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Está cerca el Reino de Dios

Hoy sábado y mañana domingo vivimos los nicaragüenses nuestra fiesta en honor a la Purísima Virgen María, nos llena de alegría el saber que esta devoción tan arraigada en nuestro pueblo rebasa las fronteras del país, porque donde se encuentren nuestros paisanos ahí se le canta y reza a la Concepción de María.

PBRO. MARIO SANDOVAL

Hoy sábado y mañana domingo vivimos los nicaragüenses nuestra fiesta en honor a la Purísima Virgen María, nos llena de alegría el saber que esta devoción tan arraigada en nuestro pueblo rebasa las fronteras del país, porque donde se encuentren nuestros paisanos ahí se le canta y reza a la Concepción de María.

Dios concede a los pueblos una devoción particular que lo caracteriza, los nicaragüenses nos identificamos con esa Mujer pobre, humilde, que sufrió la persecución por salvar a su Hijo, que le acompañó en su misión, que sufrió la pérdida de su hijo muerto en la cruz. Una historia de sencillez, de sufrimiento y esperanza.

La gente sencilla sale a las calles de las ciudades y los pueblos a cantar su fe, a compartir con los hermanos lo que de Dios han recibido. ¡Qué grande es la fe de nuestra gente!, ¡qué hermosa bendición para este pueblo tan sufrido!, este día nos olvidamos un poco de todo aquello que nos aqueja y ponemos nuestra esperanza en la Madre del Salvador.

La liturgia del adviento en el segundo domingo nos afirma que: Está cerca el Reino de Dios, era la aspiración y esperanza del Antiguo Testamento, nosotros sabemos que en Cristo Jesús se encuentra la realización de esta esperanza mesiánica. El pueblo de Israel esperaba un tiempo de paz y de concordia. Se trataba de un anhelo íntimo que se fundaba en la promesa misma del Señor. No sería un reino de características humanas, sino un reino divino revestido de poder y majestad. Este reino mesiánico sería como un nuevo cielo y una nueva tierra en los que ya no habría pecado, muerte y dolor. Esta esperanza del pueblo de Israel contrastaba fuertemente con las dificultadas, luchas y pecados de su historia. Sin embargo, su esperanza nunca venía a menos. Pues bien, Juan Bautista anuncia a la casa de Israel que, en Jesús, toda aquella expectación mesiánica encontraba su cumplimiento: “Convertíos está cerca el Reino de los cielos… Preparad el camino del Señor…” El Señor nos había hablado por medio de los profetas, pero ahora en los últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo amado (Cfr. Hb 1,1-2). En la llegada al mundo de Cristo Señor descubrimos el cumplimiento de todas las profecías. En Él encuentra cumplimiento la Alianza de Dios con el hombre, en Él tenemos la salvación, en Él accedemos a la participación de la naturaleza divina.

La llegada del Reino de los cielos exige una conversión del corazón. El anuncio de Juan el Bautista coincide sustancialmente con el de Jesús: Convertíos porque está cerca el Reino de Dios (Mc 1,15). Se dirige con mucha energía a los fariseos y saduceos porque para ellos, la conversión era un hecho mental que no implicaba la totalidad de la persona. En ellos se daba una división interior: atendían a los mínimos detalles de la ley, pero descuidaban el precepto de la caridad; se protegían del juicio de Dios con una legalidad mal disfrazada o se sentían superiores como hijos de Abraham. Su conversión era formal y no tocaba la intimidad del corazón. La conversión que exige el Bautista es una conversión que pide un cambio total y radical en la relación con Dios. Cuando una persona es tocada por una conversión sincera, reconoce el desorden que hay en su interior, advierte su pecado y siente una necesidad apremiante de transformación, de cambio de actitud y de comportamiento. La conversión es el momento de la verdad profunda en el que el hombre se reconoce a sí mismo en su pecado y se abre a la verdad liberadora de Dios.

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