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El tigre hambriento

Llega justo a tiempo para abrir la ventana de par en par. Penetra entonces la luz como si fuera una anunciación del Angélico. Y se da la calma. No lo han atrapado esta vez. Por una nada, pero ha escapado nuevamente. Su corazón corre todavía ignorante de que ha llegado a la ventana a tiempo.

Para VPR, tigra

1. Llega justo a tiempo para abrir la ventana de par en par. Penetra entonces la luz como si fuera una anunciación del Angélico. Y se da la calma. No lo han atrapado esta vez. Por una nada, pero ha escapado nuevamente. Su corazón corre todavía ignorante de que ha llegado a la ventana a tiempo. El tigre de Bengala con su lustrosa piel manchada a trechos vuelve a ser poesía. De un salto ágil retorna a la exuberancia cromática del lienzo y se esconde detrás de las exóticas matas de bananos. Allí lanza un rugido, se agita y eriza de placer su piel hirsuta. La próxima lo agarro —le susurra a la serpiente enroscada en el carrizal de un bambú—. En francés, claro.

Credito: Mujer. Henri Rousseau.  LA PRENSA/CORTESÍA
La próxima lo agarra, le susurra Apollinaire a Picasso, habiendo visto todo el incidente acurrucados desde un rincón del estudio. Estaban perplejos otra vez. Primero lo habían quedado cuando “le Douanier”, con todos los aspavientos que venían al caso, había retirado con parsimonia la tela grisácea que cubría su más reciente lienzo. Es decir que cubría aquella jungla llena de feroces fieras y colores. ¡Joder! Había dicho Picasso. Y joder había dicho también el poeta ante el torbellino aquel.

Estaban perplejos de nuevo ahora. No podían acabar de creer lo que había sucedido. Hay que creerlo para verlo, pensó el pintor joven. El tigre había aparecido de repente entre los nenúfares aéreos y su zarpazo de marfil casi casi agarra a Henri. Quería sacarle una lagrimita. El viejo pintor los quedó observando y aun agitado les dijo: siempre sucede. Siempre sucede.

2. La primera vez le sucedió en la frontera de Méjico con Guatemala o quizás en el Jardín des Plantes. Antes de ser pintor. Mucho antes. El tigre salió detrás de la estela maya y se quedó fijo mirándolos con los ojos dilatados y verdes como los de Adrienne. El regimiento francés que huía desde Veracruz estaba petrificado. Parecían de jade. Algunos, quizá la mayoría, le mentaron la madre a Maximiliano, el inútil emperador del otro Napoleón. Lo hicieron sin abrir la boca. Henri Rousseau, raso con funciones de músico, se acomodó la mandolina y se fijó más bien en el destello de aquel tigre. Era gigantesca la talla, el pelo fino, apretado el ijar, robusto el cuello. Era un destello naranja con rayas azules. Como Jorge quiso acariciar instintivamente los músculos hinchados bajo aquella piel. Pero instintivamente el tigre lo detuvo con la mirada. ¡Quieto! —pareció decirle—. Como quisiera agarrarlo: pensó entonces Henri. Como quisiera atraparlo: pensó el felino mientras se relamía los pelos erizados del labio. Y todo parecía un sueño.

3. En París, cerca del puente des Arts sobre el Siena, Rousseau se acomoda la boina como símbolo de su religión. No es domingo pero está pintando. Pinta la Torre. Pinta un avión. Y pinta un dirigible. Es un paisaje-retrato. Creación de su propia cosecha. ¡Oui Monsieur! Años perfeccionando el estilo. En eso pasa raudo y veloz Monsieur Jarry. El poeta da la vuelta en U y detiene su bicicleta enfrente del viejo paisano y su pequeño caballete como ante una página en blanco. Bonjour Monsieur Rousseau —le dice, previa genuflexión. Bonjour Monsieur Jarry —le responde. Ambos son de Laval, Pays de la Loire. Alfred mira el paisaje-retrato detenidamente y piensa en la sorpresa que se llevarán sus amigos los pintores nuevos cuando miren los cuadros del dulce y gentil Rousseau. Este sí que las tiene bien rayadas —piensa ya trastocado en Ubu. El sujeto genuino. El apto por inepto. El cero tradición: Pura imaginación. Los antedata a todos por eso mismo: fauvistas, cubistas, surrealistas. ¡Merdre!

Credito: Autorretrato de H.  Rousseau.  LA PRENSA/CORTESÍA.
4. La mujer ve a Picasso primero. Recoge con sus manos la cortina lentamente y descubre los ojos nerviosos brillando con un oscuro fulgor. Los ve pasearse por toda la Rue des Martyrs. Eventualmente van a llegar a ella. Lo sabe y sucede. La descubren y la miran y se acercan. Lo ve temblar un poco. Siente sus manos aproximarse y tiembla ahora ella. La coge de los hombros y la levanta como si fuese ligera, etérea, fantasmal. Ahora la mira de cuerpo entero. Son del mismo tamaño él y ella. La devora con los dos tizones. Por 100 sous podes pintar en

cima —le dice Pere Soulier, el marchand de colchones que la posee ahora. Es de un tal Henri Rousseau —termina de decir el insolente. Picasso la vuelve a mirar. La mira y ve como tiembla a pesar de su mirada pétrea. El retrato sicológico perfecto —piensa el español. Ve como la mujer se sostiene apenas sobre su invertido bastón vegetal. Lo inquieta un tanto el pájaro y sus malas intenciones. Afloja sin embargo los 5 gandolfines sin miramientos y se la lleva al estudio de la Bateau Lavoir. Quiere llegar antes de que aparezca Fernande. Quiere estar a solas con esta mujer que tanto le dice callando. Jamás volverá a separarse de ella.

5. El banquete a Rousseau en el estudio de Picasso a finales de 1908 es patafísica pura. Leyenda auténtica del arte moderno. Hito y enigma aun ahora. Homenaje al primitivo o burla al inocente. ¿Importa acaso? Treinta invitados iban a caer sobre el estudio aquella noche para agasajar al gentil aduanero Rousseau. Las libaciones previas al gran sacrificio se inician por la tarde en el bar de Fauvet unas cuadras más abajo.

Anocheciendo apenas parten todos hacia el estudio que está irreconocible. Un primor digno de Fernande Olivier. Lámparas chinas iluminando el ambiente. Acá y allá las máscaras africanas de todas las colonias. (Los franceses: vaya si eran y son colonialistas Monsieur.) En un extremo un trono sencillo para le Douanier. Encima muy apropiadamente el retrato de Yadwhiga. Más arribita una pancarta con la tricolor gritando: Vive Rousseau. Les demoiselles d’Avignon también andan por allí, medio enrolladas ellas. Picasso ha sido generoso con los vinos y Fernande con las boquitas de pájaro y la paella. El jolgorio continúa creciendo. De pronto tres golpes en la puerta. Es Apollinaire y el invitado de honor.

Todos se quedan callados. La emoción genuina de le Douanier Rousseau contagia a la vanguardia aquella noche. El viejo roble se ha cortado la barba y lleva en un brazo su bastón y bajo el otro su violín. Sube a su trono sin ayuda alguna y comienza de nuevo la algarabía. Primero será Cremnitz el que cantará una canción dedicada al aduanero. A ella responderá el pintor festejado con una composición propia en su violín. El vino se multiplica y todos beben. Por el aduanero y con el aduanero. Es un milagro aquello. Rousseau toca ahora su vals titulado Clemence y la raza comienza a bailar. Marie Laurencin tropieza con las bocas. Apollinaire se enoja. Salmon y Cremnitz se agarran a patadas, como buenos cuadrúpedos, hasta que los encierran en un vestidor donde se comen el sombrero de Alice. Es un performance. La fiesta sigue. Le Douanier se duerme. Apollinaire hace el brindis de la noche. Está en verso y relata las memorias y percances del aduanero en los paisajes aztecas de sur América. Guillaume levanta su copa y grita: Vive, Vive Rousseau. Y Vive Rousseau gritan todos: Picasso, Braque, Gertrude y Leo Stein, Andre Salmon, Brancusi, Cremnitz, Jacques Vaillant, Coco, Fernande Olivier, Alice B Toklas, Maurice Raynal, Max Jacob y claro el Dr. Faustrol, que a pesar de no haber podido atender por razones de salud, sí estaba allí muy presente.

Fue la noche del aduanero y él lo sabía muy bien. Al final se levanta bastante cecereque y agradece la gentileza de toda la vanguardia, que aun no se llamaba así, y especialmente la gentileza de Fernande y de Pablo. Usted y yo —le dice dirigiéndose al pintor español y ante el silencio de todos los borrachos— usted y yo somos los más grandes pintores de nuestro tiempo. Usted en el estilo egipcio. Yo en el estilo Moderno. Todos ríen y aplauden y vitorean al aduanero. Todos excepto Picasso que ha quedado pensando en lo dicho por Rousseau, quien de nuevo ha agarrado su violín para lanzarse La vie en rose. La fiesta va a seguir, como lo demuestra un rebuzno colosal de Lolo, el burro pintor, que también andaba en el bacán, hasta bien entrado el siglo XXI.

La Prensa Literaria

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