Por Gisella Canales Ewest
Es el mismo calvario todos los días. Al encender el motor del “Frijol” debo respirar profundamente y acomodarme bien en el asiento porque lo que viene es muy difícil. Este no es un calvario de 12 estaciones, es un trecho de 3.9 kilómetros que a diario se convierte en el dolor de cabeza de centenares de conductores. No importa el tamaño: pueden ser buses, camionetitas, camionetonas, autos sedán, caponeras, motos o bicicletas. Todos sufren por igual.
¿Cuánto se puede tardar un conductor promedio en recorrer una calle de 3.9 kilómetros? Calculo que no deberían ser más de cinco minutos, manejando a una velocidad moderada; pero en este caso, con suerte serán 15. Tal vez veinte minutos, o más, si toca ir detrás de una ruta, o detrás de un rebaño de vacas o pelibueyes que caminen pacientemente en la vía.
Cada día, al salir de la urbanización solo me queda tomar fuerte el timón y empezar a sufrir. Uno, dos, tres, cuatro veintiocho, veintinueve Pierdo la cuenta de cuántos “enemigos” hay que sortear en el camino (o prefiero no contarlos). Ese camino tortuoso es la calle principal de Las Jagüitas, una de las seis comarcas del Distrito Cinco de Managua, aunque casi nadie que ha llegado a conocer el lugar cree que es parte de la capital. Ahí vivo, entre frondosa vegetación, insectos de colores y formas que antes de llegar ahí no había visto en mi vida, un clima un poco menos chamuscante que el acostumbrado en la capital y baches, baches por doquier.
Según dicen los lugareños, esa calle “la hizo” Arnoldo Alemán, aunque no logran precisar si fue durante su paso por la Alcaldía de Managua, o cuando fue presidente. Pero por su apariencia pareciera que es más vieja. Lo que sí dicen recordar con exactitud es que no han visto mantenimiento alguno a la agonizante vía.
Apenas he recorrido unos cien metros cuando empieza el zigzagueo para sortear los enormes cráteres que se despliegan por la calle, capaces de arrancar bumpers de los buses, según se han quejado los conductores de la única ruta que circula por ahí, la 262. He hecho mis cuentas y a lo largo de toda la vía dudo que el trecho más largo “en buen estado” supere los 150 metros.
Sigo en el camino, ya el pobre “Frijol” lleva al menos tres golpes fuertes. Es inevitable. ¡Otra vez los trabajadores de Enacal! Y es que a esa calle le llueve. Además de que no recibe mantenimiento, sufre una y otra vez los trabajos de la empresa pública, que inexplicablemente trabajan en un punto, cierran solo con tierra la fosa y a las semanas regresan exactamente al mismo lugar, para dejar un hoyo más grande aún. Me detengo y le grito al grupo de obreros:
—¿Y cuándo van a terminar?
—Uuuuh, falta.
—¿Pero van a dejar reparada la calle?
— Jejeje. Sí. —contesta con cara burlona.
Supongo que ese nuevo hoyo tendrá el mismo fin que todos los demás que han ido dejando en la calle. Será una nueva zanja, más profunda tras cada lluvia.
Es que lo peor ocurre cuando llueve. A lo largo de casi todo el camino se forma un río lodoso que esconde piedras y grietas asesinas de sistemas de amortiguación, que en algunos trechos impiden el paso el tiempo que dura el aguacero.
Ahí hay que reducir aún más la velocidad y echar a suerte el futuro del vehículo. No me quejo, el “Frijol”, mi pequeño auto, ha aguantado ya año y medio recorriendo a diario esa vía. A veces varias veces al día. El hecho de que aún permanezca en una sola pieza me hace pensar que es cierta la buena fama que le han dado a los autos japoneses, pues aún no me explico cómo no ha salido volando alguna llanta, o las cuatro, ante tantos “pum”, “pum”, “pum” que por más que intente, nunca logro evitar.
Hace poco más de un año la Alcaldía llegó a maquillar el lugar. Tardaron un mes en reparar la calle y en menos de tres semanas los huecos asomaban nuevamente. Desde entonces el personal de la municipalidad no ha vuelto a aparecer y según dice la gente que tiene más años viviendo ahí esa ha sido la única ocasión en que ha llegado a trabajar la Alcaldía, desde que existe la calle.
La comunidad se organiza para protestar en reclamo de una nueva calle, no se quiere otra reparación, y se está convocando a más gente, pues el grave deterioro impide que sea una vía alterna a la Carretera Masaya para llegar a zonas como Villa Libertad o Sabana Grande. El año pasado funcionó, aunque para ello la cooperativa de la ruta 262 tuvo que tomarse la calle por muchas horas. Veremos qué ocurre esta vez. Mientras tanto, día a día hay que repetir el mismo ritual: armarse de paciencia, implorar perdón al “Frijol” por someterlo a tanto sufrimiento y empezar a zigzaguear despacito entre los gigantes baches.
Ver en la versión impresa las paginas: 10