14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

La mayoría de quemados de Nandaime fueron trasladados al Hospital Antonio Lenín Fonseca. Los sobrevivientes fueron llevados a EE. UU.

En manos de la pólvora

Son ingenieros químicos “a la fuerza”. Empíricos. Osados. Unos viven mucho tiempo y nunca tienen un accidente. Otros corren con menos suerte y son víctimas de una mínima fricción que acaba con sus vidas. Solo algunos ven pasar de cerca a la muerte y sobreviven para contarlo. Así es el negocio de la pólvora.

Por Mónica García Peralta

Son ingenieros químicos “a la fuerza”. Empíricos. Osados. Unos viven mucho tiempo y nunca tienen un accidente. Otros corren con menos suerte y son víctimas de una mínima fricción que acaba con sus vidas. Solo algunos ven pasar de cerca a la muerte y sobreviven para contarlo. Así es el negocio de la pólvora.

Es un trabajo de 365 días. Hoy es temprano y hay silencio. Tres hombres fruncen el ceño concentrados. Uno está sudando y otro apresurado; pero el tercero, el más viejo, Ángel Cano Galán, procede con serenidad. Están en un taller, trabajando pólvora desde las 7:00 de la mañana, y si todo sale bien, esperan terminar a eso de las 5:00 de la tarde. La escena se vive en una zona alejada, en el municipio de Niquinohomo, conocida como Los Pocitos.

En Nicaragua hay unos 50 talleres como este, sin contar los que operan ilegalmente, asegura Cano Galán. La mayoría, dice, están en Masaya y León.

—Desde los 13 años estoy manipulando pólvora y gracias a Dios nunca he tenido un accidente— cuenta.

—¿Y aquel día en Masatepe, papá? —replica su hijo.

—Esa fue una mecha de salitre que me agarró fuego. Ahí nomás la apagamos, no pasó a más —responde el padre, y da por zanjado el asunto, mientras paciente rellena y taquea la pólvora dentro de un carrizo (tubo para cohete).

Ya tiene 76 años. Y más de sesenta de trabajar en productos pirotécnicos. Aprendió a mezclar pólvora por herencia de sus padres y es lo que lo ha tenido lejos de los machetes y el campo, hasta el día de hoy.

Con aún más paciencia “macetea” (empuja con una lezna, un punzón también empleado por zapateros), coloca un parche en el fondo y ya tiene listo el carrizo. Esta es una de las partes fundamentales del cohete. Una especie de cilindro con pólvora suave que eleva la bomba al cielo. El secreto, señala don Ángel, está en saber qué materiales no se pueden mezclar y con cuáles deben tener más cuidado. “Las mechas son las que más causan incendios porque son las que tienen mayor concentración de clorato”, advierte.

Él corta las mechas pedacito por pedacito. Cuando lo hace procura levantarse a las 2:00 de la mañana. En la penumbra se coloca en un lugar seguro, alejado de la casa y de sus hijos. Escoge un rollo de hilo grueso que cubre con clorato de potasio disuelto, químico base del explosivo. Luego lo pone al sol. De esta forma se seca sin que se corra demasiado riesgo. “No como antes, que las secábamos en un comal y es ahí donde se nos encendían. Eso me pasó en Masatepe”, recuerda el “bombero”, como llaman a los “polvoreros” expertos en bombas.

Afirma que no necesita haber estudiado Química o Física, pues maneja la fórmula a la perfección. Por ejemplo, apunta, la pólvora explosiva que se usa para bombas, morteros y cargacerradas es una mezcla de clorato de potasio, azufre y aluminio negro. Pero no revela la cantidad de cada químico ni a sus hijos. “Ellos se encargan de envolver. Uno es el que sabe, los cuidados solo llegan con la experiencia y la edad”, explica.

Don Ángel Cano es uno de esos viejos “polvoreros” de los que quedan pocos. Hay algunos en El Rosario, Carazo o en la Isla de Ometepe y “quizás en Diriomo y Masaya”, dice. Él ha tenido suerte. O quizá protección divina. Nada le ha pasado, pero en sus largos años de experiencia ha visto a muchos otros “polvoreros” quemarse y morir en el intento de ganarse la vida.

El control de la fabricación de pólvora está contemplado en la Ley 510, su artículo 90 establece las áreas óptimas de ubicación de talleres.

En el mismo la Ley exige perímetros cerrados, separación entre la materia prima, productos en proceso y productos terminados. Además, que existan depósitos de residuos, sistema de prevención de incendios y planos preaprobados por las autoridades.

El reglamento de la ley menciona que los talleres para obtener su licencia deben presentar la copia de una póliza de seguros, aunque según los fabricantes en las aseguradoras estos siempre les son negados.

Las autoridades endurecieron medidas después de lo que sucedió en Nandaime, a pesar que la ley fue aprobada desde el 18 de noviembre del 2005.

En ese momento se dio un control casi inflexible, no solo con los vendedores, sino con las fábricas. Solo en ese año se dejaron 60 talleres sin licencia para trabajar, fueron suspendidos 11, siete se reubicaron y se cerraron diez.

Es uno de los inventos de China, se cree fue inventada por alquimistas.

En China se utilizaba pólvora negra para fuegos artificiales, celebraciones e incluso para asustar a los enemigos. La producción se inició en 1334 Inglaterra. En Alemania fue en 1340.

En Italia se inició en 1403. Para la segunda mitad del siglo XVI el comercio de pólvora había alcanzado todo un monopolio. En América se introdujo en la colonización.

Los indígenas la desconocían pero aprendieron a fabricarla como defensa, minería, industria y producción de cohetes.

Era y sigue siendo la base principal en la elaboración y detonación de armas de fuego.

En la época indígena la pólvora era molida a mano, generalmente por mujeres que, por tradición, ya sabían cómo utilizar los molinos de piedra.

La primer fábrica de pólvora en Centroamérica se instaló en la ciudad de Santiago, Guatemala, pues por las distancias se hacía difícil llevarla a México.

Doce muertes

El episodio se ha convertido en una referencia de la capacidad devastadora de la pólvora. El día en que niños desde 13 años hasta jóvenes de 21, se quemaron en un taller de pólvora artesanal clandestino en el barrio Quinta Catalina de Nandaime, Granada. Ese día 17 personas se encontraban en la fábrica, que tenía menos de un año de estar funcionando. El incidente hizo retumbar las paredes, levantó el techo, quebró lámparas, quemó cables de alta tensión y provocó 12 muertes.

La tragedia ocurrió el martes 14 de noviembre de 2006. Ya casi era hora de almorzar y en esos días hacía calor. Ese día se quemaron unas 60 libras de pólvora y otros materiales explosivos utilizados para la elaboración de cohetes, bombas, cargacerradas, volcanes y silbadores.

A casi ocho años del accidente, se sigue manteniendo la versión de que uno de los martillazos que Elías Josué Áreas, de 21 años, dio al cartucho fue demasiado fuerte. Él fue el primero en recibir la onda explosiva. Las chispas volaron y en diez segundos todo se convirtió en humo. Más tarde fuego. Al final muerte.

Los nombres de los “polvoreros” quemados aparecían en una lista y uno a uno se iban tachando. En solo diez días la lista quedó vacía. La mayoría murió por “fallas multiorgánicas”. Eso dijeron los médicos del Hospital Antonio Lenín Fonseca a la familia de la niña Manuela de Jesús Marín, quien el propio día del incendio estaba cumpliendo 14 años. Ella empacaba triquitraques.

Las quemaduras que tenían al menos 12 de los 15 afectados eran de segundo y tercer grado. Atravesaban los tejidos nerviosos, los músculos, los tendones y en algunos casos hasta los huesos.

“Yo los vi morir a todos. Fui al hospital. Ahí fueron pasando los ataúdes. El de mi hermano lo llevamos incluso antes de que falleciera el 24 de noviembre”, recuerda Álvaro Pastor Áreas, refiriéndose a Gilman Ramón Áreas Castillo, quien también era menor de edad. Tenía 14 años.

El padre de Gilman, Feliciano Áreas Jiménez, le tiene mucho miedo a la pólvora. No solo porque le arrebató a su hijo, también porque debido a ella perdió tres dedos de la mano izquierda. Mucho antes del accidente había decidido alejarse de los explosivos. Después de eso juró que no volvía a tocarlos.

Correr con suerte

Otro gran incendio ocurrió el 24 de abril de 2014, en un taller de pólvora autorizado. La demanda de pólvora para algunas fiestas de Juigalpa y Granada ya estaba en pico y Faustino Sevilla Galán, hombre recio y moreno, de 45 años, se preparaba para entregar un gran pedido. En esos días ya tenía listas unas ochenta docenas de “cuetes” y a eso de las 4:30 de la tarde decidió que la jornada debía terminar.

“Las cosas están destinadas a pasar”, se consuela. La tarde del incendio sus cinco trabajadores habían abandonado el taller, ubicado en la comunidad de Jalata, municipio de Masatepe, Masaya, y Faustino había pensado hacer otra cosa. Pero de repente le entraron ganas de volver a trabajar.

Llenó el carrizo con azufre, salitre y carbón y empujó la mecha con rapidez… “Así es la desgracia. ¡Passss! Voló el chiflón, se prende el ‘cuete’, yo lo suelto. Me muevo hacia el extremo del área de trabajo. Miro la magnitud a la que estaba. Todavía calculé a ver si podía hacer algo. Pero cerca de mí ya estaba rodando todo ese chisperío. Dije en mi mente, ‘esto se va a prender ya’. Y corrí hasta abajo”, cuenta el polvorero.

Así se inició la tronería, la suerte que tuvo Faustino fue que ya sus trabajadores se habían ido. Además actuó rápido. Cuenta que los elementos como el barril de agua, la arena y el extintor, que exige a los talleres la Ley Especial para el Control y Regulación de Armas de Fuego, Municiones, Explosivos y otros Materiales Relacionados no le servirían de nada. Tomó la mejor decisión, corrió y corrió para salvarse.

Ese día se quemaron 350 mil córdobas en químicos y pólvora terminada, en ese taller que por años le dio de comer y le permitió mandar a sus dos hijos a la universidad. Pero salvó lo más importante, su vida. Pocos han tenido la oportunidad de ver arder su trabajo y vivir para contarlo, asegura. Para él, conservar la vida en este negocio, por naturaleza riesgoso, es “cuestión de suerte” y además “obra de Dios”.

El negocio

La pólvora deja ganancias jugosas y rápidas. En una sola venta se pueden hacer miles de córdobas. Aunque los fabricantes no quieren revelar la cantidad, aceptan que es suficiente para vivir con lo necesario y que además se mantiene activo todo el año.

En la carretera de Catarina a Masaya hay varios talleres de pólvora. Muchas personas de Nandaime llegan a comprar a ellos, pues desde la tragedia de 2006 no hay fabricación en este municipio.

Desde aquella explosión, las autoridades granadinas prohibieron que se elabore más pólvora en Nandaime. “En diciembre ponen el vídeo de ese incendio y hay gente que cree que la pólvora es el diablo. Y estamos claros, eso pasó una vez, pero no tiene que seguir pasando”, dice Manuel Salvador Áreas, quien ha intentado varias veces continuar con su negocio de pólvora en Nandaime.

“Pedí permiso pero me lo negaron. Una y otra vez”, explica Manuel, conocido en el pueblo como “bomberito”. Ahora, sentado en su casa, donde solía preparar las bombas, se limita a leer y releer las resoluciones. Algunas mociones aprobadas, pero luego refutadas. Y otras cortadas de raíz.

Está cumpliendo el último año de la condena de cuatro años de casa por cárcel que recibió por querer seguir trabajando la pólvora (ilegalmente). En su familia perdieron a dos adolescentes en la explosión, pero asegura que la pólvora no fue la culpable, sino “la falta de experiencia y la explotación infantil”. Añora esos días en que miles de productos, hechos en Nandaime, eran sacados y quemados en la alegría de las fiestas patronales, diciembre, la Purísima. Y extraña sobre todo las ganancias que le dejaba.

“Yo sé que hubo un tiempo que los mismos sobrevivientes se quejaban y no querían que aquí hubiera nada. Que se escondían debajo de las camas cuando oían pólvora. Pero ahora todo eso ya pasó, queremos trabajar pero estamos de manos atadas”, dice Manuel Salvador.

Lo mismo piensa Manuel Cruz Barrios, uno de los tres sobrevivientes de esa tragedia. “Sabemos que nadie quiso que sucediera, solo queremos seguir con nuestras vidas”, sostiene. Ya se le borró el trauma, aunque sí le quedó el de recuerdo las cicatrices que le cruzan la cara y los brazos.

Con 25 años de edad, tiene dos hijas, está casado y trabaja en el matadero municipal. “Eso ya es pasado”, asegura.

—¿Pero, vos volverías a trabajar en pólvora? —le preguntan. Y él, sacudiendo la cabeza, resopla:

—No, nunca. Perdono, pero no olvido.

Sección Domingo accidente manos polvora

Puede interesarte

COMENTARIOS

  1. Altamirano
    Hace 10 años

    Después de la denuncia que pusimos, el Minsa ordenó a la industria Nicatoner S.A., que cerrara la chimenea por donde salía humo negro cargado de polvo de toner, que este polvo contiene metales que vuelan más rrápido que el polvo de la calle. Hay sospechas que siguen pero clandestinos y no se sabe dónde tiran los residuos tóxico si en el inodoro o en el cauce de Altamira. El toner tiene metales cancerígenos y gases peligrosos (plomo, mercurio, monosido de carbono). No hay ley para esto.

  2. Leones
    Hace 10 años

    Tuve dos familiars que murieron por la fabricacion de polvora uno en los 70s y el otro hace unos anos es un trabajo peligroso y ademas los que fabrican esto tienen un olor a polvora, talvez si fueran entrenados por profesionales y hubieran regulaciones las muerte serian menos, me acuerdo las trajecdias de Julian Reyes de Leon cuando la polvora explota las laminas de zinc salieron bolando y cortaron los cuerpos de trabajadores es muy peligrosoeste trabajo.

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí