Por Juan Carlos Ampié
Con un pequeño ejército de personajes y dos ciclos de películas, técnicamente sí podemos usar la palabra “saga” al referirnos a los “X-Men”. Wolverine, el mutante estrella, protagoniza la entrega más reciente, inspirada en una serie de cómics que lo manda al Japón. El proyecto fue desarrollado por el célebre Darren Aronofsky, en la cúspide de su influencia tras el éxito de Black Swan (2010). Poco antes de iniciar el rodaje, abandonó la película. James Mangold, talento de personalidad menos distintiva, asumió la tarea de llevar el filme a término. 20th Century Fox pasó de un visionario a un jornalero, sin siquiera parpadear. Los fanáticos tampoco van a parpadear. La novedad de ver al superhéroe en un contexto cultural distinto basta para enganchar el interés.
En un campamento militar de Hiroshima —¿o será Nagasaki?—, Logan (Hugh Jackman), como prisionero de guerra, salva a uno de sus captores de los peores efectos de la bomba nuclear lanzada por EE. UU. en agosto de 1945. Saltamos al presente —o más bien a algún momento después de X Men: The Last Stand (2006)—. El justiciero vive como hermitaño, en duelo profundo por la muerte de su amada Jean Grey (Famke Jansen). Recibe su visita en sueños, y resiente cada vez más su inmortalidad. Una misión se manifiesta con la aparición de Yukio (Rila Fukushima). Es emisaria de aquel soldado que salvó décadas atrás. Yashida (Hal Yamanouchi) se ha convertido en un magnate. Clama por Logan desde su lecho de muerte, para concederle en agradecimiento el don de la mortalidad.
Pero nada es lo que parece ser. Familiares amargados, políticos corruptos, yakuzas con el gatillo alegre y una médico sospechosamente solícita complican el panorama. Justo lo que Logan necesitaba para salir de la pesadumbre: una intriga laberíntica, con muchas oportunidades para patear traseros con el pecho descubierto.
La trama pierde progresivamente el sentido y la novedad del escenario se diluye. Esto es Japón filtrado a través de la cultura pop norteamericana: Yukio parece princesa de animé; hay una persecución por el distrito comercial de Harajuku, con desvío obligatorio por un salón de Pachinko; imaginería samurai y yakuza. Por algún heroico ejercicio de contención, no sacaron una fiesta con geishas o un ataque de Godzilla. Algunas escenas fueron filmadas en Japón, pero impera la artificialidad. Se siente como si la rodaron en una de esas imitaciones de país para parque de diversiones. Mangold toma el camino de menor resistencia en las secuencias de acción, con planos abiertos y muchos cortes. Casi nunca funciona, excepto en una pelea sobre los vagones de un tren de alta velocidad.
Impera la violencia antiséptica que caracteriza a los productos taquilleros. Al igual que en la reciente Red 2 , disimular la sangre tiene que ver con el imperativo comercial de conseguir una clasificación que no levante banderas rojas a los padres que dispensan el dinero de la entrada. Pero “The Wolverine” también quiere ser más adulta. Buena suerte explicándole a los niños las pesadillas de Logan y los episodios de sexualidad implícita.
Agradezco que nos den un descanso de la “mitología”. La película funciona como una historia contenida en sí misma. Es como un episodio de las series de TV del El Increíble Hulk o El Pequeño Vagabundo : el héroe conoce nuevos amigos, les ayuda a enfrentar un problema, al final sigue su camino hacia nuevas aventuras. Para mí, aquí y ahora, eso es algo bueno. Si le hace falta la “gran historia”, una escena oculta entre los créditos finales siembra la semilla de la próxima entrega en la franquicia.
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