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Dos maneras de dirigirse a Dios

En el evangelio de este domingo tomado de Lucas 18, 9-14, se desarrollan temas propios de este evangelista, a saber: la salvación universal, la invalidez de la ley sola para salvarse, y la misericordia divina.

PBRO. JOSÉ RODOLFO PAISANO

En el evangelio de este domingo tomado de Lucas 18, 9-14, se desarrollan temas propios de este evangelista, a saber: la salvación universal, la invalidez de la ley sola para salvarse, y la misericordia divina.

Lucas condena la excesiva autoestima, que se vuelve arrogancia delante de Dios.

La parábola del fariseo y del publicano tiene unos destinatarios, aquellos que se tienen por justos (v.9). ¿Quiénes son estos? Son aquellos que presumen de ser gente de bien, gente que ponían su confianza en sí mismo (cfr. 2cor 1,9) y que su arrogancia los lleva al desprecio de los demás. Creen en la misericordia de Dios pero solo para los justos y no para los pecadores. El Dios de Jesucristo es un Dios rico en misericordia, así le expresaba el beato Juan Pablo II en su encíclica Dives in misericordia no. 1 “Dios rico en misericordia, 1 es el que Jesucristo nos ha revelado como Padre; cabalmente su Hijo, en sí mismo, nos lo ha manifestado y nos lo ha hecho conocer 2”.

Este es el Dios que también nosotros estamos llamados a predicar. En el trato con los demás estamos llamados a evitar la auto satisfacción de nuestro ego, creyéndonos justos y santos, perfectos más que los demás, desvirtuando la acción de gracias, como era vista en el Antiguo Testamento, que consistía en dar gracias por los beneficios recibidos, el fariseo da gracias porque se siente satisfecho de su propia bondad, de sus propias obras, y observancias de la ley, es un hombre que ha dirigido su vida y acciones de acuerdo a un imperativo categórico, al estilo kantiano.

Jesús vino a encarnar la misericordia de Dios, con sus palabras y acciones. Al respecto nos dice el beato Juan Pablo II: “De este modo en Cristo y por Cristo, se hace también particularmente visible Dios en su misericordia.

Cristo confiere un significado definitivo a toda la tradición veterotestamentaria de la misericordia divina. No solo habla de ella y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, Él mismo la encarna y personifica. Él mismo es, en cierto sentido, la misericordia.

¿Cuál ha de ser nuestra actitud delante de Dios? La del publicano que con humildad acepta la etiqueta de pecador, dicha etiqueta la sume en actitud de arrepentido, poniendo en sus labios como oración lo que el salmista en los salmos 51, 3; 41,5, ora: misericordia Dios mío por tu bondad. El evangelio de este domingo es una llamada a acoger la misericordia de Dios con humildad.

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