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LA PRENSA/AGENCIA

El lechero

El niño miraba a su abuela y ella comenzó a contarle algo muy divertido que sucedió en una hacienda de su padre, denominada "Rancho Alegre", pero que de alegre solo tenía el nombre, a no ser por las graciosas aventuras de un gatito que se llamaba Pinto por ser de color blanco con café, y de un perro llamado Chocolate

Por Belkis Corrales de Peralta

El niño miraba a su abuela y ella comenzó a contarle algo muy divertido que sucedió en una hacienda de su padre, denominada “Rancho Alegre”, pero que de alegre solo tenía el nombre, a no ser por las graciosas aventuras de un gatito que se llamaba Pinto por ser de color blanco con café, y de un perro llamado Chocolate, poseedor de pelaje café intenso, muy brillante y que a pesar de que conformaban la tradicional pareja de perro y gato mantenían excelentes relaciones de amistad, pues aquí no se cumplía el dicho de vivir “como perros y gatos”. El perro acariciaba al gatito lamiéndole la cabeza para limpiarle la basura; jugaban con una pelota; cazaban animalitos y bebían leche juntos.

Pinto solía hacer de las suyas en las canoas de madera, repletas de leche y con Chocolate la sorbían a su antojo, porque las canoas eran tan grandes que tenían capacidad sobrada para que perro y gato mientras disfrutaban su compañía gozaran también de una excelente ducha nutritiva con base láctea, para mejorar lo aterciopelado de sus respectivas pieles.

Sucedió que un día de tantos, Pinto desapareció toda la mañana. La encargada de la cocina lo notó de inmediato, porque la leche que le había servido en su platito aparecía intacta. A medida que transcurría el tiempo, la cocinera se preguntaba: ¿Qué se habrá hecho Pinto? ¿Qué le habrá pasado? No hay venido a beber su leche. Tal vez se aburrió de ella y ahora anda cazando ratones de los que abundan por toda la casa atraídos por el olor al suero.

Cuando llegó de convertir la leche en queso, el mozo encargado de llevar a cabo la tarea, se llevó un gran susto al observar al gato que luchaba por salir de la canoa repleta de leche y no feliz como cualquier campeón de natación, sino casi muerto de frío y muy asustado. El mozo lo sacó tomándolo de la cola, lo sopapeó contra el suelo, lo dejó todo lodoso, lo soltó y el gatito salió corriendo, escurridizo, pero quizás feliz, por haberse dado el lujo de darse un baño en una canoa repleta de leche.

La Prensa Literaria

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