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Gustav Mahler uno de los músicos más notables. LA PRENSA/CORTESÍA.

El titán

En el centenario de la muerte de Gustav Mahler (18 de mayo 1911) entran a la memoria con ineludible precisión los versos de Klopstoch, dichos por el mismo cuando los restos del compositor rompían el silencio de la tumba: “Resucitarás tu, polvo tras corto reposo”.

Por Joaquín Absalón Pastora

En el centenario de la muerte de Gustav Mahler (18 de mayo 1911) entran a la memoria con ineludible precisión los versos de Klopstoch, dichos por el mismo cuando los restos del compositor rompían el silencio de la tumba: “Resucitarás tu, polvo tras corto reposo”.

En Mahler la poesía canta. Toma holgada nobleza el “camarada errante” en lírico eje con “el maravilloso cuerno del niño”. No solo escudriñó todo lo que es vivencia y esencia, el primordial aleteo, el movimiento en el hombre, sino que —y en ese aspecto no ha sido tan justamente valorado— el arte de separar los caminos no yendo por uno solo determinante sino por todos los que pueden conducirnos a la celebración cuando esta tiene su propia característica. Trazó tantas rutas con sus versos a través de la canción y de la ontología a través de la sinfonía que no puede calcularse la distancia que le cupo recorrer con su estro de cancionista sagrado y popular con letras inmortalizadas por el contenido ético, glorificadas por la melodía traídas al mundo para ser factor de expectante conmoción, vistas desde las cumbres de la estética pura.

Cómo no considerarlo así cuando su pájaro canta expresando la sensación del recitado cuando todos sabemos que carece de voz y de gesticulación. En su canción está presente la convergencia mutua del amor y la naturaleza. Amor cuando su amada tome marido durante su ausencia en la vida cuyo final vislumbra en el adagio. Naturaleza cuando el camarada en la taciturna pradera encanta su destino con solo saber que “en el borde del camino hay un tilo reparador de su sueño por vez primera”. En la disipación del mutis exclama la canción sus mejores notas con capacidad de ir a la orquesta cuando la introduce en el movimiento final de su “Cuarta Sinfonía” a través de una soprano que pareció intrusa para los puristas así como el mismo concepto tuvo el barítono en la Novena de Beethoven. Suspira sobre un poema de Klaus Groth. Una canción sinfónica nunca contemplada en el estilo de la forma sonata para gozar las alegrías celestiales con la descripción de la vida ultra-terrena. En ese episodio el longevo armónico de cien años vuelve a su infancia.

Mahler se revela titánico en su Sexta Sinfonía. Es el titán contradictoriamente impotente que se evapora en la medida en que el tácito sonoro va perdiendo corpulencia.

La Prensa Literaria

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