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Las minas de piedra pómez

A lo lejos se ve una loma blanca arañada por picos y palas. No hay árboles y está desierta. Lo único que se logra apreciar son dos camiones y un tumulto de sacos llenos de una roca blanca, de origen volcánico, que se empezó a explotar hace más de dos décadas, en ocho comunidades de Masaya, con el auge de las Zonas Francas.

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Por José Denis Cruz

A lo lejos se ve una loma blanca arañada por picos y palas. No hay árboles y está desierta. Lo único que se logra apreciar son dos camiones y un tumulto de sacos llenos de una roca blanca, de origen volcánico, que se empezó a explotar hace más de dos décadas, en ocho comunidades de Masaya, con el auge de las Zonas Francas.

De esas tierras se extraían más de tres toneladas de piedra pómez al día y eran llevadas a inmensas máquinas lavadoras, donde se mezclaban con tela gruesa (el azulón). Ahí las rocas frotaban el tejido hasta que estos adquirían una apariencia de gastado o descolorido que tanto gustan a los jóvenes.

Fue entonces cómo los dueños de las textileras vieron en ocho comunidades rurales (La Corteza, Las Flores, Llano Grande, La Poma, El Edén, La Gruta, El Hatillo, y Quebrada Honda), del municipio de Masaya, inmensas riquezas (1,120 manzanas de tierra) del material que usaban para el desgaste de tela; y los lugareños una oportunidad para enterrar la pobreza. Sin embargo, la balanza nunca se inclinó a favor de quienes abrían huecos en el suelo para sacar el llamado oro blanco.

José Antonio García, un hombre cincuentón de piel tostada y sonrisa triste, se inició en la extracción de piedra pómez hace veinte años en una de las minas de la comunidad Quebrada Honda. Con el tiempo se trajo a su esposa y a sus dos hijos para que escarbaran todo lo que pudieran en esta veta, donde les pagan 15 córdobas por cada saco de piedra pómez recolectado.

Para el año 2005, García ya formaba parte de las diez mil personas que sobrevivían de la explotación minera en las ocho comunidades rurales del municipio, de acuerdo a los cálculos de la Alcaldía de Masaya. Pero, hoy hay poca gente laborando en este lugar, no es porque el clima se muestre huraño. No. Es porque la demanda de piedra pómez se vino al suelo.

Hay dos razones. La primera tiene que ver con las restricciones ambientales que la Alcaldía de Masaya y el Ministerio del Ambiente y Recursos Naturales (Marena) le ha impuesto a los dueños de las minas y la segunda apunta a que las empresas textileras están aplicando tecnología biológica para darle el tono de gastado a la tela. Poco están utilizando la piedra pómez.

Aun así José Antonio García sigue escarbando. “La explotación de las minas tomó mayor auge hace más de veinte años. Había más Zonas Francas y la demanda era mayor. Ahora ha disminuido bastante”, cuenta García mientras revuelve un puño de piedras blancas apiñadas a su derecha y dirige su mirada a la pared de tierra, de diez metros de alto, que tiene justo enfrente.

García está sentado en un tumulto de sacos de piedra pómez y calcula que ha llenado más de 200 en una semana, aunque no han venido los compradores a traer la mercancía. Este hombre, quien ha dejado buena parte de su fuerza en las vetas, salió de su casa a las 5:00 de la mañana.

Junto con su esposa, Nicolasa Ñurindia, todas las mañanas recorren dos kilómetros cargando los instrumentos que utilizan aquí: la piocha, la pala, el colador y el balde. Esta pareja de mineros aún tienen que mantener a dos hijos, Fernando y Elena García, de 12 años y 15 años respectivamente, quienes los fines de semana sustituyen el lápiz por las duras herramientas utilizadas aquí.

Ñurindia habla de la mina con tristeza. Es porque la fiebre por el oro blanco de Masaya, dice, ya tuvo sus años de gloria. Desde hace dos años el Marena advirtió que al extraer las piedras pómez el lago Cocibolca quedaba vulnerable a cualquier tipo de contaminación, pues el material extraído funciona como una especie de filtro.

Es por ello que algunas minas cerraron y los comunitarios que trabajaban en ellas se fueron a buscar otras fuentes de empleo. Félix Cano, dueño de una veta de piedra pómez, situada en la comarca La Corteza, sigue lamentando la clausura, pues, según él, se afectó directamente el bolsillo de la gente pobre.

“Las Zonas Francas ya no nos están comprando. Imagínese que aquí trabajaban entre 20 y 30 personas, miembros de varias familias. Ahora la gente está sin empleo”, cuenta el hombre.

Más al este del municipio se encuentra la comunidad Llano Grande. Ahí funciona otra de las minas. Tampoco hay muchos trabajadores y los pocos que hay también lamentan que las textileras hayan dejado de comprar el oro blanco en grandes cantidades.

A cada palazo de tierra que sale del interior de un hueco poco profundo, Byron López, un adolescente de 14 años al que le da pena hablar, tiene que extraer las piedras blancas más grandes y ponerlas en un balde que ubica a su lado.

Cuando ya ha reunido una buena cantidad de rocas las echa en sacos, que va trasladando a unos diez metros de la mina. Byron comenta que se vino a trabajar para no estar de desocupado en su casa. Y si está aquí es por voluntad propia.

Dice que dejó las clases regulares para estudiar los sábados en el Colegio José Dolores Estrada, a unos cincos kilómetros de Llano Grande, y de esa manera poder cursar su primer año de secundaria y a la vez trabajar.

“Me pagan 15 córdobas por cada saco que lleno. Hoy vine a las 5:00, pero no siempre tengo hora fija de entrada. Hoy me iré a las 2:00”, dice el adolescente tímido que sueña con llegar a la universidad.

La semana pasada López recibió un salario de 400 córdobas, sin embargo en esta espera obtener una cantidad mayor, de modo que pueda darle más dinero a su mamá.

Mientras él separa las piedras de la tierra, su primo escarba en una de las paredes de la zanja. Se llama Reynaldo López, tiene 28 años y la mitad de ellos los ha trabajado en las minas.

Reynaldo critica el poco dinero que recibe por la extracción de piedra pómez, pese a que las jornadas laborales son muy pesadas. Si trabaja en la mina es porque aún no ha encontrado trabajo, peor ahora que en las empresas a las que ha ido le piden un aval político del partido de gobierno.

PELIGROSAS

En la mañana del 12 de mayo de 2008 un derrumbe sepultó a Lesbia del Carmen Cano, de 30 años, en la finca África, una mina localizada a 15 kilómetros del centro de la ciudad de Masaya, en la comunidad La Poma. Hasta entonces se registraban más de diez muertes en las excavaciones mineras, sin que nadie se hiciera responsable.

“A nosotros nos contaron que mi hermana estaba de espaldas cuando le cayó el paredón. Dilataron más de media hora en desenterrarla”, relata Idalia Cano. Desde esa fecha, le ha pedido a sus familiares que busquen empleos en la ciudad de Masaya, pues teme que les suceda una situación similar a la de su hermana. “Ahí es muy peligroso y se explota a la gente”, dice.

Víctor Manuel Calero, de 20 años, tiene indeleble las imágenes de aquella lluvia de tierra que caía encima de Lesbia. “Eso fue horrible”, comenta. Por ello cada vez que llega a la vetas se persigna y le pide protección a Dios, pues las probabilidades de un derrumbe son muy altas. “Aquí es peligroso. Peor cuando llueve mucho, porque la tierra se pone floja”, dice el muchacho.

Pero nadie se hace responsable si alguien llega a morir soterrado, eso dice María Esther Amador, propietaria de una de las minas. “Ahora estamos pendientes que la gente no se meta a los paredones. La gente está conscientes que nosotros no podemos hacernos responsables por lo que les ocurra. Ellos y nosotros necesitamos el real”, apunta tajantemente Amador.

“QUEREMOS ORGANIZARNOS”

Hace dos meses cinco propietarios de las minas fueron a la Alcaldía de Masaya a gestionar los permisos para seguir extrayendo piedra pómez. Pero no han obtenido respuesta.

“Ellos (los de la Alcaldía) quieren maquinaria pesada, pero los lugareños no quieren que sea así, pues no tendrían trabajo. La extracción se tiene que seguir haciendo de manera artesanal por el bienestar económico de la comunidad”, sostiene Roberto Rodríguez, dueño de una mina en la comunidad Llano Grande.

“La Alcaldía (de Masaya) prefiere que las Zonas Francas estén importando piedra de otros países en vez de sacarla de estas tierras. Nosotros planteamos que queremos organizarnos y trabajar de manera conjunta con ellos. Fuimos a la Asamblea Nacional, tampoco nos resolvieron”, protestó.

Rodríguez ha venido a supervisar la extracción de piedra y le ha hablado a sus trabajadores de la propuesta de la municipalidad. Reynaldo López desde la zanja donde está metido alza su voz y protesta: “Prefiero que esto se siga extrayendo de manera artesanal, sería una locura traer máquinas para explotar las minas. Eso es una gran locura”.

Sección Domingo

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