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Hablar menos y hacer más

Leía el otro día que: “Tenemos que cerrar la brecha entre la retórica y la realidad”. Hablamos demasiado y va siendo hora de hablar menos y hacer más. Hoy las palabras ya no son creíbles. Las palabras hoy son sólo palabras, son sólo hojas que se las lleva el viento. “Las palabras son como las hojas; cuando abundan, poco fruto hay entre ellas”.

Pbro. Óscar Chavarría

Leía el otro día que: “Tenemos que cerrar la brecha entre la retórica y la realidad”. Hablamos demasiado y va siendo hora de hablar menos y hacer más. Hoy las palabras ya no son creíbles. Las palabras hoy son sólo palabras, son sólo hojas que se las lleva el viento. “Las palabras son como las hojas; cuando abundan, poco fruto hay entre ellas”.

Ayer la palabra tenía cierto valor: Creíamos con facilidad en lo que el otro nos decía; entre nosotros se solía decir: “Lo juro”… “palabra de honor…” La palabra era moneda fuerte; era joya creíble. Pero hoy la palabra es tan abundante que está devaluada; no es ya moneda fuerte. Hoy vale más un papel que una palabra. Ni entre hermanos vale la palabra; lo que vale es el escrito y ante el notario. Hoy no creemos en nadie por muchas palabras bonitas que nos digan. No creemos al otro, ni aunque se ponga en cruz.

Sin embargo, Jesús enseñó y continúa enseñando la clave para que la palabra sea creíble. Nos cuenta el Evangelio que se le acercan unos discípulos de Juan y le preguntan: “¿Eres tú el que has de venir o esperamos a otro?” (Mat.11,3). Y Jesús les responde: “Vayan y digan a Juan lo que han oído y han visto” (Mat.11,4).

Jesús no les da un rollo para demostrarles que él es el Mesías esperado. Les dice: “oigan y vean”. La vida y los hechos confirman la veracidad de las palabras. Las palabras se hacen creíbles por la realidad de los hechos. La palabra tiene autoridad, cuando va avalada por la vida. Por eso, decían de Jesús: “Este hombre sí que habla como quien tiene autoridad” (Mat.7,29).

Las palabras de Jesús son palabras dichas con autoridad porque van acompañadas por sus hechos; por eso, pudo decir a los judíos: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, aunque a mí no me creáis, creed por las obras” (Jn.10,17-18). De los fariseos nadie se fiaba porque “decían y no hacían” (Mat.23,3).

Es por eso que por mucho que se hablen los esposos, si sus vidas no avalan sus palabras, nunca se creerán el uno al otro. Por mucho que hablen los hijos con los padres y los padres con los hijos, si sus hechos dicen otra cosa, nunca se creerán los unos a los otros. Por mucho que nos hablen los políticos, y luego la realidad de lo que hacen diga otra cosa, el pueblo continuará sin tenerle confianza. Y por mucho que digamos: “Señor, Señor…” Si no hacemos la voluntad del Padre Dios (Mateo 7,21), esa oración es inútil.

Decimos todos muchas palabras, palabras inútiles, demasiadas y sin autoridad porque no van avaladas por los hechos de quienes las dicen. Ya dice el refrán: “Las palabras se las lleva el viento”.

Ahora bien, sólo hay un secreto para que nuestras palabras sean creíbles: la realidad de la vida que llevamos a cabo. Por eso repito: “las palabras que no van seguidas de hechos, no valen nada”.

El Señor te bendiga y te guarde, que el Señor te bendiga y tenga de ti misericordia, que el Señor te bendiga y te conceda su paz.

Religión y Fe cristianismo evangelio

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