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 Jimmy Avilés con algunos amigos durante una celebración de cumpleaños. LA PRENSA/CORTESÍA

Origen social de los apodos

El origen social de los apodos, tal como dice el refrán empleado por los nicaragüenses: “Los apodos comienzan en casa”, es estableciéndole un papel e importancia un poco desmedida al ámbito familiar en torno a este fenómeno.

En 1994, en su casa calle corral  muestra una de las   instalaciones que hacía sobre las celebraciones.       LA PRENSA/CORTESÍA

Por  Jimmy Avilés Avilés


El origen social de los apodos, tal como dice el refrán empleado por los nicaragüenses: “Los apodos comienzan en casa”, es estableciéndole un papel e importancia un poco desmedida al ámbito familiar en torno a este fenómeno.

En efecto, algunos apodos de personas se generan o tienen su origen en la familia, en especial durante el periodo de la niñez, sobre todo asociando al mal pronunciamiento de su propio nombre o de otras personas del mismo círculo que al llamarlo lo pronuncian mal.

El fenómeno se extiende más allá del nombre, y podría generalizarse al mal pronunciamiento de cualquier otra palabra, durante el proceso de socialización familiar. Cuando este proceso de socialización se extiende a la escuela, esta pasa a ser fuente de origen de una buena cantidad de apodos, cuando el grupo de niños o adolescentes desarrollan una fuerte interacción, en la que todos y cada uno de ellos está sujeto a la presión social que el mismo grupo ejerce.

Inadecuados procedimientos y métodos pedagógicos —en cuanto al tratamiento de los niños, por parte de los maestros— son factores desencadenantes y motivantes de muchos “apodos estudiantiles”, originados por “burlas” o “descalificaciones”, hechas por los maestros en el aula, en presencia del resto de compañeros, quienes sin piedad se convierten en los más crueles e incisivos “pone nombres” de sus condiscípulos. En esta época colegial el mismo defecto de un compañero es magnificado y traducido en apodo, resultando muchas veces verdaderas caricaturas habladas del compañero apodado.

Con su amigo Fernando López  en la Casa de los Tres Mundos en 1987.      LA PRENSA/CORTESÍA.

Debe agregarse que desde los primeros años de vida durante el proceso de aprendizaje, de forma lúdica, niños y niñas aprenden inconscientemente a poner “malos apodos”, como ellos les llaman, cuando se quejan al profesor o a sus padres.

Dos juegos infantiles adiestran a los niños a tal práctica: “Matatirutirulá” y el “Bautismo” (de acuerdo con Pablo Antonio Cuadra y Francisco Pérez Estrada en el libro: Muestrario del folclor nicaragüense, Managua, colección cultural Banco de América, 1978. p. 266). En el primero, durante el inicio del juego, luego de dividirse en dos grupos, uno de ellos con entonación demanda:

_ “Yo quiero un paje, matatirutirulá…” Y el otro grupo concede la demanda, la cual anuncian de la siguiente manera:

“Aquí está su paje, matatirutirulá”. Entonces el grupo contrario pregunta: “¿Y qué nombre le pondremos, matatirutirulá? Luego el otro grupo también cantando con entusiasmo y malicia responde: “¡Le pondremos… (aquí el apodo), matatirutirulá!”.

Por desagradable u otra razón no es aceptado, contestan: “Ese nombre no nos gusta matatirutirulá”, y termina el juego con la aceptación del apodo: “Ese nombre sí nos gusta, matatirutirulá”.

En el centro  con Dietmar Schoherr, Vivi Back, en Granada en 1988.  LA PRENSA/CORTESÍA.

En este juego la escogencia del apodo queda a la libre creatividad e imaginación de los niños, pues el juego se puede prolongar tanto como las veces en que una de las partes no esté de acuerdo con el apodo propuesto, de ello resulta la doble alternativa: “Ese nombre no nos gusta…/ Ese nombre sí nos gusta”.

En la calle Santa Lucía en 1995, con amigos en una celebración de la Virgen de la Asunción.
LA PRENSA/CORTESÍA

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