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El escritor César Lacayo estrena libro. LA PRENSA/O.NAVARRETE.

Poesía amorosa

Cuando uno pensaba que ya nada nuevo podía decirse o escribirse sobre el amor del poeta a la amada, o simplemente escribirse o decirse algo nuevo sobre el amor, porque ya todo estaba dicho y escrito, César Lacayo con este libro

Por Horacio Peña

Cuando uno pensaba que ya nada nuevo podía decirse o escribirse sobre el amor del poeta a la amada, o simplemente escribirse o decirse algo nuevo sobre el amor, porque ya todo estaba dicho y escrito, César Lacayo con este libro Poemas de amor nos sorprende a cada instante con cada vuelta de camino, o de página, abriendo rutas insospechadas con esta escritura, porque este amor del poeta por la amada se transforma en cada momento, se ilumina y nos ilumina, mientras este amor se entrega sin ninguna condición, en la tierra, en el aire y en el mar.

Con una palabra que siempre se está inventando a ella misma, el torrente de la palabra de César Lacayo, que se origina en el reino vegetal, en las profundidades del reino marítimo y en el reino de los astros y las estrellas, una palabra primitiva y pura, con esta palabra, el poeta crea en el corazón otro palpitar para ese amor, que con su presencia y su ausencia, ausencia y presencia de la amada que invade este universo poético, amante y amatorio, Ars Amandi, de César Lacayo.

Con el sencillo título de Poemas de amor, que también podía haberse llamado, que también puede llamarse Poemas del amor, Lacayo nos va abriendo ese Arte de Amar, como él solo sabe hacerlo a través de imágenes, comparaciones, que se deslizan de poema a poema, poemas tras poema.

Los treinta y nueve textos que forman este libro son en realidad un solo, vasto, inmenso poema de amor, un solo, largo poema de amor, desde las palabras iniciales “a veces oigo que tu voz vuelve y me llama”, y que continúa escribiéndose después de las últimas palabras del verso final: “como un otoño inmenso para siempre perdido”, porque todo amor es un universo sin fin.

Un arte de amar que cambia constantemente, un amor que cambia con las estaciones, con la lluvia o con el sol, con la primavera o con el verano, pero que en el fondo es el mismo amor, o más intenso todavía, una forma de amor que se entrega totalmente, sin pedir nada a cambio, eso son estos poemas de César Lacayo.

Las comparaciones para describirnos este amor, a esa mujer que inspira este amor, son frescas, luminosas, radiantes:

Ame los planetas de tus ojos redondos

Una mujer simple como un día que nace

Hay en todos y en cada uno de estos treinta y nueve textos, que es un solo poema, una celebración a la liturgia de la naturaleza, la liturgia del amor: ríos que son muslos, montañas que son pechos, cabelleras que son estrellas errantes, un diálogo intenso y denso con la amada. Mujer-ola, mujer-bosque, mujer-astro.

Un desasosiego, propio del amor, que es fuego, el amor por la amada consume al poeta, los consume y los hace ser uno, en el viento y en la llama del fuego. Presencia de lo sencillo, en este poema largo que se divide en multitud de mundos amorosos, el celeste y el terrestre, poemas llenos del sortilegio y de la magia del amor, que todo lo reinventa. Presencia de la hoja, del musgo, del rocío, de la humedad y de lo húmedo, de la humildad, del musgo en la mañana, de la ola que nos anuncia el nacimiento de Venus, el nacimiento de la primavera.

El poeta contempla a la amada, que es contemplar, asistir al nacimiento de los astros. El poeta toca, recorre, deslumbrado, la piel-miel de la amada y comienza su cantar de los cantares. El amor es un mar, una tierra caliente, una constelación, y el poeta navega, camina, detrás de ese amor, y el poeta ama:

Como la selva alegre que en el verdor resurge

El amor lo llena todo. Lo rebalsa todo, rebalsa el poema, los bordes del río, rebalsa el espacio y la escritura del poema. Es inacabable, inagotable.

Mil maneras de evocar a la mujer amada. Veamos un ejemplo:

Eras el cuerpo vivo furiosamente amante, un mar fuera

del cielo que moja el musgo blanco de tu cal luminosa

Pero este cantar de los cantares, este amor que es como el día, la mañana, llegará a su fin, se llena de sombras. Este caminar que se realiza tomados de la mano, este despertar el uno junto al otro, este verse los dos en el mismo espejo del agua y del tiempo, esta imagen de dos, que es una sola imagen, se disuelve, se pierde y ya no son los mismos. Oigamos:

Ya no somos los mismos, esos dos caminantes

que ayer se perdieron dulcemente en un beso

Y luego esa evocación de la mujer que lo ha acompañado, ese sollozo-grito que hace enmudecer a los astros, un cielo que se cierra a cal y canto, escuchemos ese grito-sollozo:

Ex-amada mía, amada todavía.

El abrazo y el beso como el amor no pasa.

El cantar es ahora una elegía que inunda todo el universo. Una noche infinita, sin fin, inacabable, insoportable, sin la presencia de la amada. Una elegía que cubre el cielo y la tierra, todo el espacio, el espacio del poema y del corazón del poeta, y todo el universo se cubre de dolor, por esa pérdida del poeta:

Sin ser la alegría y sin ser la tristeza

como un otoño inmenso para siempre perdido.

La Prensa Literaria

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