14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

LA PRENSA/AGENCIA.

Historias de la infamia de Granada

En una casa típica, de esas aristocráticas venidas a menos de Granada, había venido a dar su vida como sirvienta la Juana Irigoyen, de San José del Norte, Isla de Ometepe. Traía con ella un pequeño hijo, pero la familia que la había contratado no lo quería en su casa. La Juana entonces lo mandó a vivir donde unos parientes en la calle del Yoyo. Una calle muy movida por su actividad cantinera y prostibularia, mas era el único lugar donde podían tenérselo.

Por Mariano Marín

CAPÍTULO IV

En una casa típica, de esas aristocráticas venidas a menos de Granada, había venido a dar su vida como sirvienta la Juana Irigoyen, de San José del Norte, Isla de Ometepe. Traía con ella un pequeño hijo, pero la familia que la había contratado no lo quería en su casa. La Juana entonces lo mandó a vivir donde unos parientes en la calle del Yoyo. Una calle muy movida por su actividad cantinera y prostibularia, mas era el único lugar donde podían tenérselo.

Allí en esa casa, la Juana envejeció y, ya casi senil, se enfermó de tuberculosis. Cuando la familia se dio cuenta, como no querían una contaminación de ese tipo, menos de una sirvienta, la mandaron inmediatamente a la sala Santa Teresita en el Hospital San Juan de Dios, donde iban a dar todos los que padecían ese mal, que no tenían con qué pagar, hasta que morían en olvido.

Pochote, su hijo, creció en la calle del Yoyo, se dedicó a ejercer todo lo que el barrio le podía enseñar: ratería, chulería, chivería y todo los demás “vicios del garrote”. Se cuentan historias de sus robos en el barrio de Cuiscoma, hasta de la ropa que estaba en los tendederos en los patios, de los pleitos con su mujer a la que le decían “La Tendete” porque cuando ejercía el antiguo trabajo de las mujeres de Corinto de la vieja Grecia, les decía a sus clientes: “Son cinco pesos y en ese petate tendete”. De allí su apodo.

“La Tendete” se encontró un día con Justo Salablanca, cuidador del cementerio municipal que le contó donde quedó la Juana. Pochote nunca se dio cuenta cuando murió su mamá, ni mucho menos donde quedaría su delgado y triste cuerpo. Una fosa del fondo del cementerio la guarda para siempre jamás. Mucho menos cuenta se dieron los de la aristocrática casa que la había traído a Granada. Pochote en esos momentos estaba en La Pólvora, preso por haberle pegado y herido a “La Tendete” y a dos vecinos más que la quisieron ayudar. Estando en la cárcel le gustó el beisbol y aprendió a batear. Al salir de la cárcel entró al equipo del Granada. Los Tiburones.

CAPÍTULO V

Camilo era el sacristán de la catedral y llegaba por las madrugadas después de unas incubas y orgiásticas noches que con Justo Salablanca celebraban en el cementerio con jóvenes que, deseosos de aventuras exóticas, se involucraban en historias macabras sobre las tumbas y que para hacerlas más atractivas, a veces, eran representadas por Pochote, viejo amigo de Justo, que cobraba por actor con un paquete de cigarrillos Valencia, guaro, un chavalo o una chavala.

Aun era oscuro y las alas de los murciélagos se escuchaban junto con las caídas de las semillas de acetuno sobre el altar mayor. Con mucha disciplina en medio de una gran goma, Camilo alistaba los hábitos: el Alba, la Casulla, el Amito. El rito y el mito.

Cuando el reloj de pared sonaba la media para la hora, subía al campanario y hablando consigo mismo se decía: “La Casulla es la verde o la roja, o la amarilla, bueno, yo ya puse la verde y si no que el padre Simón me diga cuando venga”. Y continuaba a las seis y media, es la misa de la Virgen, a las siete la del santo del día…. Y así tocaba el primero. Al sonar las campanas, al ratito estaban los chavalos que llegaban a ayudarle; uno limpiaba las bancas, otros barrían y otros planificaban con Camilo la actividad de ese día por la noche.

Después de las misas recogían las limosnas los chavalos y las arreglaban en paquetes por orden del valor de las monedas o billetes. De aquí saldría el pago del guaro, los cigarrillos y el pago de Pochote, por supuesto. Después se rifaba quién se encargaría del incensario, quién de las campanillas o del paño, del agua y del vino. Durante el resto del día Camilo se ocupaba de arreglar los altares, ordenar los misales y breviarios. Por la tarde cercano al crepúsculo se le veía aun trajinando por las naves de la iglesia, los altares y la sacristía. A las seis de la tarde, a la hora del Ángelus, Camilo se subía al campanario y repicaba ceremonialmente, mientras en voz baja repetía: “El Ángel del Señor anunció a María…”.

La Prensa Literaria

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí