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El evangelio es la vida misma de Cristo

El evangelio del domingo vigésimo del tiempo ordinario, tomado de Lucas 12, 49-53, es un llamado que hace Jesús a sus discípulos a no tomar sus palabras como meros ideales pero irrealizables en la vida concreta o discurso éticos para llevar una vida más o menos buena. “Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto.

P. Herling Hernández

El evangelio del domingo vigésimo del tiempo ordinario, tomado de Lucas 12, 49-53, es un llamado que hace Jesús a sus discípulos a no tomar sus palabras como meros ideales pero irrealizables en la vida concreta o discurso éticos para llevar una vida más o menos buena. “Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto.

Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza” (Benedicto XVI, Encíclica Spes salvi, 31). El evangelio que Jesús proclama no es una mera noticia tranquilizante, ni mucho menos una droga que produce la uniformidad de una comunidad de alienados. Es la vida misma de Cristo que se hace presente con los valores del reino, es compromiso con el amor y, en este sentido, con la paz de Dios. Solo quien se compromete verdaderamente con el evangelio no lo desdibujará de su novedad, de la luminosidad de la verdad y la práctica de la justicia y de la caridad (cf. Documento Conclusivo de Aparecida, 5).

Pero, el cristiano para realmente dar el paso a un verdadero compromiso con el llamado de Cristo a introducirse en el “fuego de Dios”, y en su bautismo, es necesario que rompa con la mentalidad del mundo, mentalidad que ya Jesús había denunciado en las lecturas de los domingos anteriores, como lo peligroso y ridículo de la codicia. La necesidad de una escala de valores en la que lo prioritario es el Padre y no el comer y el vestir. El despojo de la riqueza y lo relativo de todo lo que es material. La actuación de Jesús no puede ser la pacificación exterior. Su venida conlleva para los hombres decidirse frente a él y su mensaje. La posibilidad de libertad de elección trae la escisión y la división. La figura de Jesús es el centro. La actitud de cada cual es la que divide. Se ejemplifica esta división desde la comunidad familiar.

Los cristianos están llamados a no simplificar y acomodar el evangelio a los gustos y antojos de un mundo que quiere ofrecer la imagen de una sociedad que tolera a Dios mientras no se meta con su dinero, mientras no comprometa su poder terrenal, mientras no incomode y moleste sus prácticas morales cada vez más alejadas de la ley moral. Esta paz que ofrece el mundo y los valores del reino y la verdadera práctica cristiana, no solo no es posible, sino que es falsa y dañina para la dignidad del ser humano, porque es abandonar a los hijos de Dios al capricho y soberbia del mal que se esconde en las estructuras sociales, económicas y políticas.

El cristiano debe con plena libertad y conciencia romper con todo aquello que se oponga al evangelio y defender, incluso si es necesario, con su propia vida los valores del reino. Nadie que se proclame verdaderamente cristiano puede mantener un vínculo con lo opuesto a estos valores, con sus estructuras y con sus proyectos. Recordemos las palabras de Jesús: “Él que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama” (Lc 11, 23).

Religión y Fe evangelio religión

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