Por JuanCarlos Ampié
En el 2009, un grupo de adolescentes de clase media fueron arrestados en California por una serie de robos. Usando el internet, los jóvenes detectaban cuando sus estrellas favoritas se encontraban fuera de casa, las direcciones, e incluso la forma de entrar. Al abrigo de la noche, se introducían para tomar carteras, zapatos, relojes, drogas y dinero en efectivo. Un escritor de tabloides no podría haber inventado esto. Esta historia real es la base para The Bling Ring (Ladrones de la fama), la nueva película de Sofia Coppola, disponible en Netflix y iTunes. Sí, tendrá que recurrir a los servicios de vídeo en línea para ver una de las mejores películas del año.
Una película tradicional celebraría el arrojo de los ladronzuelos, solo para después escarmentarlos por una moraleja. Coppola decide observarlos objetivamente, sin juzgar. En lugar de provocar la identificación de la audiencia con los protagonistas, usa su cámara para distanciarse de ellos. Tome nota de la brillante secuencia que retrata el asalto a la casa de Audrina Partridge. La estrella de The Hills , un popular reality show de MTV, vive en un edificio modernista que parece un cubo de cristal. En lugar de asumir el punto de vista de los ladrones y meternos en la casa, la cámara de Harry Savides observa desde la distancia, en una sola toma, con un zoom casi imperceptible. A media luz, vemos a Marc (Israel Brussard) y Rebecca (Katie Chang) corriendo por los pasillos, de cuarto en cuarto, recogiendo su botín. Solo escuchamos los ruidos de la calle, congruentes con nuestro punto de vista. Menos que individuos, son sombras en una vitrina. La decisiones estéticas de los realizadores se funden con su mensaje de forma brillante.
Coppola se resiste a idealizar la riqueza. La película está filmada en un estilo que emula el vídeo que los mismos protagonistas podrían tomar con sus cámaras y teléfonos. El robo a la mansión de Paris Hilton se filma en la propia casa de la millonaria vedette. Sin ningún rubor, la vedette nos deja ver cuán vulgar es su afluente intimidad. Cojines impresos con su cara cubren los sofás. Hay un tubo de stripper en la habitación que sirve como discoteca privada. Su closet parece la bodega de una tienda de lujo en Rodeo Drive. Hilton, epítome del culto a la celebridad, no es una simple narcisista exhibiéndose inocentemente. Su colaboración con la película alimenta la maquinaria que procesa y vende su propia imagen. Uno podría creer que la película se burla de ella, pero en realidad, ofrece publicidad gratuita. Y es ese estado de las cosas el que Coppola retrata con agudeza.
Marc y sus amigos son pura imagen y superficie, valiosa en la medida que se muestra. Lo más cercano a una confesión de amor es la toma en que Marc observa a Rebecca aplicándose un perfume robado, en cámara lenta. Su expresión de éxtasis no estaría de más en un anuncio publicitario. La captura del grupo es precipitada por la exhibición del botín a través de fotos en Facebook. Esto no es una muestra de estupidez por parte de la pandilla. Es la genuina recompensa. El objetivo final no es poseer los bienes robados, si no mostrarse con ellos, como una celebridad. Marc y sus amigos hablan el lenguaje de las marcas comerciales porque es el único que conocen. El consumo y la construcción de la imagen es para ellos una religión. The Bling Ring es una radiografía de la manera en que se vive en la era “selfie”.
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