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Herling Hernández, secretario adjunto de la Conferencia Episcopal. LAPRENSA/ARCHIVO

La historia le pertenece a Dios

En el evangelio de este domingo (Lc 21, 5-19), el penúltimo antes de finalizar el año litúrgico con la celebración de la Solemnidad de Cristo Rey, escuchamos la mitad del discurso sobre la caída de Jerusalén donde Jesús parece salir al paso de las falsas concepciones de la historia humana, sin dejar a un lado las interpretaciones religiosas, muchas veces también ellas alejadas de la realidad y de la verdad de la fe y en última instancia de Dios. Jesús no habla del fin del mundo sino del futuro de los creyentes, por eso dice “el fin no es inmediato” (Lc 21, 9).

PBRO. HERLING HERNÁNDEZ

En el evangelio de este domingo (Lc 21, 5-19), el penúltimo antes de finalizar el año litúrgico con la celebración de la Solemnidad de Cristo Rey, escuchamos la mitad del discurso sobre la caída de Jerusalén donde Jesús parece salir al paso de las falsas concepciones de la historia humana, sin dejar a un lado las interpretaciones religiosas, muchas veces también ellas alejadas de la realidad y de la verdad de la fe y en última instancia de Dios. Jesús no habla del fin del mundo sino del futuro de los creyentes, por eso dice “el fin no es inmediato” (Lc 21, 9).

La clave para interpretar correctamente la historia es Cristo, que con su encarnación la ha purificado de toda concepción naturalista, espiritualista y determinista. Cristo, al asumir nuestra condición humana asume consigo la condición limitada de todos los hombres, pero a su vez indica la verdadera actitud a asumir ante los acontecimientos de la vida humana porque “hecho Él mismo carne y habitando en la tierra, entró como hombre perfecto en la historia del mundo, asumiéndola y recapitulándola en sí mismo” (Gaudium et spes, 38).

Jesús parece pedir a sus discípulos que tengan la capacidad de discernimiento ante los acontecimientos humanos y naturales que suceden, para que sean capaces de ver en ellos no una tragedia sino la sana conciencia de asumir la limitación que lleva consigo esta realidad, llamada a una dependencia de quien está por encima de todo como «primogénito de toda la creación, porque por medio de él fueron creadas todas las cosas» (Col 1, 16). Este discernimiento hace del discípulo de Cristo una persona capaz de salir al frente de las manipulaciones religiosas e ideológicas. El verdadero creyente sabe leer los signos de los tiempos con espíritu crítico, pero sobre todo sabe hacer frente a los retos que acarrea la fe con espíritu de confianza y esperanza, porque unido a Cristo “no perecerá ni un cabello de su cabeza” (Lc 21, 18). Sabe que el tiempo no está en su contra, sino que es una oportunidad para hacer ver que Dios camina cerca del hombre.

Pero el cristiano no solo debe quedarse con una interpretación correcta de la historia a la luz de la fe, sino que más aún debe de ser capaz de testimoniar con su propia vida la rectitud con que se debe vivir la historia, que precisamente por ser limitada queda muchas veces sometida a las manipulaciones de los poderosos para someter a los débiles. El testimonio que el cristiano debe dar en la historia, es que la vida, la naturaleza, lo humano, no deben estar sometidas a los caprichos de una visión parcial de quienes la someten. El cristiano, con valentía debe salir al paso de quienes por afanes egoístas y materialistas quieren someter la historia a sus intereses. Cristo, con su ejemplo nos dice que la historia le pertenece a Dios, todo lo que hay de humano debe estar al servicio de la construcción de un mundo libre de cualquier tipo de manipulación. Un mundo que no se someta a los intereses de los poderosos sino que cultive la generosidad y el servicio, un mundo donde no exista el dominio del hombre por el hombre, sino donde cada uno viva en la libertad de los hijos de Dios. Los creyentes deben manifestar que «El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones» (Gaudium et spes, 45).

Religión y Fe Dios evangelio

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