Por Horacio Peña
Ella pasa bajo el arco de la Puerta del Sol,
y sale a la otra luz.
Se queda en la plaza.
El sol disuelve la ciudad.
Se me desaparece brevemente y la recobro.
La recobro en esos precisos instantes
de su vago, indefinido movimiento.
En ese gesto donde nace
la belleza de cada día.
Se siente dueña de su tiempo.
No le digo que se engaña.
Mi tiempo se me ha ido
y yo sin escribir nunca,
el poema que tenía pensado
desde mucho antes de la creación del mundo:
el primer sueño y el último despertar
del hombre y la mujer.
Y es ahora,
en estos mismos momentos,
cuando recuerdo ese poema
que se alejó en la nada,
que ella, de nuevo,
inicia ese su vago, indefinido movimiento
que la lleva calle abajo,
hacia las casas rosadas y amarillas.
Yo me quedo en la plaza,
mientras la veo irse
bajo los rumorosos árboles en flor,
la veo irse, una vez más,
en busca de todas mis cosas,
ya lejanas y perdidas para siempre.
Febrero 2011
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