del Águila de Ildefonso Palma Martínez y antes propiedad del Príncipe Negro, casado con una señora Estrada y padres de Omar de León Lacayo, creativo y gran pintor y de David, hombre tranquilo, dedicado a la agricultura. Así como Alonso Rochi otro insigne pintor nicaragüense, vecino con la familia Solórzano Díaz en la misma manzana, ahí crecieron José y Ricardo Solórzano, el primero hotelero y el segundo muy dado a la energía eléctrica.

La Radio Mundial fue la catedral de la radiodifusión nacional, los hermanos Arana Valle construyeron la radio nicaragüense, donde todos los oídos nuestros estaban atentos a sus noticias, comentarios, música y novelas. Julio César Sandoval, José Dibb McConell, Sidar Cisneros, Castillo Osejo, Castrón, Ruiz Zapata, Gadea Mantilla y su Pancho Madrigal personificado por el tío Popo, Arana Sándigo. Los noticieros de Tapia Molina, Joaquín Absalón Pastora y Paco Carranza, lo mismo que Julio Talavera Torres por citar algunos de ese gran talento que hubo en la Mundial y una cantidad de talento femenino, encabezado por Esperanza Román, Naraya Céspedes, Zela Lacayo… eran los tiempos de Kadir el Árabe, El Derecho de Nacer y otras radionovelas donde la Martha Cansino descolló con tantas otras figuras… y hasta la Dinorah trabajó de recepcionista antes de figurar en el escenario nacional.

La avenida de los poetas era hogar de Luis Alberto Cabrales y su malogrado hijo Julio, el primero gran intelectual que hizo conocer al mundo literario francés a sus hijos, a Beltrán Morales y a Carlos Perezalonso, entre otros. Todos excelentes poetas. Carlitos en una de sus travesuras salió de su casa a buscar una medicina para contener la diarrea de uno de sus hijos. Pero… era Semana Santa, miércoles para ser precisos, Carlitos avistó a un Jeep lleno de amigos que se dirigían hacia él, el jeep se aproximó y sus ocupantes le preguntaron si quería ir a pasar la semana a Poneloya. Carlitos con su flema británica heredada de los Manning aceptó la invitación y regresó el lunes siguiente a su casa, sin medicina y sin reales. El hijo ya estaba curado gracias a su mamá, pero Carlos aún es incurable. Otro de los poetas era Manolo Morales, quien descolló como líder estudiantil. Doña Pinita Paguaga y Betín Perezalonso también eran panidas y eran vecinos inmediatos de Luis Alberto a quien a manera de insulto le llamaban cachureco, mientras Cabrales le respondía a Betín… “qué hiede a somocista” ambos reían cordialmente y se respetaban como amigos de vecindad. Julio Cabrales de chavalo sabía cosmografía y recitaba de memoria las constelaciones, mientras afanosamente trataba de encontrar platillos voladores en compañía de la chavalada.

Sobre esa misma cuadra, no podemos olvidar a la Conchita Amador, propietaria de un salón de belleza y quien por correspondencia se comprometió en matrimonio con un italiano. Fijaron la fecha de la boda por carta y la Conchita animada por dejar su soltería, decidió alquilar un autobús, invitando a todos los vecinos y más, hombres, mujeres, chavalos, etc., a recogerlo en el aeropuerto y posteriormente a una fiesta con orquesta y toda la cosa. Cuando el avión aterrizó todos los vecinos empezaron a aplaudir y vivar al italiano, pero… en vez del novio, llegó un sustituto… la Conchita no se decepcionó, aceptó ipso facto al recién llegado como su nuevo novio y gritó aquí no ha pasado nada, yo me caso con el repuesto y que viva la fiesta… y la fiesta, con todos los sebastianeños estuvo alegrísima… hubo música… hubo guaro… hubo de todo.

La Prensa Literaria

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