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FOTOS: LA PRENSA/AGENCIAS

Historias que contar en el teatro

Los dramaturgos y pioneros del teatro nicaragüense, las obras que destacaron a través del cuento que luego fueron puestas en los escenarios

Por Pedro Alfonso Morales

La retahíla, el primer acercamiento

 

El primer acercamiento a nuestra música infantil es la retahíla y el disparate en algunas canciones nicaragüenses, puesto que la canción además de su estructura esencial en su forma y contenido, encierra en sí misma, el juego de palabras como una especie de trabalenguas, la sorna que se refleja con disimulo, la burla, usada como mofa, desprecio o ridiculez, el sarcasmo, como burla hiriente y sangrienta, el apodo o mote, como muestrario de defectos y virtudes, el absurdo y el contrasentido, como hechos imposibles y humorísticos.

La retahíla en una canción que se puede determinar por el conjunto de cosas y hechos puestos en fila y seguidos, uno tras otro, creando una música de palabras muy parecida a los trabalenguas. Por su parte, el disparate o la canción disparatada, se presenta como un hecho o dicho disparatado, que lleva un contrasentido, un desatino con exceso o demasía. Tales son los casos de algunas canciones de autores nicaragüenses, con retahílas y disparates, espontáneos o buscados a propósito para crear un velo oculto de mucha trascendencia. La retahíla, como lo ha dicho Carlos Mejía Godoy, es nuestro primer reggaeton nicaragüense.

Una de las primeras canciones conocidas con retahíla es La cabra piquetona en la cual se cantan las argucias o falacias de Tata Chico, el viejo cochino que vende cuajadas de leche de cabras en la madrugada. Aunque no es exactamente una canción para niños, su retahíla es propia de los infantes y muy divertida por el juego de las palabras.   

El sarcasmo y el disparate surgen, porque normalmente las cuajadas que se venden en cualquier lugar son elaboradas con leche de vaca. Aquí, son de leche de cabra, lo que se relaciona con la infidelidad y la traición, llamada popularmente como la puesta de cuernos, cachudo, cabrón, precisamente, por la cabra de las cuajadas. La retahíla de esta canción se refiere al proceso de elaboración de las cuajadas de leche de cabra: desde que se amarra la cabra para ordeñarla, pasando por su cuajo y secado en el tapesco con el humo del fogón, hasta su comercialización en el tiangue o mercado.   

En fin, pues, la retahíla y el disparate, son dos elementos interesantes, que los compositores de la música nicaragüense han usado en sus diversas modalidades, ya para destacar la personalidad de las mujeres hablantinas, describir el proceso de elaboración de las cuajadas, enumerar el mote de las vacas lecheras, determinar los diferentes usos de los derivados del maíz o presentar el juego de palabras y las frases disparatadas como parte de la magia musical. Y estas canciones agraciadas y lisonjeras, forman parte de la identidad de la música nicaragüense. Y debemos apreciarla y valorarla.   

En relación con las canciones infantiles, tanto los hermanos Mejía Godoy, como otros autores, se han dedicado al canto para los niños de Nicaragua. Mario Montenegro es el principal representante de la música infantil, pues a ella se ha dedicado de cuerpo y de vida entera, al punto que, no solo canciones infantiles ha escrito, sino versos y cuentos para niños. Sin embargo, una canción infantil Quincho Barrilete de Carlos Mejía Godoy, obtuvo el premio internacional OTI, España, en 1977, destacando de esa manera el lugar que ocupan las canciones infantiles en la música nicaragüense.

TEATRO   

El teatro en Nicaragua ha sido precario y “no ha conformado una tradición sostenida, mucho menos ha producido valores universales”, como afirma Jorge Eduardo Arellano, en Literatura Nicaragüense. (Arellano: 1997: 145). La mayoría de obras se quedaron en intentos y no lograron gestarse como verdaderas representaciones humanas.   

Según Arellano, el teatro nicaragüense “se inicia con los espectáculos prehispánicos” de los cuales muchas son danzas sencillas con cantos, recitaciones y música. Luego, vendría el teatro misionero que perseguía establecer la doctrina católica y la implantación de la lengua española, acciones evangelizadoras que empezaron una vez iniciado el proceso de la Conquista del Nuevo Mundo. Así aparecen El Coloquio del Inga y Montezuma, La loa del niño dios, La loa de la disputa del diálogo y la mujer frente al portal, entre otros.   

Arellano escribe en su obra, que fue hasta los primeros treinta años del siglo XX cuando surgieron los primeros dramaturgos nacionales en José Nieborowski y Ofelia Morales. Luego, vinieron Santiago Argüello con Ocaso (1906), Félix Medina con La redacción de un diario (1906) y Manuel Rosales con Andar siempre andar (1930). Después, surgen tres grandes obras que sirven de referencia del teatro nicaragüense: Chinfonía burguesa (1936), surgida a partir de un poema de José Coronel Urtecho y Joaquín Pasos; Por los caminos van los campesinos (1937) de Pablo Antonio Cuadra y La novia de Tola (1939) de Alberto Ordóñez Argüello.   

  
Así que, el teatro infantil es casi nulo e inexistente hasta que surge el primero con el poeta vanguardista, Pablo Antonio Cuadra, con su celebrada Pastorela, un paso de Navidad que se estrenó en Granada en 1041 e incluye la tradición popular y personajes históricos. Luego, se conoce La Gallina Ciega de Octavio Robleto, animador de la literatura infantil con sus cuentos y obras de teatro.  Y por último, Isidro Rodríguez Silva, publicó en 1998 El Gato Chimpilicoco, obra infantil de contenido ecológico con seis personajes animales que viven y reflexionan y en esta edición presenta su más nueva obra de teatro infantil, Pilín Pilón.

EL CUENTO   

La narrativa infantil en Nicaragua y en especial los  cuentos para niños tiene su nacimiento en la pluma de tres autores nicaragüenses: Pedro Ortiz (1859-1952) con su cuento La pluma azul, publicado en 1886,  Rubén Darío (1867-1916) con su cuento El perro del ciego, publicado el 21 de agosto de 1888  y Salvador Calderón Ramírez (1867-1941) con su libro Cuentos para mi Carmencita (1915). Según Jorge Eduardo Arellano, tanto Pedro Ortiz como Salvador Calderón Ramírez, fueron influenciados por el italiano Edmundo de Amicis (1846-1908), autor de Corazón, diario de un niño.   

La mayor parte de la narrativa infantil de Nicaragua está escrita de manera lineal, breve y sencilla, sin artificios literarios que interrumpan el hilo narrativo o la diégesis relatada, cuyo narrador casi siempre heterodiegético, en tercera persona, cuenta historias relacionadas con animales, aves, árboles, flores, jardines, escuelas, abuelos, misterios, recuerdos aborígenes, etc. dentro de las cuales muchas tratan de dejar un enseñanza moral o tienen una intención moral.   

  
Quizás, el único caso que se aparta de la narración tradicional es la serie de cuentos titulados Cuentos de la abuela de Maritza Corriols. Estos cuentos de Maritza Corriols inician con un narrador heterodiegético que cuenta la historia de la abuela María Elsa que tenía por costumbre contar cuentos a sus nietos.

A partir de esta idea, luego, la abuela que es el personaje central de la historia, se convierte en narradora autodiegética, en primera persona. Y cuenta a sus nietos 12 historias de su niñez que por la manera en que han sido desarrollados se convierten en metarrelatos, cuyos narratarios son sus nietos que le escuchan atentos.   

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Entre el primer cuento infantil, titulado La pluma azul de Pedro Ortiz, publicado 1886 y el último, titulado Los niños del río San Juan de la niña Rosa Eugenia Boitano Valle, han transcurrido 123 años de vida de esta narrativa infantil, cuyos resultados —124 cuentos recopilados, casi a uno por año— aunque no son los mejores, son halagadores porque ya son muchos los interesados por escribir cuentos para niños. Así, resulta interesante leer cuentos infantiles de Augusto C. Sandino, Octavio Robleto, Iván Uriarte, Sergio Ramírez Mercado, Gioconda Belli y  María López Vigil entre otros.   

En la diversidad de textos pueden apreciarse aquellos que son mera recreación del autor sobre historias de niños y   los que expresan una vivencia personal de los infantes, ya imitando o introduciendo sus juegos y alegrías en la diégesis argumental.
Tal es el caso del cuento, por ejemplo, Un naufragio inesperado del autor, Ulises Salazar Medrano, donde nieto y abuelo se confunden entre los vientos la tormenta que azotan la embarcación.   

La narrativa infantil en Nicaragua ha tomado un nuevo brillo o un brillo por primera vez, puesto que el cuento infantil ya no es la pieza que se escribió al azar o porque el autor es mediocre, o porque no cumple las exigencias del cuento para adulto y se dedicó por despecho literario a inventar historias para los niños.
El cuento infantil es una de las escrituras más serias que todo escritor responsable y consciente de su labor, debe asumir con total y profunda responsabilidad para divertir a los infantes.   

Esta narrativa infantil en Nicaragua, que tuvo a Rubén Darío como a uno de sus primeros exponentes principales, es muy rica y variada en personajes, temáticas, escenarios, argumentos, que compensan de algún modo, la linealidad y sencillez de sus historias y relatos. Así que, la narrativa infantil nicaragüense, debe contribuir no solo a manifestar la difusión de los relatos e historias infantiles, sino a crear una imagen y semejanza del niño nicaragüense con su particular identidad literaria y cultural.

La Prensa Literaria

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