Por Oscar González M.
La historia parece haber sido sacada de un cuento de terror. Pero es la simple y triste realidad. En los últimos 100 años diferentes administraciones gubernamentales al promover, desarrollar y consentir “proyectos de desarrollo”, más bien han logrado acabar con valiosos recursos naturales o llevarlos al borde de su desaparición.
El ejemplo más notorio es el Xolotlán, convertido en la cloaca más grande de América Central. La mayor culpable fue quizás la ignorancia que plagaba al país en las décadas de 1920 y 1930, cuando por primer vez se decidió verter las aguas servidas de Managua a este inmenso recurso hídrico.
“Históricamente las grandes fuentes de agua han sido vistas como vertederos naturales”, explica Milton Camacho, ambientalista nicaragüense.
El error es repetido una y otra vez, pues lo sucedido con el Xolotlán se trasladó hacia el Gran Lago o Lago Cocibolca, que a diario recibe desperdicios de los habitantes de Granada y de las comunidades asentadas a sus orillas, y también absorbe los sedimentos y químicos de las haciendas establecidas en sus cuencas.
De este punto parten otras tristes historias, como la de las dos plantas coreanas instaladas en el Cocibolca en los años 1960 para la caza del tiburón toro, las afectaciones producidas en el auge del algodón, los cultivos de palma africana y otras más.
“Los gobiernos solo piensan en la ganancias rápidas que dejarán estas empresas, pero al final es mayor el costo que termina pagando el país en salud, en pérdida de tierra productiva, en la pérdida de recursos hídricos”, señala el ecólogo Fabio Buitrago.
Los embates en el Cocibolca y Xolotlán son los más fáciles de percibir, pero al tomar en cuenta otras atrocidades contra el ambiente parece no ser suficiente para evitar repetir los pecados del pasado.
Entérese de los mayores pecados ambientales de Nicaragua.
1. El crimen del siglo XX
En 1927, con Adolfo Díaz en el poder, se construyó la primera alcantarilla sanitaria de Managua y los desechos líquidos domésticos se empezaron a verter en el llamado lago de Managua. Ahí fue cuando este inmenso cuerpo de agua comenzó a convivir con toda clase de desechos.
Pronto, a esta alcantarilla se le unió todo un inmenso y desastroso sistema de aguas negras y causes, que llevan inyecta el veneno al que debería ser recurso natural insigne del país.
Además de las aguas servidas, los niveles críticos de contaminación también han sido causados por empresas como Pennwalt, que producía soda cáustica y vertió mercurio en el lago en los años setenta.
Kamilo Lara, ambientalista nacional, dice que en la bahía de Miraflor aún existe alta concentración de desperdicios de esta empresa, los que es materia pendiente para las autoridades locales y nacionales.
Aunque desde el 2009 entró en funciones la planta de tratamiento de aguas residuales Augusto C. Sandino, aún existen varios cauces que terminan depositando desperdicios y aguas contaminadas al Xolotlán. De la contaminación del lago se pasa a la del manto acuífero de la capital, cuya población sufre más con cada año que pasa por la escasez del líquido.
2. Mataron al Toro de agua dulce
La cultura asiática, conocida como la mayor depredadora de las especies del mar, extendió su industria a Nicaragua, instalando a finales de la década de los sesenta, durante la primera administración de Anastasio Somoza Debayle, dos plantas coreanas procesadoras de tiburón, con la venia del gobernante.
Estas plantas industriales, a orillas del Cocibolca, llegaron a exportar toneladas de aletas y carne de tiburón, cuyo destinos eran los mercados asiáticos, según explicó el ecólogo Fabio Buitrago.
Con el tiempo y la gran caza coreana, el animal se volvió escaso. La sedimentación del río que era cada vez mayor, bloqueó el acceso al lago de nuevos especímenes.
Fue ahí que se dio un declive de la captura de tiburón. Ambas plantas cerraron en 1981, pues ya no eran rentables. Aún así el daño estaba hecho. Los asiáticos llegaron al gran lago, se llevaron cuanto tiburón pudieron y afectaron enormemente el equilibrio ecológico que reinaba en esas aguas.
Además del coste turístico, con la desaparición de este espécimen “se produjo un desequilibrio en la población de peces, que a la vez influye en el deterioro de la calidad de agua”, según Fabio Buitrago, ecólogo nicaragüense.
3. Palma devastadora
El aceite que usa para freír los huevos por la mañana, el jabón con el que limpia su cuerpo cuando se baña e incluso la grasa lubricante que le pone a su auto, bien pueden tener su procedencia del aceite de la palma africana o palma del aceite. Esta planta resulta ser de gran utilidad, y los productos que se derivan de ella nos son esenciales. Pero el costo es alto.
La deforestación de bosques o selvas y el cambio de cursos de ríos, son mecanismos necesarios para la plantación de esta planta, que ya ha llevado a crisis ambientales a Malasia e Indonesia, los países de mayor producción de la misma.
Los primeros intentos de cultivo de la palma en Nicaragua se remontan hasta la década de 1940, según un estudio del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), pero fueron un fracaso.
En su afán de dinamizar la producción del país, a inicios de 1990 se desarrollaron los primeros proyectos exitosos de producción de la palma africana.
En los 90, con los buenos resultados de la producción inicial en Río San Juan, se extendió el cultivo a la Región Autónoma del Atlántico Norte (RAAN), en la zona de Laguna de Perlas, donde se depredó una gran zona boscosa de la reserva Indio Maíz, la segunda más importante de la nación.
El resultado fue una gran pérdida del bosque, pero este no es el único impacto negativo de la producción de la palma, ya que para su cultivo ha sido necesaria la desviación de cursos de agua.
Es así que por la búsqueda del aumento de las ganancias, se logró aumentar la sedimentación por la llegada de caudales antes inexistentes a algunos sitios. Asimismo, por la creciente producción de esta planta se secaron pequeños ríos.
La fauna fue otra gran perdedora, pues los hogares de los monos, venados, serpientes y otras especies más, fueron arrasados, para darle lugar a la palma bendita.
4. Veneno en occidente
Muchos recuerdan los años en los que Nicaragua era el mayor productor de algodón de la región. Fue en la década de 1970, que el gobierno de Somoza puso a la vanguardia la producción y exportación de este producto.
Alrededor de 200,000 manzanas fueron deforestadas para darle paso a las plantas y, aunque en los años 80 el número bajó a 80,000, en un periodo de aproximadamente diez años, Chinandega y León vieron perdidos los bellos bosques que aún le quedaban. Eso no fue lo peor.
Gracias a la tierra volcánica que predomina en el occidente del país, esta zona es una de las de mayor infiltración de agua, explica el ecólogo Fabio Buitrago, y por lo tanto la convierte en una de las más grandes reservas subterráneas del país.
Pero en el afán de la gran producción algodonera, los suelos fueron envenenados con un variado cóctel de químicos, principalmente fertilizantes, que rápidamente invadieron las fuentes de agua llevando consigo la muerte.
Con el fin de la era revolucionaria se acabó el sueño del algodón, pero este fue suplantado con otros cultivos, igual de invasivos y con el mismo impacto contaminante. Se trata del plátano, que no solo ha tenido un costo ambiental, sino también es la causa de una de las más grandes tragedias en temas de salud.
El nemagón es quizás el químico que mayor impacto creó, al relacionarlo directamente con afectaciones a la salud de los trabajadores en los cultivos, que aún siguen muriendo, en buena parte, por insuficiencia renal crónica.
5. Sueño de grandeza
La dictadura Somoza, con Luis y Anastasio tomando las riendas tras la muerte de su papá, impuso una política de gobierno para volver a Nicaragua el “Granero de Centroamérica”, a partir de los años de 1950.
Beneficios fiscales, exoneraciones de impuesto en la importación de maquinaria y materiales de construcción, concesión de créditos blandos, fueron algunas de las estrategias utilizadas para promover la producción agrícola.
El resultado de la estrategia de los Somoza fue la depredación de áreas selváticas y de bosques, en especial en la región del Pacífico de la nación.
Para el ecólogo Fabio Buitrago, la peor herencia de esta época fue la imposición de términos utilizados hasta hoy por banqueros y autoridades: tierra inculta u ociosa.
“Cuál es la tierra ociosa para ellos, los bosques y bajo esa lógica se sigue rigiendo el sistema actual”, expresa Buitrago.
Pero de regreso a los sueños de grandeza de los Somoza, su incentivo a la producción llevó a los productores a la deforestación de toda la tierra que pudieron para la siembra de cuanto producto se les ocurrió sembrar.
6. La invasión de la tilapia
En Centroamérica florecía un nuevo negocio, la exportación de tilapia, un pez cuyo origen se encuentra en África, el continente de mayor diversidad en fauna.
Fue entre 1983 y 1984 que el gobierno sandinista coqueteó con la producción de la tilapia en Nicaragua, seducido por el éxito de otros países de la región, como Honduras.
Pero fue hasta en los años 2000 que la empresa Mares Nica Noruegos SA introdujo al país la producción industrializada de este pez. La razón de la llegada de esta empresa, durante el gobierno de Enrique Bolaños, fue la cada vez más creciente comercialización del pez.
Por su mayor tolerancia a la salinidad, la variedad en su alimentación y su gran capacidad de adaptación, esta especie se impone ante otras nativas, como el guapote y la mojarra, lo que ha dado paso a un desajuste de la vida acuática de los lagos donde habita en el país.
Ya en 1998, los autores del trabajo Tilapia Africana en Nicaragua: ecosistema en transición, recomendaron “que en el Lago Cocibolca se implemente un plan de manejo adecuado para controlar la población de tilapia y rescatar un ecosistema en peligro de colapso”.
Hasta el día de hoy, los diversos gobiernos no han tomado en cuenta esta recomendación, por lo que podríamos estar frente a un agonizante ecosistema acuático nicaragüense.
7. La debacle del manglar
Con la insistente búsqueda de recursos económicos que engrosarán las bolsas de sus allegados y de él mismo, Anastasio Somoza Debayle da los primeros pasos en el cultivo de camarón en Chinandega en los años 70.
El mismo Somoza era dueño de una de las primeras granjas, ubicadas en Puerto Morazán, aunque la producción pronto se extendió al Estero Real.
En un lapso de 10 a 15 años, los cultivos de camarón lograron modificar el ambiente que a la naturaleza le pudo llevar al menos 300 años: los manglares.
Producto de esta práctica, el estero está en un proceso de sedimentación que en poco tiempo podría dejarle inavegable, mientras que ya es palpable la escasez del camarón silvestre en el área.
La pesca artesanal en esta área se vería erradicada por completo, los peces morirían y las mismas granjas de apicultura entrarían en declive, según el ambientalista Milton Camacho.
Todo esto pasará si no es que antes se pierde la vida acuática en el Estero Real, en cuyas aguas son vertidos diversos químicos utilizados para la alimentación y el cuido de la salud de los camarones, que le roban el oxígeno a los peces y a las demás especies acuáticas que habitan en estas aguas.
8. Pasto por bosques
Anastasio Somoza García, el primero de la dinastía, provenía de una familia ganadera de Carazo. Quizás por estas raíces, el dictador impulsó el proyecto ganadero y agrícola en el país en los años 40.
Somoza promovió el establecimiento de la ganadería en la cuenca del lago Cocibolca, en los departamentos de Boaco y Chontales, lo que le dio el impulso a los ganaderos para arrasar con kilómetros de bosque a la orilla del Gran Lago.
Con un nulo conocimiento sobre las buenas prácticas ambientales que hoy son utilizadas, la depredación ha causado sedimentación y contaminación en el Cocibolca, la joya de los recursos naturales de la nación.
El volumen del lago aún soporta esta carga, pero tres cuartas partes de la cobertura boscosa natural de la zona (según el ecólogo Fabio Buitrago) fue suplantada por pastizales y haciendas, lo que causa una pérdida progresiva del mismo.
Aunque actualmente existen pequeños proyectos de reforestación, algunos por iniciativa propia de los ganadores, no se han logrado recuperar las extensiones de bosques que poseía la zona central del país.
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