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Creo en la resurrección

El 2 de noviembre conmemoramos a los fieles difuntos. Una celebración cargada de sentimientos nobles para con quienes ya no están con nosotros, porque fueron llamados por Dios a la eternidad, pero no podemos quedarnos con un sentimiento de pérdida, en el cementerio hay recuerdos, la vida está en Dios. Es lo que nos dice Jesús en el evangelio de mañana domingo.

PBRO. MARIO SANDOVAL

El 2 de noviembre conmemoramos a los fieles difuntos. Una celebración cargada de sentimientos nobles para con quienes ya no están con nosotros, porque fueron llamados por Dios a la eternidad, pero no podemos quedarnos con un sentimiento de pérdida, en el cementerio hay recuerdos, la vida está en Dios. Es lo que nos dice Jesús en el evangelio de mañana domingo.

El Señor nos creó para la vida, una vida que no se agota en el aquí, sino que trasciende hasta la eternidad. La vida en la eternidad tiene características nuevas con relación a lo que ahora conocemos y es la realización plena de lo que ahora es apenas como una semilla: el potencial de la vida divina que llevamos dentro.

En el evangelio de San Lucas se nos presenta a unos saduceos discutiendo con Jesús sobre la resurrección de los muertos. Los saduceos eran un grupo religioso-político, de mentalidad liberal y de vida aburguesada sumamente influyente ante el sanedrín y de gran trascendencia en el sacerdocio judío. Religiosamente, dominaban la clase sacerdotal y de entre ellos surgía el sumo sacerdote con toda su influencia sobre el pueblo. Políticamente fueron propensos al poder y se acomodaban a este según la situación del momento.

La discusión de Jesús con un grupo de saduceos, que no creen en la resurrección, da pie para que Él exponga lo que nos aguarda en la vida futura. La figura de Moisés, y junto con él dos maneras de entender la experiencia de Dios, aparecen en los extremos de la discusión:

—Para los saduceos es ante todo el legislador de Israel que dictó el procedimiento que se debía seguir cuando una mujer quedaba viuda y no le dejaba descendencia a su familia (ver 20,28): la ley del “levirato”, según la cual en caso de viudez la mujer no buscará marido en una familia extraña, sino que uno de sus cuñados la esposará (ver Dt 25,5-10).

—Para Jesús, sin negar lo anterior, es el pastor que hizo una experiencia del Dios de la alianza en el Monte Horeb cuando lo descubrió en la zarza ardiente (ver 20,37): allí se reveló como el Dios de la vida, “no un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven” (20,38).

Aplicando la ley mencionada al caso hipotético de una mujer que tuvo siete maridos (aunque conocemos una en Tobías 6,14), los saduceos se burlan de la creencia en la resurrección: “¿De cuál de ellos (los siete maridos) será mujer en la resurrección?” (20,33).

La enseñanza de Jesús se plantea una diferencia entre “este mundo” y el “mundo aquel”. Es decir, que no hay que colocar al mismo nivel la vida terrena y la vida en la resurrección. Si bien, somos los mismos, habrá también novedades significativas entre los “hijos de este mundo” y los “hijos de la resurrección”.

En ese mismo orden de ideas habrá que entender entonces que en la vida futura no habrá que estar preocupados por la vida sexual para tener hijos (“ni ellos tomarán mujer ni ellas marido”, 20,35b), ya que la muerte desaparecerá. De hecho, en la vida terrena —según la mentalidad bíblica— la generación de hijos tiene como finalidad sustituir a los muertos, porque hay que mantener viva la promesa del Dios de la Alianza.

La gran novedad consiste en ser “hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección”. Para vivir esta resurrección tenemos que ser “dignos” de ella (20,35). La resurrección es la realización plena de la vida y a ella nos llama el Dios de la Alianza, el Dios de las relaciones vivificantes y vivificadoras, para quien —en cuanto están en Él— “todos viven”.

Los domingos anteriores se nos advertía de no caer en la actitud de los fariseos, solo prácticas externas pero vacíos interiormente. Hoy se nos advierte de lo repugnante que sería un cristianismo materialista que tiene por dios su propio vientre; por ideal de vida, el corazón puesto en los bienes de la tierra, por desenlace final de su paso por el mundo, solo perdición y confusión eternas.

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