Estaba almorzando en un lugar público y llamó mi atención la historia que reportaba un noticiero de la nota roja. Era sobre violencia, en donde un hombre explicaba las razones por las que había dado una brutal paliza a su cónyuge. Según él, “ella se lo había buscado”, porque lo hizo enojar al no hacer lo que él le pedía. Me fijé en las reacciones de los demás comensales, y todas eran de desaprobación.
Lo peor es que todos pensamos lo mismo que ese hombre, que las acciones, gestos, palabras u omisiones de los demás son la fuente de nuestros enojos. Esta creencia genera en nosotros una reacción, generalmente basada en “se lo buscó por hacerme enojar”.
Es también un deseo de vengarnos de la persona que nos hizo sentir mal a nosotros, la evasión de la responsabilidad sobre nuestras propias emociones y las acciones que realizamos cuando las seguimos. El enojo nos genera sensaciones desagradables que no experimentamos porque no nos conectamos con una sensación corporal y como consecuencia pensamos que es desde afuera que viene la sensación.
Esto, mezclado con la creencia de que el enojo me resuelve las cosas, ayuda a que me respeten y a conseguir que los demás hagan lo que yo quiero, ha generado que vivamos en un país lleno de personas que se autodenominan “de carácter fuerte”. Las acciones incorrectas que realizamos enojados van desde el maltrato físico, las ofensas verbales, hasta las malas intenciones mentales y la manipulación. Estas últimas son generadas especialmente por las personas que, al enojarse, callan. Existe la fantasía que porque no gritan, están exentos de realizar acciones incorrectas con su enojo y aunque la expresión sea distinta, tiene las mismas consecuencias nefastas para su vida y la de los que los rodean.
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