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LA PRENSA/Agencia.

Firulay como Blanco

El ruido de esa época tenía en sí sugerencias no diré diabólicas, pero sí siniestras ¡Que aspen si no es cambio de triunfo!, expresaba don Alfredo a su esposa Esperanza. En fin, una súbita llamarada de interés harto peculiar parecía arrancada de las páginas de una novela donde despertaba la atención y con un sudor abundante cubría la faz de la realidad que merodeaba en ese lugar y tiempo. Tenía forzadamente que convertirse en espectáculo y adoptar una aptitud de reto, era la inestabilidad atacando a lo estable, que el final acabaría ganando todo lo que se hallara informado por esta última cualidad.

Por Bayardo Quinto Núñez

El ruido de esa época tenía en sí sugerencias no diré diabólicas, pero sí siniestras ¡Que aspen si no es cambio de triunfo!, expresaba don Alfredo a su esposa Esperanza. En fin, una súbita llamarada de interés harto peculiar parecía arrancada de las páginas de una novela donde despertaba la atención y con un sudor abundante cubría la faz de la realidad que merodeaba en ese lugar y tiempo. Tenía forzadamente que convertirse en espectáculo y adoptar una aptitud de reto, era la inestabilidad atacando a lo estable, que el final acabaría ganando todo lo que se hallara informado por esta última cualidad. Entonces, el Hada Buena “practicando la cristiana virtud de la humildad”, lo cual, no figuraría en primer lugar, ni tampoco en el último, sino que evidentemente se colocaría en medio de los demás, al lado de su adversario. Ahora, en ese tiempo ido se presentaba la oportunidad de estudiar la vida que seguiría.

Ese día la sala de doña Esperanza, la mamá de C. María, por lo general siempre de día o de noche se encontraba muy iluminada, quizás tenía que convertirse en espectáculo atractivo y así era siempre, y así sucesivamente transcurrían los días…, pero allá por el tiempo ido del año 1980, cuando estaba en su apogeo la Revolución popular sandinista, por donde fue el cine Dorado en Managua-Nicaragua a diario don Alfredo hacía sus placas de aluminio, bronce, y su distinguida esposa Esperanza en sus quehaceres matutinos hasta llegar al almuerzo, después comenzaba a embellecer su rostro de pavo real, acostumbraba sentarse todas las tardes en la sala o en el porche acompañado de un hermoso jardín de flores bellísimas, y los sábados degustar los infaltables tragos de licor en un restaurante llamado “El Bajarete”.

Pero resultó que un día sábado de ese tiempo ido C. María, su hijo de seis meses de nacido y su esposo Guadalupe arrimaban de San José Costa Rica. Doña Esperanza sabía que llegaban ese día, entonces, les tenía contratada una casa para que la alquilaran, ubicada a 20 metros de la suya. Ese mismo, día el matrimonio llegó y se instalaron en la casa alquilada, era de madera con bloques.

Inició una “nueva vida” para el matrimonio. C. María como especialista en belleza, fue a buscar al residencial Bolonia a su tía Quecha (q.e.p.d.) para que le diera un trabajo, lo consiguió, mientras al esposo Guadalupe la suerte le jugó el destino otra suerte, este anduvo de la seca a meca sin lograr conseguir trabajo, todas las puertas se le cerraron o se las cerraron. En ese ínterin del destino, en una tarde calurosa, aproximadamente a los 8 días de estar habitando la casita de madera, en la mera puerta que daba a la calle se apareció un perro lindo, hermoso, color blanco, de raza, y se echó al lado de la puerta; pensó Guadalupe que lo iba a agredir, pero resultó todo lo contrario, el perro se durmió andaba como cansado, entonces, C. María le puso una pana de agua, ahí durmió toda la noche. Al día siguiente, a las 6:30 a.m., cuando Guadalupe abrió la puerta de la casa vio que el perro no se había ido. Ven C. María, aquí está el perro, le gritó Guadalupe, ella inmediatamente fue y le hizo caricias amablemente como que conocía al perro.

Esa mañana que llegó doña Esperanza a la casa de su hija, lo primero que le dijo fue: “Qué lindo este perrito y lo acarició como que lo conocía”, pero lo extraño es que el perro todo se dejaba hacer como que conocía a los presentes o estaba amaestrado para esa vida. ¿Y tiene nombre? preguntó doña esperanza. No, pero le pondremos “Firu”, contestó Guadalupe. Le deberían agregar “lay”, replicó Esperanza. Entonces, se llamará “Firulay”, contestó Guadalupe. Transcurrieron los días y meses y el perro se transformó en un fiel custodia de la casa, nunca le ladró a sus amos, ni a la suegra, algunos meses Firulay vivió a la intemperie a la orilla de la puerta de la calle ahí aguantaba sol, hambre, lluvia y de todo pero resistió, era algo misterioso, eso era como su misión cuidar esa casa y a sus amos, después le metieron a la casa cuando Guadalupe le tuvo más confianza y se iba directamente hasta el patio y cuando llegaba un desconocido se posesionaba al lado de Guadalupe o de C. María. Era asombroso ver a Firulay la paciencia con que actuaba y en las noches era un león custodiando la casa al menor ruido.

Un día vino lo inesperado, el matrimonio sufrió una metamorfosis, iniciaron las peleas al extremo que descuidaron a Firulay, a este la salieron unas llagas en su cuerpo, nadie se las curaba. Meses antes de la separación Firulay se veía cansado, hambriento y así como apareció de la nada, se fue una semana antes de la separación del matrimonio. Nadie vio cuando se fue, lo buscaron en el vecindario y nada. El pobre perro ya había cumplido su misión. El matrimonio se derrumbó por múltiples razones, y el perro quedó en el misterio de dónde realmente provenía, pero sí en el recuerdo…! pero cumplió al pie de la letra su misión.

La Prensa Literaria

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