Es extraño que una nueva película sobre Frankie Valli y los Four Seasons se presente en Nicaragua sin propaganda aparente. Aquí existe un gran culto a la música “del recuerdo”. Cada consorcio radial tiene al menos una emisora dedicada a clásicos del pop. Valli y su grupo tienen un catálogo notable: Sherry , Big Girls Don’y Cry , y un largo etcétera.
Quizás sea un efecto secundario del desdén por el público adulto. ¿Cómo esperan que la gente vaya al cine a ver la película si nadie sabe que existe? De remate, hasta el título oculta las cartas bajo la manga. La leyenda del póster dice “Jersey Boys: Persiguiendo la Música”. Buena suerte si le toca adivinar de qué artista se trata.
Vi la película en la noche de estreno en una sala casi vacía. Una pareja de veinteañeros salieron despedidos después de apenas una hora. Vaya a verla pronto, porque no creo que dure mucho en cartelera.
Basada en una obra de Broadway, la película funde las convenciones del “musical de roconola” con el filme biográfico. Tendrá chance de escuchar los grandes éxitos, a la vez que se dramatiza la historia del grupo. No he visto la obra teatral, pero el filme toma el recurso dramático del actor que rompe la cuarta pared y le habla directamente al público. Cada uno de los cuatro integrantes del grupo asume turno para contar parte de la historia, como una especie de carrera de relevos de narradores.
Así, el protagonismo está repartido. El biofilme tradicional está sesgado a favor de la estrella, quien se eleva al éxito y cae en la ignominia a punta de su ego y su talento. Sin embargo, este modelo narrativo favorece al grupo sobre el individuo. Valli eventualmente se volvió más grande que los Fours Seasons, pero los artistas no se forman en un vacío. Detrás de cada ídolo, hay una multitud que influye en su éxito. La película reconoce esto, pintando un vívido retrato de los sujetos y comunidad que los forma.
A tono con la procedencia proletaria de los personajes, Jersey Boys le da la espalda a las fantasías de la celebridad y presenta la industria de la música como lo que es: un trabajo pesado, que puede tener grandes recompensas, pero que también le pasa una generosa factura a quienes lo ejercen. Los Four Seasons son nativos de New Jersey, hijos de migrantes italianos que viven mirando al horizonte los rascacielos de Manhattan, como una promesa y una burla a la vez. Tan cerca, tan lejos.
Sus personalidades cubren un amplio espectro. El macho alpha Tommy (Vincent Piazza) es un truhán que se desvía en el camino a la cárcel por su devoción al talento de Frankie (John Lloyd Young), un hombre de familia dividido por las demandas que ese talento impone sobre su vida; Nicky (Michael Lomenda) es el comodín que amargamente se sabe desechable; y Bob (Erich Bergen) es el talentoso compositor que desafía el control de Tommy sobre el grupo.
Puede parecer extraño que Clint Eastwood dirija esta película, pero su devoción por recrear el pasado es bien servida por la historia. Aún cuando produce historias contemporáneas, parecen tener lugar en una dimensión que no ha alcanzado completamente al presente. Además, tiene una sensibilidad especial para retratar las dinámicas de grupo. Los Four Seasons no distan mucho de los soldados que erigen la bandera de EE. UU. en la batalla de Iwo Jima en Flag of Our Fathers (2006). Es una camaradería similar, en una guerra de otra especie.
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