Por Arnulfo Agüero
El cuerpo humano ha sido motivo de admiración por ser fuente de placer, vida, belleza, poder y arte. Desde las antiguas cuevas de Altamira, donde se pintó la figura de unos cazadores sobre las paredes rocosas, pasando por los desnudos clásicos, a los contemporáneos pintados o esculpidos, el arte del cuerpo humano o sobre él ha venido a convertir a la modelo o modelos en verdaderas obras de arte transitorio.
Antes se dibujaba, pintaba o esculpía la anatomía externa e interna con formas realistas, simbolistas, impresionistas, abstractas, surrealistas, dadaístas; uno de esos primeros maestros en dibujar en detalles como un “forense de la disección en líneas” fue Leonardo Da Vinci.
Muchos artistas del dibujo y la pintura de anatomías de rostros, parciales o fragmentadas, surcan su arte con imágenes de impacto de horror, rechazo, crítica social o simplemente de belleza para las pasarelas.
Imágenes de la figura humana asociada a elementos tecnológicos, decorativos o para el consumo de la moda. Sin duda la figura humana sigue siendo el tema predilecto de los artistas profesionales o aficionados de todos los tiempos.
El cuerpo ha venido a ser el soporte plástico, éste ha estado sometido a otras intervenciones, más extremas, las que vemos como tatuajes permanentes o perforaciones de pirsin, dando cabida a una subcultura de sociedades pasadas, tribales o del medioevo, pero con nuevas aplicaciones tecnológicas.
Los documentales realizados han jugado un papel decisivo en la masificación de estas manifestaciones, que cada día atrapan a miles de apasionados del arte en el cuerpo.
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