Por Martha Solano Martínez
A las 4:45 de la mañana Managua es otra. Las calles están vacías y los semáforos intermitentes. Una que otra persona camina apresurada por llegar a la parada para abordar el primer bus del día y otros inician la jornada caminando o corriendo por las calles de esta ciudad poco amigable. Por salud, por estética o por puras ganas de correr.
A esa hora, en una esquina de la colonia Centroamérica estaba doña Chilo, lista, esperando tal como habíamos acordado. En otro punto de la capital nos encontraríamos con cuatro miembros de Managua Runners, un club que —aunque tiene nombre pomposo— agrupa a corredores de todos los niveles.
—¿Qué toca hoy? —preguntó Mónica, una morena con amplia sonrisa.
—Subida —dijo Lenin.
Al llegar a la esquina del Club Terraza, Gladys y Octavio nos esperaban. Aprovechamos que el semáforo estaba a nuestro favor, cruzamos la calle y sin mayor preámbulo comenzamos el recorrido. Al frente iba doña Chilo. Detrás iba yo, tratando de llevar el mismo ritmo.
Entre trote y trote los corredores comenzaron lo que sería el único momento de plática.
—De aquí al Intermezzo son tres —dijo Octavio. —¡Ya los tengo medidos!
—A mí me tocan ocho —dijo Mónica replicando las recomendaciones que le había dado su entrenador en cuanto a la distancia a correr.
Luego discutieron los puntos de referencia y llegaron a un acuerdo: la meta sería de nueve kilómetros en total. Mitad subida, mitad bajada.
Corriendo y subiendo, corriendo uno detrás del otro la plática llegó a su fin y cada cual comenzó a concentrarse, metidos en su propia burbuja.
El sol comenzaba a alumbrar, pero Managua continuaba gris. Es verano y hace calor donde quiera que estés.
Correr no es tarea fácil. Requiere además de las ganas, disciplina, constancia, concentración y hasta cuidados en la vida cotidiana. Pero sobre todo precaución.
“Dentro de lo que he visto, Managua es bastante calma”, me había dicho doña Chilo minutos antes de iniciar la carrera. “Para salir a correr uno tiene que ir con lo justo y necesario. Nada de ir con cosas que llamen la atención al ladrón. Yo, la verdad, salgo lo más sencilla posible. Si me llegaran a robar algo serían los zapatos”.
Algunas personas salen a hacer ejercicios hasta con un garrote en mano… por si acaso. En cambio, yo esta vez he roto la regla. En un pequeño bolso llevo un celular donde he descargado una aplicación que promete anunciar detalles de la ruta que vamos recorriendo y —lo que más me interesa— darme ánimos para continuar.
Doña Chilo sigue frente a mí. En la espalda de su camisola personalizada aún leo “Pacheco”, su apellido junto al logotipo de los Managua Runners.
“Los primeros metros son para calentar”, había comentado Octavio.
“Has recorrido un kilómetro. Llevas 10 minutos con 22 segundos”, me dice la app. Me distraigo por un momento y de pronto la señora comienza a acelerar. Todos comienzan a tomar ventaja. Atrás vamos quedando Mónica y yo. Ella porque había dejado de entrenar durante las últimas semanas y además, está agripada, y yo, pues porque llevo seis meses en “receso”.
En Managua la gente corre en las calles. Ir en sentido contrario al tráfico es lo más recomendado. Al menos para ver por dónde viene el golpe. Según la zona que se escoja, algunos bulevares se prestan para esta práctica, como el de la Lotería, por ejemplo.
“Si por lo menos acondicionaran ese pedazo, sería bueno que nivelaran el terreno, aunque lo dejaran así, de tierra, pero parejo… sería bueno”, me dijo doña Chilo.
Esta señora es de admirar. Se ejercita a diario. Por hobby y por salud mental y física.
Avanzados cinco kilómetros. La carretera que antes lucía desolada comienza a adquirir vida. Decenas de trabajadores caminan cuesta arriba para llegar a sus trabajos. Nosotros ya vamos de regreso, bajando.
Doña Chilo sigue al frente. Es la mayor de todos y la que más resistencia demuestra. Su clave está en controlar la respiración. “A veces comienzo a agarrar aire por la boca y se me reseca y eso me cansa más. Pero entonces controlo la respiración y así uno va aguantando”, comenta a Gladys, quien corre a la par de ella.
Los vehículos también comienzan a aparecer, pero la ciudad no está pensada para los peatones. Los pocos andenes que existen generalmente están en mal estado o son utilizados como estacionamiento. En este trecho ha tocado correr sobre el pavimento, arrimándose a la orilla cuando se acerca un carro o una mototaxi y volviendo a la parte plana de la calle para no lastimarse tanto las rodillas.
No importa qué día es hoy, todos los que han salido a correr lo harán mañana nuevamente. Para algunos esto es parte de su terapia para liberar el estrés, pero otros salen a correr solo porque sí.
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