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Herling Hernández, secretario adjunto de la Conferencia Episcopal. LAPRENSA/ARCHIVO

No se puede servir a Dios y al dinero

El Evangelio de San Lucas 16, 1-13 que corresponde a la semana vigésimo quinta del tiempo ordinario que leeremos este domingo, nos relata la parábola del administrador astuto, que ve en este orgullo humano un medio para salir adelante ante la desgracia en la que había caído a causa de su mala administración. Jesús presenta un ejemplo típico del mundo de los negocios turbios y sucios, donde los escrúpulos se dejan a un lado y se impone la maldad y el fraude.

Sacerdote Herling Hernández

El Evangelio de San Lucas 16, 1-13 que corresponde a la semana vigésimo quinta del tiempo ordinario que leeremos este domingo, nos relata la parábola del administrador astuto, que ve en este orgullo humano un medio para salir adelante ante la desgracia en la que había caído a causa de su mala administración. Jesús presenta un ejemplo típico del mundo de los negocios turbios y sucios, donde los escrúpulos se dejan a un lado y se impone la maldad y el fraude.

En el mundo de hoy, sobre todo el mundo de los negocios, parece imponerse una regla general que en los asuntos de orden temporal o secular, la moral debe quedar fuera y limitarse únicamente a los asuntos de familia o bien a los asuntos religiosos. Podemos ver que la idea que está de fondo en este relato parabólico del evangelio viene, precisamente, a corregir este asunto, elevando un problema doméstico y administrativo a un problema moral y religioso. No porque lo religioso y moral se entrometan en los asuntos de negocios, sino, porque el actuar humano, en cualquiera de los asuntos que toque a su dimensión humana, debe y tiene que regirse por una norma universal y básica.

Jesús marca esa línea divisoria entre lo que se debe hacer y aquello que sobrepasa la conducta humana y, por tanto, no aceptable en quien se profesa creyente. Dios y el dinero son como dos amos mal avenidos que se disputan la obediencia de un mismo hombre. Este no puede servir a los dos a la vez y tiene que decidirse por uno u otro. Solo la obediencia a Dios es compatible con la verdadera libertad del hombre.

El hombre de hoy, en particular cada persona, piensa que en la medida que gestiona su vida y los bienes de este mundo con sagacidad y astucia, el resultado será una mayor tranquilidad y un futuro confortable. Pero no se da cuenta que una riqueza material, desvinculada de la justicia y de la solidaridad humana, es una riqueza que solo le traerá soledad y frustración, empobreciéndose él moralmente y empobreciendo a los demás materialmente. Nos volvemos esclavos del dinero. En cambio, quien descubre que su mayor dignidad no radica en el confort que pueda disfrutar ni en el dinero que pueda acumular sino, más bien, en descubrir que se es más hombre y más humano en la capacidad que tenga de gestionar los bienes de este mundo al servicio de los demás. Poniendo él mismo su capacidades al servicio del bien y de la justicia. En esto radica la sentencia de Jesús, “no se puede servir a Dios y al dinero”. Un corazón que está al servicio del dinero no puede servir al Dios de los pobres, de la justicia, de la solidaridad y, menos, del amor. “En efecto, hoy se comprende mejor que la mera acumulación de bienes y servicios, incluso en favor de una mayoría, no basta para proporcionar la felicidad humana” (Sollicitudo rei socialis del papa Juan Pablo II, 28).

Religión y Fe dinero Dios

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